Entre la madurez de la Constitución y la adolescencia de los políticos
La Carta Magna ya es adulta, no así una clase política que parece empeñada en regresar a la infancia.
Hay quienes sugieren que la Transición fue una carambola, una “chapuza”. Textual. “En el mejor sentido de la palabra”, matizan. Tras morir Franco no había plan, ni A, ni B, dicen. Se tenían claros, eso sí parece concederse, los objetivos: instaurar una democracia sólida en España para que fuera admitida cuanto antes en el exigente club de las democracias europeas más avanzadas; y dos, alejar para siempre del ámbito de las decisiones políticas la asentada tentación entre españoles de resolver los problemas por medio de las armas. ¡Pues menos mal que no había plan!
Cosa distinta es que el tal plan sufriera abruptos frenazos, sorpresivos acelerones, violentos sabotajes, cambios de rumbo aparentemente inexplicables. Pero haberlo, lo había, y lo que nunca se ha dicho es que salió mejor de lo inicialmente previsto, probablemente como consecuencia de un factor que los que creían manejar en aquel trance los tiempos, custodios de un franquismo agonizante, nunca tuvieron en cuenta: su lejanía de la sociedad española, su desconocimiento de la realidad y las corrientes de opinión emergentes en Europa. Una vez decididos los primeros pasos, aquello que se dio en llamar “apertura”, no había vuelta atrás. Los hombres (y alguna mujer) a los que el rey Juan Carlos encargó la conducción del tránsito se vieron sobrepasados. Podían haber elegido reprimir una vez más los deseos de cambio, pero inteligentemente optaron por subirse al carro. La otra parte, aquella que venía de la clandestinidad o, en los últimos arreones del franquismo, de la alegalidad, acertó en la interpretación de lo delicado del contexto, y se dispuso a ayudar. Un ejemplo: la moderación demostrada en aquellos años por el PCE de Pasionaria y Santiago Carrillo, que algunos que no se han ganado el derecho de ser citados junto a nombres tan relevantes han llegado a calificar de “engaño a los militantes”, fue fundamental para consolidar un proyecto unitario de recuperación de la democracia. (Abro aquí un paréntesis para decir que a la figura de Carrillo no se le ha hecho toda la justicia que merece. Carrillo forma parte de la santísima trinidad de la Transición. Junto con el entonces Rey y Adolfo Suárez. Sin su autoridad y su clarividencia las cosas habrían sido de otro modo, seguramente más penosas y tardías. Hora es que se le vaya haciendo en la historia el hueco que todavía se le niega).
Sin liderazgo no hay reforma
Sucedió, en definitiva, que unos y otros supieron identificar las prioridades y urgencias, y de común acuerdo, con generosidad, renuncia y desdeñando lo superfluo, establecieron los cimientos del edificio común, hasta el punto de que no es exagerado decir que no hay antecedentes históricos de logro semejante, de un deseo de concordia tan extendido, profundo y verticalmente compartido. Sucedió, en memorable confluencia astral, que compartieron época y circunstancia políticos competentes, juiciosos, plenamente conscientes del momento y de la oportunidad; y de lo que la gente esperaba de ellos. Han pasado casi cuatro décadas de aquellos trances excepcionales. España es hoy una nación mucho más libre y próspera.
El PIB por habitante ha pasado de 3.000 a 28.000 dólares. La esperanza de vida, de 74 a 83 años. Nos morimos solo un poco antes que los japoneses, que son los que más duran. La mayor parte de las variables que sirven para medir el bienestar de un país y el grado de satisfacción de sus habitantes han superado, en clave de mejora, todas las expectativas. La mayor parte, pero no algunas que son determinantes; en todo tiempo y circunstancia. La calidad de la política y de nuestros políticos, por ejemplo. En eso hemos ido a peor; a mucho peor. La Constitución se ha hecho mayor, a pesar de lo cual resiste bien el paso del tiempo. Ahora, un sector de la política parece haber concordado la necesidad de su reforma. Y puede que la pretensión sea razonable. Mas la condición esencial para acometer tan delicado propósito debiera ser ampliar la base de apoyo sobre la que se asienta el texto actual. Lograr un respaldo aún superior al del 78. Y no se atisban ni la generosidad, ni la lucidez, ni los liderazgos necesarios para abordar tamaña tarea.
Procés
Desmontando embajadas
Tras la aplicación del 155 los distintos departamentos ministeriales parecen haberse hecho con el control de las consejerías de la Generalitat sin grandes dificultades. La tarea más lenta y compleja es la de Exteriores, que se está encontrando con más problemas de los previstos a la hora de culminar el cierre de las embajadas catalanas en el extranjero, debido en algún caso a la falta de colaboración del embajador.
La embajada catalana en Bruselas