Campaña contra la verdad
Desacreditando a los periodistas y los expertos, Trump elimina a los intermediarios que podrían ejercer el pensamiento crítico y halaga a los ciudadanos diciéndoles que ellos son los que hacen la verdad.
La verdad es un contrincante riguroso y siempre ha habido movimientos para desacreditarla. Los tres grandes maestros de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud– desconfiaron de cualquier pretensión de verdad. El posmodernismo sostuvo que todo lo que pensamos es una creación social, de la que no podemos salir. Una consecuencia del “posmodernismo” es la “posverdad”, que este año ha irrumpido en el mundo de la política.
Posverdad significa que la mentira no existe, porque la verdad es inalcanzable. Solo hay distintas interpretaciones de las cosas, “hechos alternativos”. Según Newsweek, ha aparecido la “post-factual era”. Se legitima el spin (giro), palabra que designa una forma de propaganda que cambia la interpretación de un suceso para persuadir al consumidor. La primera alarma sonó tras el brexit, que ganó basándose en informaciones falsas, aceptadas por la ciudadanía. Michael Gove colaboró al descrédito del conocimiento, cuando afirmó: “En este país la gente está harta de los expertos”. La campaña de Donald Trump fue la segunda alarma. Politifact, una organización independiente que hace fact-checking –lo que hace en España Ana Pastor en El objetivo– revisando 169 afirmaciones de Trump durante la campaña electoral encontró que 129 eran falsas. La respuesta de Trump fue calificar a los fact-cheking de algo propio de los medios elitistas que están fuera de la realidad. El principio básico del trumpismo es: “Ya no existe nada parecido a un hecho, porque una cosa es verdadera si la suficiente cantidad de gente cree en ella”. Inmediatamente después de jurar su cargo, Trump ha hecho una nueva descalificación de la prensa, tildándola de deshonesta.
En España, de alguien cuyas opiniones nos repugnan decimos que es tonto. A mí, Trump lo que me parece es demasiado listo y por eso peligroso. Lo que consigue con el descrédito de los expertos, los periodistas, los intelectuales, es eliminar a los intermediarios que podrían ejercer el pensamiento crítico, y halagar a los ciudadanos diciéndoles que ellos son los que hacen la verdad. El paso siguiente es afirmar que él es el único que los comprende y por lo tanto es su vocero.
De esta situación debemos sentirnos todos culpables. Los periodistas, porque están confundiendo información y opinión, y los periódicos quieren cuota de poder; los expertos, porque, sobre todo en economía, han fingido certezas que no tenían; los filósofos, porque han jugueteado con la verdad, cayendo en un escepticismo culto y erudito; los docentes, porque no hemos sabido inculcar el pensamiento crítico; las religiones, porque han fomentado el dogmatismo y la credulidad; los políticos, porque han pensado que la democracia es un método para alcanzar la verdad, cuando es solo un modo de distribuir el poder; las nuevas tecnologías, porque han infectado –viralizado– la comunicación. No podemos echar la culpa a Trump, porque es una criatura que hemos alumbrado entre todos.