Choque de emociones
Los políticos saben que una de las formas de ejercer el poder es mediante el cambio de creencias.
Todos los nacionalismos tienen un fuerte contenido emocional. El catalán y el español, también. En momentos de efervescencia, las pasiones identitarias se intensifican. Mal asunto, porque ante el incendio emocional es muy difícil abrir la manguera de la razón. Sobre todo cuando esas emociones se hacen masivas. Quien experimentaba cierta atonía resulta estimulado por la emoción ambiental. En ese momento, las personas momentáneamente se sitúan en estado de “fusión emocional”. De la misma manera que el agua puede estar en estado gaseoso, líquido o sólido, los seres humanos pueden estar en estado hiperindividualizado, relacional o de “fusión emocional”. Este último se da en casos de entusiasmo deportivo, musical, religioso, político... Se trata de una emoción transfiguradora, casi extática, en la que momentáneamente se experimenta un sentimiento de plenitud. Y ya decía Séneca que lo que caracteriza a la felicidad es su intensidad. El domingo, en Cataluña, mucha gente vivió la experiencia de votar como una acción de colaborar en algo grande. Cuantos más obstáculos tenía que superar, más compleja y fuerte fue la emoción. La pesada rutina de la vida desapareció por unas horas aligerada por el atractivo de una ilusión. Cuando el ser humano se siente capaz de algo, experimenta una gran alegría, escribió el sabio Espinosa. Una feliz sensación de omnipotencia achica todas las dificultades: nada puede oponerse a la voluntad de un pueblo. El pueblo fusionado se siente invencible. Ya se sabe que el amor lo puede todo, ¿o no?
Esta experiencia emocional vuelve poderosa y vulnerable a la persona. Poderosa, por la energía que despierta. Vulnerable, porque ese estado de fusión desactiva momentáneamente la capacidad crítica. Los políticos saben que una de las formas de ejercer el poder es mediante el cambio de creencias y de emociones de la gente. También lo saben los predicadores de todo tipo. Los “Ejercicios espirituales” de san Ignacio de Loyola, son un minucioso y eficaz programa de adoctrinamiento emocional. La indignación, el entusiasmo, el resentimiento, el odio, son emociones muy fuertes y fácilmente manipulables. David Hamburg, de la Universidad de Stanford ha señalado que los dictadores, los demagogos y los fanáticos religiosos pueden jugar hábilmente con las frustraciones reales que las personas experimentan en tiempos de dificultades económicas y sociales severas. En su obra Learning to Live Together ha estudiado la pedagogía del odio como método político. El historiador Klaus Fischer, en su libro Nazi Germany. A New History, describe el sistema de adoctrinamiento educativo del régimen nazi. Una ley de 1936 obligó a todos los niños y niñas alemanes (de 10 a 18 años) a pertenecer a las Juventudes Hitlerianas para ser educados física, moral e intelectualmente, y promover su servicio al Estado. El método consistía en eliminar el pensamiento crítico y hacerles sentirse unidos por el odio a un enemigo.
Nos esperan tiempos agitados. Me parece importante que todos reconozcamos nuestra vulnerabilidad ante las pasiones políticas, la facilidad con que pueden manejarnos. Debemos dejar que se enfríe el hervor para dejar así espacio a la razón, que es una fuerza poderosa para alcanzar el conocimiento, pero extremadamente frágil cuando trata de guiar los comportamientos humanos. Como decía Voltaire, la razón es aquello a lo que los seres humanos hacen caso cuando están tranquilos.