Cataluña: un mes después de un sueño frustrado

24 / 11 / 2017 José Oneto
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A poco más de una semana del inicio de la campaña de las elecciones del 21 de diciembre, todo parece depender de la participación de los votantes no independentistas.

Este 27 de noviembre se cumple un mes de la declaración unilateral de independencia (DUI) en el Parlament, después de unas semanas dramáticas y caóticas, en las que el presidente Carles Puigdemont, en manos de ERC y de la CUP, desbordado, inseguro, no recuperado de los gritos de “traidor” con los que le recibieron grupos de manifestantes en la plaza de Sant Jaume, sede de la Generalitat, su intento de convocar elecciones para evitar lo que ya era más que un “choque de trenes”, era la caída inevitable en el precipicio.

Quiso disolver el Parlament, puso en manos del lendakari Íñigo Urkullu las labores de mediación con La Moncloa para determinadas concesiones que le salvaran la cara, entre ellas, después de haber celebrado el 1-O, un referéndum pactado. Habló con empresarios alarmados por el abandono de empresas de Cataluña... y solo encontró el apoyo de un sector de su Gobierno, sobre todo el de Santiago Vila. La CUP estaba dispuesta a todo, incluso a sacar la gente a la calle, si no se seguía la ruta marcada por el referéndum, que incluía la declaración de independencia. Oriol Junqueras, consciente de que el presidente no sería capaz de superar esa situación, tuvo uno de los mayores enfrentamientos que ha tenido durante este mandato con una persona con la que no se entiende. Puigdemont, solo y sobrepasado, amenaza con dimitir y que Junqueras asuma la presidencia...

Desde ERC y la CUP se filtra que no habrá DUI y que el presidente va a convocar elecciones. Comienzan a llegar a la plaza de Sant Jaume grupos de universitarios que han declarado una huelga general y se oyen los primeros gritos de “traidor” dirigidos hacia un Puigdemont que ya sabe que aunque las elecciones son su única salida, saldrá por la puerta de atrás de la Generalitat. Fue capaz de hacer el referéndum, ganarlo (sin ninguna garantía democrática) y traicionar a los suyos. Al fin y al cabo, era un intruso designado por la CUP en una clara censura hacia su protector Artur Mas, y ahora, hasta la propia CUP estaba dispuesta a dilapidarlo.

Así, elegido por la CUP tras el boicot a Mas; enfrentado con su vicepresidente Junqueras, el hombre destinado desde 2011 a ser presidente de la Generalitat; hundida la antigua Convergència (disfrazada de PDECat) por interminables casos de corrupción que empezaron el mismo año que Jordi Pujol i Soley, el president que sucedió al histórico y recordado Josep Tarradellas; Puigdemont, se veía incapacitado para seguir liderando un proceso que, en principio, él creía que había terminado el 1 de octubre, con la celebración de un simulacro de referéndum del que solo había quedado la imagen de la intervención de la Policía a la que los Mossos, en un gesto de verdadera rebelión, había dejado sola en la misión de impedir la consulta por orden judicial, ya que el Tribunal Constitucional lo había declarado ilegal.

El siguiente paso, después del referéndum, era la aplicación estricta de la Ley de Transitoriedad, aprobada por el Parlament, sin presencia de la oposición y en una sesión de urgencia que también estaba fuera de la legalidad. Al final, dudoso y desconcertado, da el paso de declarar la independencia y se autodesigna presidente de la República Catalana en el exilio, después de huir a Bruselas mientras la mayoría de su Gobierno entra en prisión por posibles delitos, según la Fiscalía General del Estado, de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Horas después de la declaración de independencia, el Gobierno, con el apoyo del PSOE y Ciudadanos, aprueba artículo 155 de la Constitución, que autoriza al presidente del Gobierno a intervenir la autonomía. En el mismo decreto de intervención se convocan elecciones para el 21-D.

De las cuatro independencias que ha vivido Cataluña desde la Revolución de los Segadores en 1641, esta de octubre de 2017 ha sido sin duda la más pintoresca. La de la Primera República se resolvió en dos días y todo quedó en nada. De las dos de la Segunda República, solo la de octubre de 1934 tuvo un carácter trágico tras la intervención del Ejército del general Batet que tuvo que sofocar una auténtica rebelión que causó más de medio centenar de muertos. Finalmente la de ahora, la de octubre de 2017, ha sido la más grotesca, con un president que llamaba a la ciudadanía a luchar contra el artículo 155 mientras él preparaba su fuga, acompañado de cuatro consellers, a Bruselas. En esta ciudad, sede de la Unión Europea, este pasado fin de semana la sala de apelaciones ha celebrado el juicio de extradición, cuya sentencia no se conocerá hasta la primera semana de diciembre. Hasta entonces el fugitivo podrá hacer campaña electoral a favor de una lista encabezada por él que pomposamente ha presentado como “la lista del presidente” de la que prácticamente ha desaparecido el PDECat.

Ahora, a poco más de una semana del inicio de la campaña de las elecciones del 21-D, las primeras que no han sido convocadas por el presidente de la Generalitat, sino por el presidente del Gobierno español, una gran incógnita se ha instalado en el electorado y todo parece depender de la participación. Sobre todo, si el sector no independentista del electorado que no ha participado en muchas autonómicas y que, por primera vez, ha salido a la calle a manifestarse contra la independencia, se vuelca en las urnas.

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