El vendido
Una semana después del triunfo de Trump, la gala literaria más importante de EEUU despedía ocho años de Administración Obama con una apoteosis de las letras afroamericanas.
Tres de los cuatro premios en la reunión anual de la literatura más influyente del planeta fueron a parar aquella noche a autores negros. Se reforzaba así una línea que ya en 2015 había saludado la irrupción de un ensayo formidable, Entre el mundo y yo, de Ta-Nehesi Coates, y que solo un mes antes de la gala, en octubre de 2016, había conocido un nuevo estímulo con la concesión a El vendido, de Paul Beatty, del Man Booker Prize, uno de los reconocimientos más codiciados del ámbito literario. Era, por cierto, la primera vez que un escritor norteamericano obtenía el premio desde que en 2014 el Booker se abriera a sus colegas del otro lado del charco.
Malpaso publica ahora la novela de Beatty, quien hubo de ver cómo diecisiete editoriales inglesas rechazaron su obra, lo cual insinúa lo incómodo y feroz de su libro. En efecto, El vendido no es un texto amable, pero nadie dijo que la literatura deba serlo. Muy al contrario. La literatura, al menos la que merece ese nombre, tiene que ver con la inquietud y con el desasosiego. Y si bien El vendido es un libro divertidísimo, que pone al lector en la órbita de la carcajada a menudo, regala una risa cargada de mala uva, que justifica un escalofrío en la médula. La sátira como revelación de miserias y deformidades. La sátira como extracción de la piedra de la locura. La sátira como traducción a cierto esperanto de la inteligencia de las más absurdas esperanzas y de las más precarias realidades.
Aceptando que la raza nunca ha sido la madre del racismo, sino su hija indeseada, Beatty da una vuelta de tuerca al peliagudo asunto y retrata la vida de un espléndido bocazas, apellidado Yo, quien, siguiendo una lógica disparatada, conduce el debate racial hasta la paradoja.
¿Qué hacer con un negro que, para preservar la existencia de un entorno que se desmorona, promueve el segregacionismo como límite y defensa natural? ¿Es el señor Yo un racista al cuadrado, un idiota o un clarividente? ¿Existe una razón de la negritud, un gueto emocional inefable, o detrás de todo esencialismo solo se esconde otro nombre para la ignorancia? Ficción incomodísima para los de dentro y para los de fuera (pero ¿hay un dentro y un fuera?), Beatty ha arrimado el ascua tutelar de la ironía a una sardina que no se deja pescar fácilmente, la de una humanidad escindida en grados de pigmentación.
El resultado, deslumbrante desde el punto de vista literario, es un novelón que merece ser situado, desde ya, junto a otros grandes episodios de la sátira norteamericana, caso de La hoguera pública, de Robert Coover, Trampa 22, de Joseph Heller, o Karoo, de Steve Tesich.