El desengaño
El desengaño deriva de un engaño hecho con malicia, lo que provoca un sentimiento de despecho.
Cuando escribí Diccionario de los sentimientos, me sorprendió la profundidad con que el lenguaje analiza el alma humana. Cada palabra abre un camino para la comprensión. Hay tres vocablos que describen la actual situación de muchos independentistas catalanes: desilusión, desencanto, desengaño. Las tres tienen una estructura léxica parecida. Designan la triste salida de una situación deseable. Lo que resulta paradójico en estos sentimientos es que ese lugar atractivo del que uno se aleja es el engaño, la ilusión y el encanto. Y lo hace para volver a la realidad. Lo que debía considerarse beneficioso –liberarse del error– se vive como desdicha. En el fondo de nuestra lengua hay un concepto pesimista de la realidad. Ya lo escribió Quevedo: “La realidad, que es mucha y mala”. Por ello, es preferible vivir en el engaño, la ilusión, el encantamiento. A pesar de su semejanza, el diccionario atribuye al “desengaño” una característica ausente en la desilusión y el desencanto. Deriva de un engaño hecho con malicia, lo que provoca un sentimiento de “despecho”, la furia sobrevenida al saberse estafado.
Gran parte de los independentistas sienten las emociones que he mencionado. Les habían prometido que su objetivo estaba al alcance de la mano, y ahora piensan que sus dirigentes habían jugado de farol, que sabían que no era posible lo que les prometían, pero que aún así seguían alimentando el engaño, la ilusión, el encantamiento. Napoleón Bonaparte decía que el político tiene que vender esperanza, pero esta habilidad se convierte con frecuencia en fullera. Estos días se ha repetido muchas veces que los dirigentes soberanistas vivían en una “realidad paralela”. Esto no deja de ser un eufemismo. No hay realidades paralelas. Solo hay realidad y ficción.
Podemos considerar que lo sucedido en Cataluña es un fenómeno posmoderno. El posmodernismo sustituye la realidad por el discurso, los sucesos por el relato, la verdad por la posverdad, los hechos por los hechos alternativos, el argumento por el “me gusta”, la razón por la emoción. El populismo, que también es posmoderno, ha añadido el concepto de “significantes vacíos”, proteicos, indefinidos. La tentación de vivir en la ilusión, en el encantamiento, en el sueño, en el engaño es muy fuerte. Luis Cernuda cantó el poder imaginario que tienen las emociones: “Bien sé yo que esta imagen / fija siempre en la mente / no eres tú, sino sombra / del amor que en mí existe / antes que el tiempo acabe”.
Contra esta tentación solo hay un antídoto: esforzarse por mejorar la realidad. Una de las más nobles funciones de la inteligencia es descubrir posibilidades en ella. Hasta ahora, todas las dialécticas nacionalistas se han basado en lo que se llama “juego de suma cero”, en el que hay un ganador y un perdedor. Siempre ha resultado un juego de suma negativa, en el que perdemos todos. En este momento, necesitamos desarrollar el suficiente talento político para organizar la convivencia como un juego de suma positiva, win-win, en el que todos ganemos. Esa es la dirección en la que han evolucionado todos los sistemas políticos. Soy consciente de que la dialéctica entre los partidos también es un juego de suma cero. Todos desearían aniquilar al adversario. En el fondo piensan: ¡qué bien gobernaría si no tuviera oposición! Una de los aciertos de la Transición fue permitir que todos resultaran beneficiados por los acuerdos. Esperemos que la inteligencia política retoñe de nuevo.