Una nueva economía
El mundo económico no vive en una realidad independiente, es la sociedad la que hace posible la estructura económica. Este cambio de concepto triunfará si los ciudadanos nos lo proponemos.
Al comienzo de la crisis económica se habló mucho de cambiar la estructura de nuestro sistema económico, en manos de un capitalismo de rapiña. Las palabras enormes acaban produciendo hechos minúsculos. Estoy en Estados Unidos, donde ya nadie habla de la crisis. Por otra parte, la situación económica del mundo –a pesar de la crisis- ha mejorado en los últimos decenios, e incluso África está avanzando, cosa que no parecía posible hace unos años. Nadie –o casi nadie- duda ya de las ventajas de un sistema de mercado libre, pero es hora de distinguir –como hemos hecho en la creatividad económica- entre los mecanismos del mercado, que son los más eficientes, y el proyecto económico para el que se usan esos mecanismos, que puede ser decente o indecente.
En esta diferencia inciden varias iniciativas muy interesantes que no pretenden cambiar el sistema económico, sino cambiar el modo de entender la actividad económica, en especial, el papel de las empresas. Se habla del “cuarto sector” económico. Los otros tres serían: el estatal; el privado; y las organizaciones sin ánimo de lucro, que sobreviven con donaciones o subvenciones. El cuarto estaría constituido por organizaciones for profit, pero con un proyecto más amplio que el de ganar dinero. Emerge la figura del emprendedor social. Es gente que resuelve problemas sociales a gran escala. Tienen ideas innovadoras para mejorar la vida de las personas. Son luchadores y creen en lo que hacen, están como poseídos por una idea. Por eso, son capaces de transformar todos los problemas y obstáculos que encuentran –que no suelen ser pocos- en energía para sacar adelante sus proyectos. Instituciones como Ashoka, fundada por Bill Drayton en 1978, trabaja en todo el mundo para ayudar a esos emprendedores.
En Estados Unidos hay una figura jurídica que me gustaría que se introdujera en España. Me refiero a las llamadas empresas L3C (low-profit limited liability company). Son sociedades híbridas, cuya meta no es maximizar los beneficios, sino combinarlos con un interés social. Se rigen por las leyes del mercado, pero tienen algunas de las características de una organización nonprofit. Por ejemplo, pueden beneficiarse de reducción de impuestos, pero con la obligación de reinvertir en sus fines sociales la mayor parte de los beneficios.
Todos estos movimientos intentan cambiar poco a poco el concepto de empresa. Se trata de que pasen de ser instituciones económicas autosuficientes, que viven en un mundo autónomo, a ser instituciones sociales con finalidad económica. ¿Cuál es la diferencia? Una institución social es beneficiosa para la sociedad, que por eso la apoya mediante los sistemas jurídicos –por ejemplo, defendiendo el derecho de propiedad-, pero a condición de que no olvide que debe colaborar al bien de la sociedad que la protege. El mundo económico no vive en una realidad independiente, en una burbuja desde donde beneficia a la sociedad. La sociedad hace posible la estructura económica. Este cambio de concepto triunfará si los ciudadanos nos lo proponemos.