La mentira es un arma (política) cargada de futuro
Un destacado dirigente de uno de los llamados partidos constitucionalistas cree que si no hay un cambio en la política educativa, Cataluña podría ser independiente en 15 o 20 años.
François Revel lo dejó escrito en 1988, “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. No fue un pionero en ese terreno, pero sí quizá el más contundente. Hannah Arendt, bastantes años antes ya se había planteado si en política hay que decir siempre la verdad, “ya que la mentira ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable”. La posverdad –mentira emotiva– y las mentiras azules –falsedades para justificar a un grupo–, después de todo, no son tanta novedad. Carme Forcadell, Oriol Junqueras y el resto de ex consellers de la Generalitat que ahora dicen aceptar –no tanto acatar– el artículo 155 de la Constitución para eludir la cárcel quizá coincidan con Arendt en la necesidad y justificación de la mentira en la actividad política. Junqueras, no obstante, tal vez tenga que hacer algún equilibrio con sus autoconfesadas, incluso ante la jueza Carmen Lamela, creencias y prácticas religiosas, utilizadas también como argumento de presunta inocencia. Todo muy gótico, incluso laberíntico.
Las campañas electorales, con frecuencia, se convierten en enormes monumentos a la mentira, construidos con pulcritud por los candidatos de los diferentes partidos. Pocos, por no decir ninguno, se salvan, aunque también hay quienes se pasan mucho más de la raya que otros. Marta Rovira, ungida número dos y pseudosucesora por Junqueras, cruzó todos los rubicones posibles cuando afirmó que “el Gobierno amenazó con muertos en la calle”. No ofreció más detalles de tamaña intimidación, aunque luego se ha sabido que el huido Carles Puigdemont habría hecho un comentario en ese sentido. Mariano Rajoy se limitó a torear el incidente con un “es una vergüenza; dejémoslo en que todo es falso”. La mentira como arma política. El presidente, sin embargo, fue demasiado poco contundente para bastantes en el PP, en donde las aguas, a pesar de todo, tampoco bajan calmadas. Las expectativas electorales en Cataluña siguen sin ser buenas, a pesar del entusiasmo de Xavier García Albiol, y si el resultado electoral arroja una repetición del mapa parlamentario, hay quienes se preguntan si “para este viaje hacían falta alforjas”. Hubo quien analizó las posibilidades de iniciar acciones –incluso legales– contra Rovira, pero se desestimó. Otra vez pros y contras encima de la mesa. La aplicación del 155 y convocatoria de elecciones fue un golpe de efecto, pero el encarcelamiento de Junqueras y compañía dio munición al separatismo. Ahora, en tiempos de posverdad y mentiras azules y en precampaña, perseguir las “vergonzosas” acusaciones de Rovira podía ser contraproducente y no hacerlo tampoco satisface a quienes esperan menos contemplaciones.
Las incertidumbres, alimentadas por una demoscopia de fiabilidad limitada, aumentan conforme se acerca la fecha electoral. Los populares están nerviosos, pero no son los únicos. Puigdemont, huido y libre en Bruselas, ha logrado enervar a Junqueras, recluido en la cárcel de Estremera, hasta el punto de que, en un artículo en El Periódico plantea que la lista de ERC es la “verdadera lista de país, del país real”. Y es que las maniobras de Puigdemont, además de hundir a su propio partido, a quien más perjudican es a ERC, porque disputan la misma clientela, unos votos que el jefe de Marta Rovira ya consideraba suyos.
Miquel Iceta, a quien por ahora el ambiente parece favorecerle, también está inquieto. Ha dado pasos importantes, a veces poco comprendidos por unos y otros, que necesitan reafirmación en las urnas. El PSC se juega bastante en esta cita electoral y también el PSOE y Pedro Sánchez. El camino de vuelta de los socialistas a La Moncloa incluye un tramo catalán, repleto de peligros, que hay que superar con éxito y en el que un traspiés sería letal. El primer gran objetivo es pisarle los talones a Inés Arrimadas y Ciudadanos que, aunque parte como favorita en el bando constitucional, tampoco tiene nada seguro.
El mapa electoral catalán puede cambiar poco, pero ese cambio puede ser enorme o insignificante si bailan media docena de escaños. La clave puede estar en un puñado de votos y en que voten quienes no suelen hacerlo en elecciones autonómicas. Ocurra lo que ocurra, un destacado dirigente de uno de los partidos llamados constitucionalistas –PSC, Ciudadanos y PP– vaticina que si no se adoptan medidas en la educación, en el plazo de 15 o 20 años, entonces sí, Cataluña será independiente. Hay quien pone los datos sobre la mesa. El 65% de los profesores en el Principado son separatistas, cifra que llega al 90% en Gerona. El filósofo Fernando Savater se queja de que la educación ha sido una de las grandes carencias de España hasta hace no mucho y precisa que históricamente “la enseñanza no sirvió para cimentar la unidad democrática de la ciudadanía, sino más bien para multiplicar las actitudes sectarias que desconfiaban sistemáticamente del Gobierno central de la nación”. Savater añade que “la fragmentación de las competencias educativas de las autonomías ha exacerbado lo que siempre fue una dolencia endémica en el país”. Una educación que, sobre todo, en el terreno de las disciplinas sociales –no sujetas a demostración empírica–, tampoco duda en utilizar una mentira, que desde la evocación del verso de Gabriel Celaya, se convierten en una temible “arma –también política– cargada de futuro” y tan versátil que sea capaz de convertir la DUI en solo una “declaración política”, como dice ahora Junqueras para salir de la cárcel.