Rectificar
Según el tópico “Rectificar es de sabios”, una persona que se pasara la vida rectificando sería el colmo de la sabiduría. Lo que es de sabios es intentar verificar las opiniones propias y ajenas.
Me admira la precisión con que el lenguaje analiza los comportamientos humanos. Las palabras guardan una sabiduría sedimentada durante siglos. Por eso, cuando no sé qué pensar sobre algo, tengo la costumbre de indagar lo que me dice el diccionario. Hace unos días, el ministro Wert tuvo que anular una medida que había tomado sobre las becas. Unos jalearon y otros ridiculizaron ese comportamiento. Salió a colación un tópico intemporal: “Rectificar es de sabios”. Parece que es imposible rechazar esta afirmación. Sin embargo, en caso de ser verdad, una persona que se pasara la vida rectificando sería el colmo de la sabiduría, lo que no parece lógico. Me vuelvo pues al lenguaje para ver si me saca de la perplejidad.
Afortunadamente, ha analizado con gran sutileza el campo que gira alrededor de esta palabra. Una rectificación debe estar precedida de un error, una maldad o una pérdida de rumbo. Sus antecedentes, pues, no son buenos. Ahora bien, respecto al error hay varias actitudes, más o menos inteligentes. La menos inteligente es no reconocerlo. Polya, un gran matemático que nos enseñó a resolver problemas, decía: “Yo me equivoco igual que mis alumnos. Mi ventaja es que me doy cuenta antes que ellos”. La ignorancia, el autoengaño, el orgullo impiden con frecuencia el conocimiento de los errores. Así pues, reconocerlos, aunque no nos haga más sabios, nos hace menos torpes. Pero esto es solo el comienzo de un proceso, porque una vez reconocido el error podemos empecinarnos en él, mantenerlo –y esta tozudez es estulta– o podemos rechazar el error o arrepentirnos del mal. Como decía el catecismo, ese “dolor de corazón” debe estar seguido de un propósito de enmienda, de cambio. ¿Hemos llegado ya a la rectificación? Pues todavía no. Esa palabra solo debe usarse cuando el cambio es a mejor. Hay cambios que pasan de Guatelama a Guatepeor, y eso no es rectificar, sino empeorar. La palabra rectificar alude al significado primero de error, que es salirse del camino, vagar sin rumbo, fallar en el objetivo. Solo cuando se elige bien el rumbo o cuando se acierta en el cambio podemos utilizar esa palabra.
De sabios es, pues, buscar el camino adecuado, y eso se encarga de hacerlo el pensamiento crítico. Criticar no es atacar, sino separar la paja del grano. Consiste en someter a corroboración las afirmaciones que hace o que escucha. De nuevo tropezamos con una bella palabra. Corroborar es comprobar que algo está fuerte como un roble. El pensamiento crítico no valora las opiniones, sino los argumentos que las apoyan. Eso significa verificar: hacer que algo sea verdad. Si hago dos afirmaciones contrarias –“El número de estrellas es par” y “El número de las estrellas es impar”– una de ellas es verdadera, pero no sé cuál. Lo que la convierte en verdad es la veri-ficación. En conclusión, lo que es de sabios es intentar verificar las opiniones propias y las ajenas. Ya ven que el diccionario encierra muchas minilecciones de filosofía.