La hora de la Cataluña dormida
Una parte del futuro está en manos de esa porción del constitucionalismo que siempre falla en las elecciones autonómicas catalanas.
Habrá quien piense que este no es el mejor momento para ser políticamente incorrecto, pero yo creo que sí, que es obligado decir ahora, cuando aún se está a tiempo, algunas cosas. Antes de que volvamos a caer en el pozo de las lamentaciones por no haber hecho cada cual lo que tenía que hacer. Y es que para afrontar con la conciencia tranquila las trascendentales elecciones del 21 de diciembre en Cataluña, y con razonables expectativas de que ese día represente un antes y un después en esta deriva autodestructiva, debiéramos todos reconocer los errores cometidos, y no solo limitarnos a descargar todas las culpas sobre los responsables principales, pero no únicos, de esta dramática crisis de convivencia: los ideólogos y ejecutores del golpe secesionista.
Porque hay también culpables por omisión, empezando por los catalanes no independentistas que sistemáticamente se han quedado en casa cada vez que en las autonómicas eran llamados a las urnas. Centenares de miles de ciudadanos que se sentían y se sienten tan o más españoles que catalanes y que durante décadas se desentendieron de unas elecciones que no consideraban suyas, y que con su desinterés regalaron al nacionalismo la gestión cotidiana de lo más cercano e inmediato, el control del enorme presupuesto de la Generalitat, y con ello la oportunidad de constituirse en poder absoluto, como hicieron, y a partir de ahí en impune administrador, vía tres por ciento, de sistemáticos ventajismos electorales; en instigador y agente de un sistema educativo discriminatorio y en ocasiones excluyente; en dueño y señor de los medios de comunicación públicos, convertidos, salvo excepciones poco duraderas, en indisimulados testaferros del secesionismo en sus diversas versiones y en el descarado brazo propagandístico de un preocupante delirio colectivo.