Arrimadas y el voto estomacal (en ambos sentidos)
Arrimadas puede dar la gran sorpresa si, como prevén varias encuestas, suma votos procedentes del PP, de Unió e incluso de ex-votantes del PSC del cinturón industrial.
Inés Arrimadas, candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat, puede hacer historia. El resultado de las elecciones del próximo 21-D es muy incierto y en las urnas se juegan varias batallas diferentes, pero todas entrelazadas. Una victoria de Arrimadas en votos y en escaños, y es posible, sería un bofetón democrático espectacular a Carles Puigdemont y a Oriol Junqueras. A cada uno en particular y a sus formaciones políticas y al soberanismo. Los nervios, más evidentes en las filas de ERC que en las de Junts per Catalunya, indican que la líder catalana de Ciudadanos está en condiciones de dar el gran sorpasso. El huido Puigdemont y su equipo del interior, que encabeza la muy activa Elsa Artadi, concentran sus esfuerzos en imponerse a ERC y a un Junqueras que ha errado en sus cálculos políticos desde el famoso 1-O. El expresident prófugo en Bruselas se ha apuntado al carro del radicalismo, que es tan efectivo con sus forofos y con independentistas dudosos entre Junts per Cataluña y ERC como para llevar votos antisoberanistas al zurrón de Arrimadas.
La posible, pero siempre difícil, victoria de Arrimadas no garantizaría, ni mucho menos, que pudiera gobernar, ni tan siquiera que lo hiciera el bloque constitucionalista. Sin embargo, rompería el discurso independentista y, desde luego, colocaría en más apuros de los que ya tienen a Puigdemont y Junqueras, cuyo horizonte penal, digan lo que digan las urnas el 21-D, es bastante oscuro. Las opciones de Arrimadas aumentan porque en los últimos días, en los tracks, los minisondeos que realizan prácticamente todos los días los partidos, se ha detectado un aumento de la intención de voto a la candidata de Ciudadanos. Todavía más, en la provincia de Gerona, varios ediles y exediles del PP comentan en privado que, ante las nulas perspectivas de que los populares obtengan algún escaño en esa circunscripción están dispuestos, por esta vez, a votar a Inés Arrimadas. Es un voto útil, pero como explican es, sobre todo, un voto con el estómago.
Miquel Iceta y el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) hicieron una operación muy bien acogida inicialmente. Los socialistas catalanes incluyeron en sus listas a Ramón Espadaler, procedente de Unió, el partido que lideró Josep Antoni Duran i Lleida hasta su debacle electoral tras su ruptura con Convergència, como reclamo para captar al electorado nacionalista más moderado. Es decir, votantes catalanistas, pero no independentistas. El propio Duran i Lleida, que siempre se ha definido como democristiano catalanista, anunció que votaría al PSC. En principio, la iniciativa fue acogida con simpatía en la clientela tradicional de Unió. Sin embargo, con el paso de los días y la radicalización de la campaña por parte independentista, históricos votantes de Unió, a quienes a pesar de todo les rechina algo lo del PSC, apuntan que, aunque sea por una única vez, podrán votar a Arrimadas para frenar los delirios de Puigdemont y Junqueras. Es probable, casi seguro, que jamás volvieran a votar a un partido que presume de jacobino como Ciudadanos, pero hay circunstancias extremas y hay muchos electores para los que ahora no valen las medias tintas, y algo similar ocurre en el bando independentista.
La estrategia de Arrimadas y Ciudadanos persigue no generar rechazo entre posibles votantes, aunque sean antagónicos entre sí. Por eso, Albert Rivera, con un perfil mucho más marcado en Cataluña, ha tenido menos protagonismo del que parecería lógico para el líder del partido. Las encuestas también han detectado –y si se confirmara sería otra pequeña revolución– que el voto de lo que históricamente se conocía como “el cinturón industrial rojo de Barcelona”, que durante años votó a los socialistas y en las últimas generales a la versión catalana de Podemos, liderada por Xavier Domènech, también se plantea decantarse por Arrimadas. Otra versión, en definitiva, del voto estomacal, que se fundamenta en que Catalunya en Comú-Podem –Colau, Domènech e Iglesias, en definitiva– tampoco ofrecen garantías ante el independentismo. Y ya hay gurús demoscópicos que intentan establecer una especie de paralelismo –con muchos matices– entre lo que sería el voto obrero que habría apoyado a Marine Le Pen como rechazo a otras alternativas y el que abandonaría a la izquierda más radical y tibia con el independentismo para refugiarse –quizá también por una sola vez– en lo que sería el factor Arrimadas. Todo muy de vísceras, claro.
Puigdemont y Junqueras, en la orilla independentista y cada uno por su lado, cuentan, sobre todo, con el voto estomacal de sus partidarios más convencidos. Todo en un escenario en el que los líderes soberanistas y los aparatos de sus partidos son más radicales que sus votantes y militantes. Junqueras, además, desde la cárcel, rumia sus errores y teme un fiasco en las urnas. Tenía ganadas aquellas elecciones que ERC, tras el 1-O, evitó que convocara Puigdemont. Pensaba también que la prisión le daría votos. Ahora, todo está en aire para el líder de ERC que, además, señaló como sucesora a una Marta Rovira que, víctima de sus enormes limitaciones, ha tropezado a las primeras de cambio. Es el río revuelto en el que intenta pescar el prófugo Puigdemont, al que lo único que le sirve es que su lista gane en votos y escaños con sufragios no menos viscerales. Todo está muy abierto y todo es posible, hasta la victoria de Arrimadas, incluso con algo de margen, en votos y escaños. Los catalanes deciden el 21-D.