La destreza para afrontar un interrogatorio judicial no se improvisa, y son diversos los géneros psicológicos y retóricos con que, a veces de modo innato, están dotados algunos comparecientes.

Muy poco tiene que ver aquel tiempo, hace casi sesenta años, en que el sacerdote vasco José María Arizmendiarrieta fundase el grupo cooperativo Mondragón, con 80.000 trabajadores y casi 300 empresas.

Por mucho que el diplomático catalán Jorge Moragas se manifieste, desde el silencio, complacido en ser la sombra de Mariano Rajoy, la realidad se impone y es difícil mantener el estatus del poder.

Al margen de trámites judiciales, marcados en los códigos en que también se da por hecho que todos los españoles son iguales ante la ley, al gentío le va la marcha, ansiedad o fanatismo.

Terminar con las duplicidades, aplicar reformas razonables a las distintas administraciones, eliminar costosas reiteraciones que siempre se invocan cuando azota la galerna de la escasez.

Toda elección implica numerosas renuncias, de ahí que meter las manos en el pecho de la plural y heterogénea España para que afloren diez personas que hayan destacado en el año que declina sea una operación que necesita objetividad cabal y un punto de osadía.

La vida de un político y la de un escritor son diferentes por oficio e incompatibles por naturaleza. La agitación del primero, siempre en celo por exigencias del Poder, que debe conquistar o conservar, contrasta con el sosiego del segundo.

España es un país en que, cuando sucede lo peor, quienes lo consintieron dicen que aquello se veía venir, y cuando un viandante ayuda a en un paso de cebra a un ciego se comenta que, en el fondo, el pueblo es honrado y misericordioso.