Canetti contra la muerte

21 / 11 / 2017 Juan Bolea
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Durante toda su vida, Elias Canetti estuvo obsesionado con la muerte. A los siete años vio morir a su padre de un ataque al corazón. 

Durante toda su vida, Elias Canetti estuvo obsesionado con la muerte. A los siete años vio morir a su padre de un ataque al corazón. Cuando falleció su madre, consciente de que en la historia del pensamiento “no se había meditado de verdad en un mundo sin muerte”, de que “son las horas en que estamos solos las que definen la diferencia entre la vida y la muerte”, y seguro de que las dos palabras que más había pronunciado en su vida eran muerte y Dios, se propuso tomar apuntes sobre su percepción del fin. 

Décadas después, sus cuadernos abarcaban un material ingente. Canetti utilizaría parte en sus dramas y ensayos. En vida, sin embargo, nunca quiso publicar el volumen. 

Tras su fallecimiento, a los 89 años, expertos en su legado se conjuraron para expurgar esta zona oscura de su obra, desbrozándola de reiteraciones y elementos autobiográficos. Tras una labor ímproba, felizmente El libro contra la muerte ha llegado hasta nosotros publicado por Galaxia Gutenberg, en edición adaptada por Ignacio Echevarría y traducción de Juan José del Solar. 

Su lectura es uno de esos raros regalos en nuestro saturado bosque de palabras. Para orientarnos con miguitas entre la maleza y precisar al máximo sus pensamientos sobre la muerte, la inmortalidad, las religiones, los dioses, las tumbas, los ritos funerarios, los mitos, el crimen, la tragedia o la existencia, Canetti utiliza el aforismo, un tanto en la línea de Schopenhauer o Nietzsche (desconfiando de este último, pues le considera amante del arte de matar). Para Canetti, ni los muertos lo están, ni los vivos lo son en plenitud. Los muertos se alimentan de juicios. Los vivos, de amor; y de vanidad, también, pues “alguno no podrá morir sin haber leído y corregido las necrológicas a él dedicadas”. Entre ambas especies se extiende un puente elevado sobre el pánico. “Los muertos temen a los vivos. Pero estos, que no lo saben, tienen miedo a los muertos”. Para eliminar su distancia y reunirlos, Canetti confiesa que “mi objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres”. 

En su tratado, Canetti reflexiona sobre las religiones, que define como sentimientos de unión con los difuntos. Frente a la cruel muerte de Cristo le impresiona el dulce expirar de Buda, aunque piense que el budismo no dé una respuesta a la muerte; el cristianismo, sí: la resurrección. 

Opiniones de otros pensadores nutren los apuntes. Desde la sentencia de Schiller en su lecho de muerte: “La muerte no puede ser un mal, porque es algo general”, hasta la inmunidad de autores absolutos como Proust o Musil, creadores de personajes indestructibles. Goethe, Platón, Pitágoras, Sartre o Buñuel nos acompañan por este reflexivo paseo entre el alma y su ausencia, de la mano de alguien que soñaba y moría en vida para imaginar la muerte.

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