Todo mentira: de la locura de Puigdemont a la traición de Forcadell
Tras la huida del expresidente de la Generalitat, la madre coraje del independentismo, Carme Forcadell, acata el artículo 155 y reconoce que la declaración de independencia es “simbólica”.
Este cronista ignora si algunos de los presos que consumen su tiempo en la prisión de Estremera habrá reflexionado estos días sobre la evolución política de Cataluña desde el regreso de Josep Tarradellas, del que acaban de cumplirse cuarenta años, y si habrán recordado muchas de sus sabias palabras para recuperar la autonomía y la Generalitat catalana después de la Guerra Civil. Aparte de aquella tan citada de que en política no se puede hacer el ridículo (véase el caso del que dice ser presidente de la República catalana en el exilio, Carles Puigdemont) hay otra, que si los políticos independentistas hubieran seguido, ahora no estaríamos donde estamos, ni Cataluña ni España hubieran pasado por lo que han pasado estos últimos dos años.
Decía Tarradellas que “hay cosas que se pueden hacer y cosas que no se pueden hacer y, además, es mejor no intentar hacerlas”. Este es el caso dramático que estamos viviendo, que está empobreciendo Cataluña si no se endereza la situación lo antes posible y si las elecciones del 21-D no introducen un mínimo de racionalidad y sentido común a la locura en la que estamos instalados. Y es que, en versión Tarradellas, no se puede declarar una independencia al margen de la Constitución y sin un referéndum pactado, no se puede dividir Cataluña desde el poder en buenos y malos catalanes, y es más, ni siquiera hay que intentarlo. Aquí no solo se ha intentado a pesar de todas las advertencias y pronunciamientos del Tribunal Constitucional. Es más, aquí se ha intentado un auténtico golpe de Estado que los tribunales están ahora juzgando.
Todo eso acompañado de la huida del principal artífice de la rebelión, el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, que se ha instalado en Bruselas sin consultar siquiera a su partido, para no dar la cara ante los tribunales, ha dejado que casi todo su Gobierno entre en prisión, y se ha proclamado presidente de la República Catalana en el exilio, después de acusar al Gobierno español de ser el verdadero autor del “golpe de Estado” con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que permite la intervención de una autonomía y convocar elecciones el 21 de diciembre.
Pero he aquí que se descubre que hemos vivido una superchería. La madre coraje del independentismo, en la primera comparecencia ante el juez Pablo Llarena del Tribunal Supremo, reconoce que acata ese artículo 155 y que la declaración de independencia es puramente “simbólica y sin ningún efecto jurídico” (“virtual”, añadiría con entusiasmo otro de los querellados).
Tanto entusiasmo produce en el resto de los encarcelados por la causa (el vicepresidente Oriol Junqueras y siete de los consejeros que con constancia y entusiasmo han luchado por la independencia) que ellos están dispuestos a seguir el camino de la “madre del independentismo” y es posible que, no muy tarde, veamos cómo todos aceptan el artículo 155 y que en efecto, la “declaración unilateral de independencia” era solo un ensayo de algo que no tiene validez jurídica.
Esta es la sorprendente y kafkiana situación cuando queda poco más de un mes para unas elecciones que, a estas alturas, constituyen una verdadera incógnita y cuyo resultado depende de la participación, ya que hay estudios que indican que las personas que en las elecciones de 2015 no votaron –ya fuera porque optaron por la abstención o porque aún no habían cumplido 18 años–, pero que ahora manifiestan que sí van a acudir a las urnas, se decantan mayoritariamente por apoyar a alguno de los tres partidos constitucionalistas: Ciudadanos, PSC o PP. Otros sondeos siguen dando un empate entre independentistas y constitucionalistas, aunque, todavía, se desconoce el efecto que puede tener la abjuración de Forcadell y de toda la Mesa del Parlament y la probable puesta en libertad, bajo fianza, de todos los presos, incluidos los presidentes de la Asamblea Nacional de Cataluña y de Òmnium Cultural .
A estas alturas el panorama no puede ser más absurdo: un presidente de la Generalitat que se cree que es el presidente de una república en el exilio que no reconoce ni siquiera el Parlamento que dio de forma virtual viabilidad a esa inexistente república; una división dentro del independentismo que ha hecho imposible una “lista país” que reclama el presidente en el exilio a quien nadie hace caso; unos dirigentes que han estado a punto de arruinar la autonomía y que han sido incapaces de mantener lo que han venido prometiendo y anunciando, una nueva nación que sería la Dinamarca del Sur; un desfalco a todos los españoles empleando los recursos de todos para pagar voluntades, comprar apoyos, dedicando las partidas de asuntos sociales y sanidad a una aventura para la que ya reconocen que no estaban preparados; haber llevado al país al borde del abismo con una política suicida que no ha sido capaz de ser frenada por la política de un Gobierno central sin la mínima sensibilidad ante lo que estaba pasando, esperando solo la bajada del soufflé y el final de lo que Rajoy decía que era una “algarabía”.
Ahora sí que estamos ante una auténtica algarabía, y en plena comedia de enredo que va a necesitar de un guionista lleno de sensatez para que la misma comedia se vuelva a repetir, con los mismos intérpretes y con las mismas mentiras.