Ignorancia ilegítima
Declararse iletrado en cuestiones científicas es tan frívolo como decir que no sabemos nada de política.
Cada vez que escucho a alguien disculparse con la frase “soy de letras”, para alardear en público de su ignorancia sobre asuntos científicos, me escandalizo; debería saber que se trata de un ignorante por partida doble: no solo por manifestar su incultura científica, sino por alardear de ello. Así como nadie presume de ser analfabeto, al contrario, los que realmente lo son se avergüenzan, tampoco puede ser motivo de orgullo sentirse ajeno al mundo de la ciencia. Entre otras cosas, porque las cuestiones científicas interesan cada vez más. En los medios de comunicación se da especial relevancia a estas noticias, porque aparecen siempre entre las más consultadas. La ciencia y la tecnología forman parte de nuestra vida cotidiana y nunca está de más tener conocimientos básicos de los nuevos hallazgos que se producen a diario en el campo de la salud, la energía, el cambio climático, la alimentación o la robótica. Declararse iletrado en estas cuestiones es tan frívolo como decir que no sabemos nada de política.
No digo que haya que ser un experto, pero es una ligereza plantear que somos ajenos al conocimiento científico o tecnológico, a la espera de que alguien nos los traduzca, como si fuera un idioma extranjero que no tenemos obligación de conocer. Para estar en el mundo y tener criterio sobre uno mismo y las circunstancias que nos rodean es necesario unificar las ciencias y las humanidades, porque al relacionarlas comprenderemos mejor lo que existe dentro y fuera de nosotros mismos. Alguien dijo que la naturaleza es demasiado rica para reducirla a un solo lenguaje. Hace casi 60 años que Charles Percy Snow, famoso científico y novelista inglés, habló de la tercera cultura para referirse al resultado de la comprensión recíproca entre la ciencia y las humanidades. Durante una brillante conferencia en Cambridge, que se ha hecho celebérrima aunque muy controvertida, defendió la idea de que se entenderían mejor los problemas del mundo si los artistas e intelectuales, además de emplearse a fondo en crear su propia obra, se interesasen por los fundamentos científicos.
Y, al contrario, los científicos deben dedicar parte de su tiempo a leer novelas, escuchar música, visitar exposiciones o ver películas. No conviene que haya una ruptura radical entre las distintas disciplinas. Sobre esta idea tuve el privilegio de hablar con Severo Ochoa, el último científico español que recibió el Nobel en 1959, durante una larga entrevista. Me dijo que no se consideraba un sabio por tener algunos conocimientos científicos, porque la sabiduría, para él, era saber disfrutar de la vida y que la cultura es un gran recurso para ser feliz. “Hay pocas cosas –afirmó el Nobel– que produzcan tanta satisfacción como la música, la lectura, la contemplación del arte o de la naturaleza”.
La conferencia de Snow provocó un gran debate aún inacabado. Solo basta comprobar que la gente sigue alardeando de ignorar todo lo que es ajeno a su pequeño mundo. Por eso, insisto, me chirría escuchar que un conferenciante se declare profano a los temas científicos. Habría que llamarle la atención.