Laboriosidad aprendida

18 / 09 / 2013 11:28 Jose Antonio Marina
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El ser humano disfruta con la acción y con el esfuerzo. Junto al deseo de buscar placeres nos moviliza el deseo de explorar, conocer, inventar. Sin embargo, es evidente que sentimos la tentación de la pereza.

“Aprender” es el gran recurso de la inteligencia. No solo de la individual, sino también de la social. Una nación que no aprende está condenada al estancamiento. Me apresuro a decir que se trata de aprender lo conveniente, no lo perjudicial, porque, desgraciadamente, todo se aprende. Lo bueno y lo malo. Como ejemplo, les pondré dos casos estudiados por los psicólogos: la “laboriosidad aprendida” (learned industriousness) y la “holgazanería aprendida” (learned laziness). Ambos fenómenos se dan en animales y humanos, lo que quiere decir que tienen su origen en estructuras básicas del cerebro. La laboriosidad aprendida se denomina también “perseverancia”. Es la capacidad de mantener el esfuerzo para conseguir una tarea, a pesar de las dificultades. Si los esfuerzos son premiados, el individuo mantendrá el nivel de esfuerzo en otra tarea. Esto puede ir desencadenando un hábito, lo que permite soportar más fácilmente el esfuerzo.

La holgazanería aprendida tiene un esquema parecido. Hace años, Erich Fromm publicó un curioso artículo titulado “¿Es el hombre perezoso por naturaleza?”. Respondía tajantemente que no. El ser humano disfruta con la acción y con el esfuerzo. Numerosos estudios le dan la razón. Junto al deseo de buscar placeres nos moviliza el deseo de explorar, conocer, emprender cosas, descubrir misterios, resolver problemas, inventar, superarnos. Sin embargo, es evidente que sentimos la tentación de la pereza. Lo que Fromm decía, y ha sido después corroborado por muchas investigaciones, es que se trata de una “holgazanería aprendida”. Aparece, por ejemplo, cuando se reciben premios sin necesidad de esforzarse.

Este asunto me interesa porque tiene claras implicaciones educativas. En experimentos hechos con palomas, se las educó para recibir recompensas sin esfuerzo. Cuando se les cambió el régimen y tuvieron que trabajar para conseguirlas, tardaron mucho tiempo en acostumbrarse a hacerlo. Habían sido palomas mimadas. El zoólogo Glen Jensen ha comprobado que muchos animales prefieren ganarse la comida a comer lo mismo sin hacer esfuerzos. Al parecer, el único que no siente esa necesidad es el gato, animal doméstico por naturaleza, que ha aprendido la pasividad. “A nivel más cotidiano –escribe Johnmarshall Reeve, una autoridad en temas de motivación– existen abundantes ejemplos de holgazanería aprendida. Si al niño se le dan premios al azar y sin correspondencia alguna con su conducta, entonces puede dejar de esforzarse para obtener recompensas, como por ejemplo hacer los deberes o limpiar su habitación”.

Cuando era adolescente, leí con entusiasmo las obras de Antoine de Saint-Exupery, en especial una extraña obra titulada Citadelle, que puede considerarse un peculiar tratado de pedagogía que el jefe de una tribu del desierto transmite a su hijo. Uno de los consejos era: “Si quieres que tu pueblo se pelee, dale cosas. Si quieres que se unan, proponle una meta brillante”. La psicología ha venido a dar la razón a esas afirmaciones.

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