La saga/fuga de Puigdemont, una ópera bufa para cobardes
Puigdemont, parapetado en una retórica tramposa, ha admitido su derrota y también ha logrado que la izquierda –salvo Podemos– rechace el nacionalismo porque no es de izquierdas.
Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat, en Bruselas, porque no se ha atrevido a hacerlo en Barcelona, ha admitido, aunque envuelta en una retórica tramposa, su derrota. La aventura disparatada de Puigdemont, que un importante empresario catalán calificó en Madrid hace meses de “ópera bufa”, ha terminado sin época y sin honor. El procés puede seguir y también los anhelos de independencia de muchos catalanes, pero Puigdemont empezó a ser historia en el momento en que se subió al coche que le llevó, casi clandestinamente, a Marsella para volar hacia Bruselas y allí protagonizar el primer acto de la campaña electoral de unas elecciones que acepta. El hombre que ni tan siquiera se atrevió a hablar en el Parlamento catalán el día que votó declarar la independencia y que tampoco tuvo arrestos para proclamarla con solemnidad, elevó el disparate por encima incluso del mayor esperpento imaginado por Valle-Inclán en una comparecencia pública en Bruselas que pasará al absurdo de la historia política. Tampoco será recordada como un acto de valor de un político que sabe que él ha perdido y que intenta evitar, porque es así, la acción de la Justicia de un país libre y democrático. Todo depende del resultado de las elecciones, pero ahora Puigdemont sabe que ha perdido y que solo le queda aspirar a celebrar otra derrota, algo en lo que el victimismo catalán es insuperable.
“Políticos borrachos de vanidad empujan a su comunidad a una situación de suicidio”, dijo Alfonso Guerra en el ya lejano 2014, en el 40 aniversario del congreso del PSOE celebrado en Suresnes y que fue el origen del socialismo español moderno, con Felipe González de líder. Y si Artur Mas, quizá desde su vanidad, lideró a su partido de fiasco en fiasco electoral, Carles Puigdemont ha dejado a los suyos del PDECat al borde del abismo y a Cataluña todavía en peor posición, con huida de empresas, desplome del turismo y de la actividad económica y, sobre todo, fractura social. Proclama que acatará las decisiones de la Justicia española y que no pedirá asilo en Bélgica pero, sin embargo, de momento se queda en la capital europea. La gran incógnita es si acudirá cuando le cite la Justicia española, como ya ha hecho con Carme Forcadell y los miembros de la Mesa del Parlamento de Cataluña, que se han quedado solos y con un palmo de narices mientras su heroico líder, por si acaso, se mantiene alejado.
Un importante ejecutivo catalán, de esos que viven a caballo entre Madrid y Barcelona, entre el AVE y el puente aéreo, pronosticaba la semana pasada un final razonablemente feliz –al menos no trágico– para el enredo catalán con el argumento lapidario de que “los catalanes somos muy cobardes, confío mucho en eso”. La votación secreta para la independencia, la falta de proclamación con una mínima épica de la fantasmal República Catalana y la espantada de Puigdemont, por mucho que se adorne, apuntan que el directivo catalán tenía razón, como la tenía el empresario que calificaba el procés de “ópera bufa” y que incluso se atrevía a señalar una, la conocida obra de Rossini, Una italiana en Argel.
La enloquecida carrera de Puigdemont hacia el abismo ha logrado grandes éxitos. Si el Gobierno de Mariano Rajoy era para muchos catalanes una máquina de hacer independentistas, el expresidente de la Generalitat es ahora toda una factoría de españolismo, jaleado en medio del esperpento por fabricantes y vendedores de banderas rojigualdas. Lo ha dicho Santi Vila, que aspira a todo, Puigdemont ha llevado a Cataluña de la independencia a la preautonomía, una hazaña no menor para un líder tan independentista. Además, y también es un logro no despreciable, ha logrado que quizá por primera vez líderes de la izquierda catalana y española abandonen históricos coqueteos con el nacionalismo, porque como también decía Guerra “socialismo y nacionalismo son incompatibles”. Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, lo ha dejado muy claro, “no hay ninguna bandera de izquierdas en el secesionismo”, mientras que Francisco Frutos, ex-secretario general del PCE, en medio de banderas españolas, calificaba de “cómplice a la izquierda que va detrás del nacionalismo, suponiendo, permítaseme la ironía, que exista la izquierda nacionalista”. Otra hazaña del valiente Puigdemont. Después de años de coqueteos, dudas y una cierta complicidad estético-sentimental, ha conseguido que la izquierda se plante ante el nacionalismo, sin olvidar que también ha dejado contra las cuerdas a Pablo Iglesias y a Podemos, que no es poco. Al fondo, también resuenan como bufas las palabras de Anna Gabriel, de la CUP: “Somos independentistas sin fronteras”.
En Madrid hay quien prefiere hablar de sainete en lugar de ópera bufa. Todo es tan surrealista que hasta se abren paso teorías conspirativas de que todo es una inmensa farsa pactada entre todos para encontrar la salida a un callejón que no la tenía. José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Supremo, ha recordado que el Alto Tribunal, por tradición, aparca ciertos asuntos en los periodos electorales, mientras Santi Vila sugiere una futura amnistía para los también futuros condenados. Ya se lo dijo a algún ministro a la vuelta del verano. A los jueces, por cierto, no les hace ninguna gracia el rumor y, por eso, pueden ser más contundentes con sus actuaciones, para que nadie dude. La saga/fuga de Puigdemont, ópera bufa para cobardes.