Justicia o caridad
La compasión o la caridad son las que han impulsado el devenir humano. Dejan atrás la justicia, como un formalismo a cumplir, como un terreno conquistado, y se lanzan a nuevas conquistas.
Cuando las palabras se corrompen, pierden su significado y sucede una cosa terrible: ya no podemos pensar con ellas. Surgen malentendidos, ofensas, asociaciones espurias. Eso ocurre con las palabras caridad y compasión. Caridad se confunde con limosna, y compasión se entiende como una afirmación de superioridad del que compadece sobre el compadecido. Pero la palabra caridad significa amor. Deriva de la raíz indoeuropea ka, que significaba deseo. El amor es un peculiar deseo: el de que la persona amada sea feliz. Y compasión es sentirse afectado por el dolor de otro. La justicia aparece como una clara y firme reivindicación, frente a estos sentimientos extraviados. El lema es: “No quiero caridad, quiero justicia”. La contundencia del concepto de justicia desaparece cuando queremos precisarlo, lo que hace sospechar que su uso es más retórico que real. La justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Todos aceptamos esa definición. Los problemas aparecen al definir su contenido. Hay al menos tres posibilidades: dar a cada uno lo mismo, dar de acuerdo a sus méritos, dar de acuerdo a sus necesidades. Cada una de estas alternativas tiene dos variantes: universalmente o dependiendo de la nacionalidad. Me explico. La igualdad del derecho universal al trabajo depende de la nacionalidad. El derecho universal a la salud depende también de la nacionalidad.
Consideremos el caso de los inmigrantes, ahora que tenemos cerca la tragedia de Lampedusa. ¿Qué es lo justo respecto a ellos? ¿Qué es lo que les corresponde? Mi compasión o mi caridad me dice que más de lo que la justicia les reconoce. La justicia edifica en el terreno abierto por la caridad o por la compasión. Los juristas romanos, curtidos por la experiencia, inventaron el término humanitas (lo que se pierde al ser inhumano) que designaba una “suprajusticia compasiva”. Un racionalista famoso –Jurgen Habermas– cuenta que otro racionalista famoso –Herbert Marcuse– le dijo en su lecho de muerte: “Ahora comprendo cuál es el fundamento de la ética. Es la compasión”.
La justicia marca un nivel de mínimos. La compasión o la caridad son dinamismos de máximos. Son ellas las que han impulsado el devenir humano. Dejan atrás la justicia, como un formalismo a cumplir, como un terreno conquistado. Y se lanzan a nuevas conquistas. ¡Ojalá en la Alemania nazi o en la Rusia estalinista hubiera habido más compasión! Poner como alternativa “justicia o caridad” es ser víctima de la corrupción de las palabras.
Yo quiero caridad y compasión, porque sé que ambas van a ir más allá, mucho más allá, que la justicia. Hace años, Carol Gilligan defendió frente a la ética de la justicia, la ética del cuidado. Cuando alguien cuida de otra persona supera los límites de la justicia. Tenía razón.