Admirar a Velázquez le perdió

01 / 08 / 2017 Ignacio Vidal-Folch
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El ejemplo de los más grandes, el deseo de emularlos, es estupendo y puede ser decisivo. 

Foto: Europa Press

Pienso, por ejemplo, en Joan Ponç, el jefe de Dau al Set, al que La Pedrera de Barcelona le dedicará una retrospectiva en otoño. Siendo un adolescente desorientado que no sabía a qué dedicarse, Ponç estuvo en Toledo; allí tuvo ocasión de contemplar El entierro del conde de Orgaz, que es lo más cabal que puedes hacer si estás en Toledo (además de visitar el museo militar); y allí mismo decidió ser pintor, para pintar, con igual detallismo que El Greco, la vida material y el ensueño espiritual. 

Otro ejemplo: siendo un jovencito, Yves Tanguy vio casualmente en una galería de París un paisaje metafísico de De Chirico. Y, fulminado por la evidencia, en ese mismo momento decidió ser pintor. 

Ahora bien, ya que he mencionado a De Chirico –hay una gran retrospectiva en Barcelona–, diré que la influencia de un gran maestro, de un gran artista, también puede ser nefasta. Como la influencia de Velázquez sobre, precisamente, De Chirico, pintor de plazas desiertas y melancólicas, de maniquíes enigmáticos, de sombras largas, que tan decisivo fue no solo para Tanguy sino para Dalí, y Carrá, y en general para la configuración del imaginario colectivo del arte moderno.

Hay que decir que en las primeras décadas del siglo XX De Chirico era un artista visionario e influyente. Pero un buen día, en el Louvre, contempló un cuadro de Velázquez –que supongo que sería un retrato de la infanta María Margarita, la protagonista de Las meninas–, y la visión le trastornó hasta el extremo de hacerle cambiar radicalmente de registro pictórico. 

¡Ay! A partir de la visita al Louvre, el Pictor Optimus, como con injustificada soberbia se definía, decidió “volver al orden” y se puso a pintar a la manera de Velázquez, y peor aún, de Rubens, artista opulento, carnoso, al que no soporto. Aquel italiano que tenía tantísimo talento, incluso para ponerle a sus cuadros títulos poéticos, incurrió decididamente en el kitsch. 

Ayer subí a Montjuich para ver la retrospectiva De Chirico. Caixaforum estaba lleno de niños, esa plaga. (¡qué manía de reproducirse tiene la plebe!). No pude aguantar mucho, quince o veinte minutos. No podía soportar ni los grititos infantiles ni tanta verdad pictórica: pues ante mí se desplegaba el raro drama de un artista que recibió el don de los cielos pero luego descarriló estrepitosamente... por culpa de Velázquez, nada menos. 

De Chirico fue como el profesor Unrath, que se desvió del recto camino por admirar demasiado las piernas de Marlene Dietrich; como el conductor de un coche que se precipita al abismo porque el GPS le engaña; como Héctor, que engañado por la diosa Palas Atenea se enfrenta fatalmente a Aquiles a los pies de las murallas de Troya. 

¡Ay, De Chirico! Con lo bien encaminado que ibas, ¿por qué te equivocaste tanto? Admirar a Velázquez fue tu perdición.

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