Cosas que se acaban
El pasado ha formado parte de nuestra realidad, sin embargo, el futuro prometido es pura ficción, una entelequia.
El fin del mundo no empieza de la noche a la mañana, se va filtrando lentamente en nuestra vida sin que seamos conscientes de que las cosas se extinguen al ritmo de nuestra existencia. Es cierto que los jóvenes de 20 años ya no recuerdan nada antes de Google. Incluso yo, que lo viví plenamente, debo hacer un esfuerzo para recordar cómo era ese mundo en el que escribíamos cartas que tardaban varios días en llegar a su destinatario. A medida que pasan las horas dejamos algo atrás. Toca despedirse de ciertas ideas que creíamos eternas, al menos, tan eternas como pensábamos que iba a ser nuestra propia vida. Mientras leo El fin del mundo (Planeta), de Marta García Aller, soy consciente de que no me importa tanto lo que empieza como lo que acaba. Hay una razón: el pasado ha formado parte de nuestra realidad, sin embargo, el futuro prometido es pura especulación, una entelequia que la mayoría de las veces no llega tal y como nos lo habían vaticinado. ¿Cómo prepararnos para que lo nuevo nos compense lo que dejamos atrás?, se pregunta la autora. Mi respuesta es que depende de la edad que tengas a la hora del desprendimiento: si eres joven no necesitas hacer apenas esfuerzo; si eres viejo resulta muy doloroso soltar lastre. Lamento, por ejemplo, que desaparezca la idea de privacidad y la costumbre de conversar, largo y tendido, cara a cara y no a través de instrumentos tecnológicos. Las nuevas generaciones no han disfrutado tanto de esa clase de conversaciones interminables así que no las echarán de menos.
Predicen los expertos que la medicina será uno de los ámbitos donde se producirán avances revolucionarios en los próximos cinco años y eso sí que lo celebro. Seguro que la inteligencia artificial abrirá infinitas posibilidades en la prevención de enfermedades y, por lo tanto, en su curación. Pronto llevaremos en la ropa o en el cuerpo sensores capaces de detectar cualquier cambio sospechoso en la salud de nuestro organismo para que tomemos medidas inmediatas y evitemos riesgos. Se atreven, incluso, a anunciar el fin del envejecimiento. Hay quien dice que la proliferación de las máquinas humanoides nos facilitarán mucho las tareas básicas. Hemos visto que algunas sonríen, caminan, hablan, planchan, cargan maletas o empujan sillas de ruedas. Hace unos meses, en este espacio, describí mi visita a los robots del Parque de las Ciencias de Granada, y recogí la inquietud de quienes los consideran una amenaza. Es cierto que van a desaparecer millones de empleos y habrá que superar un pavoroso shock laboral, pero los que sobrevivan, disfrutarán de ventajas indudables. Eso sí, tendrán que ser capaces de adaptarse a los nuevos tiempos en los que la autora de El fin del mundo, con la ayuda de expertos, relata las mutaciones que estamos viviendo. Lo más sugestivo de ese futuro incierto es que serán imprescindibles los nómadas del conocimiento (knowmads); aprender o estudiar se extenderá a todo el proceso vital, así que probablemente habrá menos fantoches que puedan vivir del cuento. Aunque, como bien concluye la autora, los maestros de la ciencia ficción patinaron demasiadas veces, porque el futuro es solo una ficción.