La foto

15 / 01 / 2014 13:37 José Antonio Marina
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La imagen más impactante de los últimos días ha sido la de los excarcelados de ETA, reunidos en Durango: para unos, reunión de un grupo de asesinos; para otros, de un grupo de patriotas.

Suele decirse con demasiada frecuencia que “una imagen vale más que mil palabras”. La afirmación es falsa, porque normalmente hacen falta más de mil palabras para interpretar una imagen. La fotografía es plásticamente densa, emocionalmente contundente, pero conceptualmente vacía. No nos dice realmente lo que está ocurriendo. La foto más impactante de los últimos días es la de los excarcelados de ETA, reunidos en Durango. ¿Qué representa esa foto? Para un observador ignorante, es una de las miles de fotos que se hacen después de una reunión. Para los que saben de qué va, puede significar dos cosas muy diferentes: la reunión de un grupo de asesinos, o la reunión de un grupo de patriotas. Resulta muy difícil unificar ambas interpretaciones, porque una persona puede ser a la vez ambas cosas. Alguien dijo que la inteligencia era la capacidad de mantener dos ideas contrarias en la cabeza. En este caso es verdad. No dudo de que haya gente que piense que esos individuos habían sacrificado su vida por una causa. Pero lo cierto es que ni siquiera la posibilidad de haber actuado por móviles generosos les libra de ser asesinos.

Suele pedirse el arrepentimiento de los terroristas. Yo les pediría la “abjuración” de sus creencias. En el origen de sus actos hay algunas creencias básicas: “Es lícito asesinar a un inocente para salvar la patria”. “Yo oigo en mí la voz de mi pueblo, de mi nación o de mi raza que me pide que cumpla con mi obligación. Esa es mi misión”. Todos los dictadores han tenido creencias parecidas.

Hitler se afirmó como único intérprete del pueblo alemán y según la teoría del caudillaje que elaboraron los meapilas del franquismo, Franco no necesitaba acudir a la consulta popular para saber lo que el pueblo deseaba. Todo el que dice que habla en “nombre del pueblo”, en vez decir, como mucho, “en nombre de un número determinado de ciudadanos” o es un impostor o tiene un peculiar síndrome de patología política, que denomino alucinación patriótica, que podría definirse como “el hecho de escuchar voces internas procedentes de una entidad política sacralizada, que incitan a cometer determinados comportamientos, y que resultan refractarias a toda argumentación”.

Estoy seguro de que los asistentes al acto de Durango creen (1) en la existencia del “pueblo vasco” o de la “nación vasca” como entidad de jerarquía superior a la de los humildes vecinos de Euskadi, (2) en que escuchan en su interior la voz de esa entidad, (3) en que esa voz les confiere una misión ineludible, (4) en que si esa misión implica matar, se mata, porque la obligación del patriota es obedecer a la voz. Estas son las creencias de las que me gustaría que abjuraran.

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