La república
La forma de Estado no es esencial ni trae por sí misma la felicidad de nadie; lo que cuenta es la salud democrática.
El ilustre catedrático de Derecho Tributario Joan-Francesc Pont Clemente, respetado profesor en la Universidad de Barcelona desde hace 35 años, ha dado una conferencia en París en la que ha dicho que España es, en realidad, una república coronada, una república con rey. Luego puso en las redes sociales esa escueta noticia: dio una conferencia en París y dijo eso. El ilustre catedrático Joan-Francesc Pont Clemente ha sido minuciosamente despedazado por hordas enteras de feisbuqueros, que no le han dejado hueso sano; ni a él ni a los cuatro o cinco osados que, sin ponernos de acuerdo entre nosotros, salimos en su defensa. Le han tachado de loco, de frívolo, de traidor, de insultar a los que dieron su vida por la República (me imagino que se referirán a la segunda que ha habido en España, la de 1931) y de unas doscientas cosas más, y anoto aquí solo las publicables.
Bien. Ahora imaginen ustedes que el ilustre catedrático se llamase Hans Franz Bro Mildhed, de la Universidad de Copenhague, y que dijese en París exactamente lo mismo que ha dicho su homónimo español, pero refiriéndose a Dinamarca. ¿Qué sucedería en las redes sociales, versión danesa? Pues muy probablemente, nada en absoluto. El asunto pasaría inadvertido. Alguno escribiría algo así como “La pólvora, ha descubierto la pólvora este hombre”, o bien “¿Y ahora se entera usted?”, frases que no sé cómo se dicen en danés, pero seguro que suenan rarísimo.
¿Y por qué nadie protestaría? Pues está claro: todo el mundo sabe eso en Dinamarca, país cuyo jefe de Estado es la reina Margarita II desde hace 45 años. Todo el mundo tiene claro que lo que cuenta en realidad, lo que resulta indispensable para el bienestar de los ciudadanos, no es la forma de Estado sino la calidad democrática. La legislación danesa, lo mismo que la sueca, la noruega, la británica, la japonesa o la española, no se diferencia en nada esencial de la que pueda tener cualquier república civilizada, como Alemania, Italia, Portugal o Irlanda, por poner solo unos pocos ejemplos. Margarita II de Dinamarca tiene un papel meramente simbólico, lo mismo que Frank-Walter Steinmeier, presidente de Alemania, y menor en capacidad de decisión que Sergio Matarella, presidente de Italia. Margarita II es la jefe de las Fuerzas Armadas de Dinamarca, lo mismo que Felipe VI aquí; a ninguno de los dos les sirve eso de gran cosa porque quien manda en el Ejército es, en ambos casos, el ministro de Defensa.
Entonces, ¿cuál es el argumento de los republicanos voceones de Facebook? Pues este: que al presidente lo pueden elegir los ciudadanos y al Rey no, lo cual transgrede inicua, insoportable, indignantemente, el principio de Igualdad.
Díganle ustedes eso a un ciudadano danés, sueco o noruego y probablemente se le quedará mirando como si fuera usted tonto. Pero hombre, le dirá; en mi país hace muchísimos años que se decidió que el jefe del Estado, como símbolo que es, está por encima de las controversias políticas. Y eso no le molesta a nadie, ¡si lo dice la Constitución!
Hay monarquías tiránicas, como Arabia Saudí; hay repúblicas tiránicas, como Guinea Ecuatorial; hay repúblicas casi monárquicas, como Francia, donde el presidente tiene un poder enorme; y hay, en fin, repúblicas y monarquías normales, en las que nadie se rasga las vestiduras por rey o por roque. La forma de Estado, pues, no es esencial ni trae por sí misma la felicidad de nadie. Esto es, sin duda, lo que dijo Pont en París. Y qué quieren que les diga: estamos completamente de acuerdo.