Viaje al corazón de Rusia

17 / 07 / 2015 DPA
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Los obreros trabajan en la renovación del gigantesco estadio Lushniki para el Mundial de 2018.

Trabajadores en las obras de construcción del estadio de Rostov del Don.

A la espalda de Vladimir Ilich Ulianov se lleva a cabo una operación a corazón abierto en el fútbol ruso. Tras la enorme estatua de Lenin, en un meandro del Moskva, los obreros trabajan en la renovación del gigantesco estadio Lushniki para el Mundial de 2018. 
Las grúas y excavadoras se ubican donde dentro de tres años, el 15 de julio de 2018, se disputará la final de la Copa del Mundo. Inmensas vigas de acero ocupan el lugar del futuro campo de juego y las viejas tribunas parecen dinamitadas.
El estadio moscovita, en el que se invertirán 660 millones de euros (723 millones de dólares) para su remodelación y que albergará el partido inaugural y la final, es un objeto de prestigio para el polémico Mundial en el imperio del presidente Vladimir Putin.
Pero quien desee entender el alma futbolística rusa en tiempos de los escándalos de corrupción en la FIFA y la crisis ucraniana debe viajar a las provincias.
Llevados por el orgullo y las emociones, las 11 sedes del torneo viven ya la fiebre del Mundial, mucho más que en el mismo punto en países con historia grande en el fútbol como Alemania 2006 o Brasil 2014.
"Treinta y cinco millones de rusos comprarían ahora mismo encantados una entrada", destacó el alcalde de Sochi, Anatoli Pajomov, para quien el Mundial es un "hito en la mentalidad y los corazones de la gente".
Otros políticos locales esperan otros efectos profanos del evento. "No quiero que nunca más me pregunten en el extranjero dónde está Nishni Novgorod", dice Valeri Shanzev. 
El gobernador de la región con 3,3 millones de habitantes, unos 400 kilómetros al este de Moscú, expresa así la esperanza de muchas personas más allá de las grandes ciudades de Moscú y San Petersburgo, que también quieren ser centro del foco del 14 de junio al 15 de julio de 2018.
Un enorme logo del Mundial cuelga sobre el histórico muro de la ciudad de Nishni. Del estadio, sin embargo, todavía no se ve mucho. No lejos del Volga surgen del suelo hasta ahora solo un par de columnas de cemento.
En el baloncesto, el club local logró entrar en la élite europea. "Jugamos contra el Real Madrid, eso es algo que me gustaría también un día en fútbol", dice el segundo de Shanzev, Dmitri Svatkovski, un tipo robusto, del estilo de Putin, aunque al menos una cabeza más alto que el jefe del Kremlin.
En Nishni Novgorod deberán aún esperar bastante a una visita del club blanco y Cristiano Ronaldo. El club local, el Volga, juega sólo en la segunda división. La pregunta de cómo piensa llenarse el estadio de alrededor de 45.000 asientos tras 2018 se esquiva con una buena dosis de optimismo.
Vladimir Leonov lo tiene más fácil. El ministro de Juventud y Deporte de la república de Tartaristán puede presumir de una ciudad deportiva como Kazán. Sede del Mundial de natación de 2015, la urbe alberga también al Rubin, club de fútbol que jugó ante el Barcelona en la Champions League. 
"Lloré de alegría cuando fuimos elegidos como sede en 2018", asegura Leonov, a quien se adjudican ambiciones para suceder al ministro de Deportes ruso, Vitali Mutko. 
Su presentación la hace en un inglés sin errores. Sólo cuando tiene que confrontarse con preguntas incómodas sobre las críticas desde la vieja Europa y las acusaciones de corrupción y racismo tiene que contenerse.
"No es mi competencia responder a eso. Miren a su alrededor. Podemos empezar mañana con el Mundial", asegura.
Pero la situación no es tan buena en todo el país. La reducción presupuestaria ordenada por el gobierno de 30.000 millones de rublos (casi 500 millones de euros) afecta a los preparativos. El dinero destinado al Mundial está aún en 631.500 millones de rublos (unos 10.200 millones de euros), pero hay expertos que cuentan con gastos bastante más elevados.
La concesión del Mundial y los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi impulsaron la confianza de los rusos. Una retirada de la Copa del Mundo sería recibida como una ofensa. 
"Debería tomarse una cerveza caliente contra su enfriamiento", responde Serguei Tuzin, vicealcalde de Ekaterimburgo, con un golpe de ironía a las preguntas críticas de un periodista inglés. 
En el este más lejano, ya en los Urales, la ciudad de Ekaterimburgo construye un estadio mundialista rodeados de columnas históricas. 
La sostenibilidad del recinto se justifica en que los 35.000 asientos de la Central Arena, un número ya de por sí bastante bajo, se reducirá aún más hasta 23.000 tras el evento. Más personas no van al fútbol en la Siberia occidental.
La ciudad fundada por el zar Pedro I en el siglo XVIII, en la que en 1918 fue asesinado con su familia el último Romanov, el zar Nicolás II, es símbolo de una selección de sedes mundialistas criticada en Rusia.
Interesante sin duda histórica y turísticamente -como también Kaliningrado-, desde el punto de vista futbolístico tiene claras desventajas respecto a una ciudad como Krasnodar, que pese a tener dos clubes en primera división, fue descartada. Putin, según los críticos, se decantó por los lugares de prestigio.
En todo caso, el Ural Ekaterimburgo juega en la Premier rusa. Además de Nishni Novgorod y Kaliningrado, ni Sochi ni Volvogrado tienen equipos en la élite. Es decir, más de un tercio de las sedes carecen de fútbol del máximo nivel en la ciudad. El nepotismo y los acuerdos bajo mesa, aseguran los críticos, tuvieron su influencia en el reparto.

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