La confusión

06 / 09 / 2017 Alfonso Guerra
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La reacción de partidos y autoridades ante los atentados yihadistas en Cataluña ha permitido comprobar que la confusión política sigue reinando en España.

Pancarta contra el Rey en la manifestación contra el terrorismo de Barcelona. Foto: Quique García/Efe

Mediado el mes de agosto tenía la intención de escribir esta colaboración con la revista TIEMPO abordando la confusión política que domina el momento en España. Pero los atentados terroristas en la Rambla de Barcelona y en Cambrils hicieron cambiar mi propósito; había que escribir sobre lo sucedido en Cataluña. La reacción de las autoridades de la Generalitat y de los partidos políticos me hizo ver que no estaban tan distantes uno y otro asunto. Sigue reinando la confusión.

Las posiciones políticas en Cataluña, y aun en España, están mediatizadas por la de un grupo de nihilistas ignorantes agrupados bajo las siglas CUP. Ellos lanzan la piedra y todos los demás se mueven alrededor de la pedrada, para apoyarles, condenarles o hacer como que les condenan pero apoyando sus acciones. ¿Cómo explicar que un reducido grupo de personas, claramente insolventes y enemigas de las instituciones, estén marcando el paso de la política?

En Cataluña los partidos políticos han actuado como en el juego infantil en el que todos se sientan en un banco y la llegada del último obliga a empujar al resto hasta que sacan a uno del banco. En la etapa de Pasqual Maragall al frente del PSC, este dio un paso hacia el nacionalismo, lo que obligó a Convergència a dar un paso más, lo que generó en Esquerra Republicana de Catalunya la tentación de ir directamente a la independencia en sus propuestas. Pero siempre hay alguien que apuesta doble, y así aparece CUP, que les moja la oreja a todos en el dominio del nacionalismo.

Han contado, además, con la inapreciable colaboración de Podemos, aunque este pasa ahora por una transmutación insólita, han pasado de considerar al PSOE representante genuino de la “casta”, a babear porque el dirigente socialista les ha llamado “socio preferente”; eso al menos es lo que cuenta Pablo Iglesias Turrión. En este juego de posiciones todos bailan, porque los vicios en política se contagian. Las aberraciones están a la orden del día en este mar de confusiones. Antonio Machado, españolista y anticatalán, Quevedo y Lope de Vega, franquistas; los debates se abren y se cierran durante los congresos de los partidos, y por ende habrá que permanecer sin opinión, sin pensamiento, cuatro años hasta la celebración del siguiente debate (congreso). No, es al revés, cuando se cierra un congreso de un partido democrático se abre el debate que durante años permitirá la actualización de las posiciones. Los días de congreso son para tomar decisiones, los debates han de ser continuos y abiertos, si se trata de un partido democrático. Sin embargo, desde la dirección de un partido se abre un debate para exonerar de sus crímenes a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. Pero volvamos a la realidad española.

Tras los terribles asesinatos en Cataluña, casi todos insisten en que nada tiene que ver con el islam, pero responden a la yihad, los asesinos profieren gritos en loor de Alá. Cierto que no se puede culpabilizar a los musulmanes en general, pero de ahí a sostener que no tienen relación con el islam media un abismo.

Dada la gravedad de los hechos el presidente del Gobierno de España se trasladó a Barcelona para dirigir la investigación y mostró su solidaridad con las víctimas. Fue sometido a una humillación evidente, se le ninguneó, se le invitó a una reunión de la Consellería de Interior. Un amigo catalán expresó su seguridad de que ahora ya respondería Mariano Rajoy con una actitud más clara. ¿Es posible concebir un país que “delegue” la lucha antiterrorista globalizada a la Policía de una entidad de ámbito regional?

Con todos los respetos que merece toda fuerza de seguridad, no parece responsable que el mando de la lucha contra el terrorismo internacional se residencie en una Policía sin suficiente experiencia en ese terreno. Basta relatar la reacción del jefe de la unidad de los Mossos que investigaba la explosión de la casa de Alcanar cuando se personó la juez competente y le expresó su convicción de que aquello era un asunto grave, posiblemente ligado al terrorismo y no a la droga. La respuesta del jefe de los Mossos debería hacernos temblar: “No exagere, señoría”.

Organizada una manifestación para expresar el rechazo a los atentados de todo el pueblo catalán, el Rey anuncia su presencia (un gesto de valentía) y el Gobierno entero le secunda. La organización de la marcha inventa una cabeza de Mossos d’Esquadra, bomberos, enfermeros, taxistas, con el objetivo de que no sea el Rey quien presida una marcha en Cataluña, y le rodean de jóvenes musulmanas.

El nacionalismo catalán ha saboteado una manifestación de solidaridad con las víctimas del crimen, silbando e insultando al Rey, al Gobierno de España. Los hipócritas salían en tromba a decir que las personas ejercían su libertad de expresión. Como si fuéramos todos tontos. Los miles de carteles contra el Rey habían sido impresos ¿Quién los encargó en la imprenta? ¿Quién los pagó? Todos sabemos que es una operación organizada y ejecutada por las asociaciones financiadas por los nacionalistas que ocupan la Generalitat.

Porque los dirigentes nacionalistas no tenían intención de mostrar el rechazo al terrorismo. Su interés está en rechazar todo lo español. Pero “comerciar” su nacionalismo con quince cadáveres es la más repugnante muestra del carácter inmoral del proceso soberanista.

La actual generación de nacionalistas no acepta la “conllevanza” de la que hablaba Ortega y Gasset. Ellos solo quieren el golpe de Estado en una parte de España, no en toda ella. Solo en eso se diferencian de los golpistas del 23 de febrero de 1981, y en que los abstemios en materia nacionalista (“abstenerse entre nuestros derechos y los radicalismos que pretenden desmontarlos es ser un cínico o un imbécil”. Fernando Savater) no los critican de manera clara.

Rajoy creyó que su técnica del “quietismo” le sería útil también en el asunto catalán, pero no. Rajoy debe actuar sin miedo a los mentecatos que se escandalizan por la aplicación de un precepto de la Constitución.

La evolución del nacionalismo golpista –son los únicos delincuentes que anuncian y presumen de sus fechorías– prueba que la estrategia seguida hasta aquí, la de concesiones continuas, no propicia un cambio en la actitud de los nacionalistas, sino que les fortalece en sus propósitos fuera de la ley.

A cualquier persona sensata, ¿no le resulta extraño que se clame (con razón) contra los que hacen pintadas en las paredes de las mezquitas y no se inmuten cuando una diputada del Parlament acusa al jefe del Estado de ser culpable de los asesinatos y de financiar al yihadismo? ¿Es posible que ningún fiscal, ningún juez, se haya enterado de esas declaraciones?

Da la impresión de que Mariano Rajoy no sabe qué es lo que hay que hacer, y los partidos políticos creen cumplir con el principio de lo políticamente correcto quitándole hierro a las actitudes totalitarias de los nacionalistas catalanes.

El nacionalismo ha practicado una política de propaganda continua, sistemática, durante años, con gruesas mentiras, con acusaciones permanentes a España y los españoles, sin que los partidos políticos y los dirigentes constitucionalistas hayan dado respuesta.

Ahí hay una urgente e intensa tarea, porque la batalla que no se da, es batalla perdida.

Si quieren verlo con mayor claridad, lean, por favor, el extraordinario libro de María Elvira Roca BareaImperiofobia y leyenda negra.

Grupo Zeta Nexica