En estado de red
Sería tan disparatado negar las posibilidades beneficiosas de la red, como lo sería negar las ventajas de la convivencia y comunicación humanas.
La Ciencia de la Evolución de las Culturas en la que trabajo nos dice que, a lo largo de la historia, los seres humanos hemos ido valorando cada vez más la individualidad. En las culturas primitivas, la comunidad, la tribu, estaba siempre por encima de los individuos. Nuestros sistemas normativos se basan en los derechos y las responsabilidades personales. Sin embargo, los psicólogos sociales conocen bien que personas responsables pueden entrar en un peculiar estado, que denomino “estado de masa”. Gustave Le Bon estudió el sorprendente hecho de que personas inteligentes, razonables y libres, pueden actuar de manera inesperada cuando se integran en una multitud. Mientras se encuentra en ese estado, el individuo pierde su identidad, sufre un contagio emocional y se halla en estado de sugestibilidad. Le Bon critica duramente esta situación: “Por el solo hecho de formar parte de una multitud, el hombre desciende varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizá un individuo culto; en multitud, es un individuo instintivo y, por consiguiente, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad, y también el entusiasmo y los heroísmos de los seres primitivos”.
Quede claro que Le Bon no condena la comunicación, ni la colaboración, ni la convivencia libre. Lo que teme es la pérdida de racionalidad y libertad de las personas que se sitúan en “estado de masa”.
Las nuevas tecnologías están produciendo un importante cambio en nuestro modo de relacionarnos. Siempre hemos vivido en redes familiares, ciudadanas, profesionales y religiosas. Ahora vivimos en unas redes virtuales superpuestas, que ocupan un lugar cada vez mayor en nuestras vidas, hasta el punto de que comienza a preferirse la vida virtual a la real, como ha señalado Sherry Tucker, una psicóloga de la tecnología del MIT, en dos libros notables: Alone Together y Reclaiming Conversation.
Este asunto merece un detenido estudio, porque el fenómeno irá posiblemente a más. Sería tan disparatado negar las posibilidades beneficiosas de la red, como lo sería negar las ventajas de la convivencia y comunicación humanas. Pero conviene percatarse de que, así como las personas en “estado de masa”, resultan imprevisibles y sugestionables, las personas en “estado de red”, pueden sufrir perjuicios similares. Propongo llamar personalidades reticulares a las que están demasiado tiempo en “estado de red”. ¿Cuáles serían sus rasgos principales? (1) Lo que he denominado “hiperactividad informativa”, que es la necesidad de estar recibiendo continuamente mensajes y respondiendo a ellos; (2) la impulsividad en la respuesta; (3) la dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual, que ha dado lugar al fenómeno de la postverdad; (4) una difuminación del “yo personal” y de la intimidad, a favor de una hipertrofia del “yo social”, que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red. ¿Se le ocurre algún rasgo más?