27 de marzo de 1995
Entrevista exclusiva con Segundo Marey.
El ciudadano francés Segundo Marey fue secuestrado durante diez días por los GAL en 1983 al ser confundido con un dirigente de ETA. Diez años después, el juez Garzón reabrió el caso, y TIEMPO consiguió una entrevista con Marey gracias al buen hacer de Santiago Echauz. En 1998, el Supremo condenó por ello a Vera y Barrionuevo.
Aitatxi [abuelo en euskera], ¿cómo has sido tan viejo y ahora estás tan joven?”, le interpelan incrédulos sus nietos a Segundo Marey cuando comparan su actual imagen y la que dio la vuelta al mundo hace 11 años, de un hombre decrépito, asustado y desaliñado tras ser liberado por sus secuestradores, los GAL.
Este ciudadano francés comienza en la actualidad a vislumbrar el final del túnel en el que penetró el 4 de diciembre de 1983. Aquel suceso quedó grabado para siempre en su memoria. Él, una persona respetada, corriente, un número más del censo, sin apetencias políticas, discreto y buen padre de familia, se encontró envuelto en una cruel historia. Su imagen maltrecha cuando fue liberado dejaba al descubierto las miserias de la corrupción de Estado.
Entonces, una grisácea tarde de invierno, un comando de los recién nacidos Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) le secuestraba en su domicilio de Hendaya. Se inició así su gran obsesión y su pesadilla personal. El comienzo de sus enfermedades físicas y sus dolencias del alma. “[Estas últimas] se empiezan a curar con el conocimiento de lo que me sucedió. Ese es el bálsamo del que he estado privado a lo largo de todos estos años”, comenta en algún momento de las dos horas de conversación mantenidas con TIEMPO.
Ahora, cuando su historia la están desvelando los policías José Amedo y Michel Domínguez, comienza a recobrar la alegría el serio semblante de Marey. El protagonista olvidado durante años, que ha pretendido vivir ignorado refugiándose en sus recuerdos, relata a Tiempo sus angustias morales, su escepticismo ante el ser humano y la desconfianza, ya curada, en la Justicia: “He llegado a la conclusión de que para conseguir la paz interior debo reconstruir aquel horrible viaje que realicé a oscuras, con una venda en los ojos, un antifaz del que no me desprendieron en los días de encierro, que me molestaba, pero que ha sido mi seña de identidad desde entonces. Los periodistas me piden que pose. No quiero hacerlo, porque mi imagen actual es aquella. Mi interior fue esa experiencia”.
El caso Marey, que ha llevado a la cárcel a Julián Sancristóbal, Rafael Vera, Francisco Álvarez, Ricardo García Damborenea, Miguel Planchuelo, José Amedo y Michel Domínguez, y que ha quebrado la credibilidad de dos ministros del Interior, José Barrionuevo y José Luis Corcuera, y socavado los cimientos del Gobierno de Felipe González, está sirviendo para que su protagonista recobre la vida brutalmente segada: “Mi recuperación anímica, pues físicamente me encuentro destrozado, va paralela al descubrimiento de los detalles de mi cautiverio. Quiero hacer como muchos estadounidenses que fueron apresados, torturados y también cegados temporalmente en Indochina. Estas personas han descubierto que su curación psicológica se ha producido al recorrer los lugares en los que estuvieron encarcelados y que desconocían. Deseo desenredar la madeja, realizar el mismo trayecto y visitar los sitios por los que me llevaron y que no pude ver. Para curarme tengo que ver y conocer los lugares, los espacios y recobrar ciertas sensaciones para minimizarlas y desdramatizarlas. Ha sido duro, por ejemplo, desvelar los rostros, indefinidos durante años, de los captores. Toparte con ellos es desagradable, pero luego es una auténtica liberación moral. Conocí en el juicio de Pau a Talbi y a Echalier, ahora ya van tomando cuerpo el resto. Es como quitarse la venda que me oprimió durante larguísimos años. Empiezo a ver la luz, a recobrar diez días que no existieron en mi calendario”.
Segundo Marey habla a borbotones. Tiene cincelados en su cerebro todos los minutos de una pesadilla real cuyo desenlace presumía que era la muerte. “No voy a rememorar las vejaciones y otras cuestiones muy personales acaecidas durante mi secuestro, eso queda para uno mismo. Al fin y al cabo yo soy una persona honrada y pudorosa. Vivo con mi cautiverio, que me acompaña desde entonces. Soy católico, pero cuando estaba encerrado no rezaba porque sabía que Dios no podía hacer nada. Ahora que estoy aquí, vivo, sé que ha hecho algo. En aquellos momentos sentía que era imposible que evitara aquella tortura”, indica.
Pero el delirio máximo llegó con la liberación. La soledad, la incomprensión, el silencio aliviado por su familia y sus pequeños nietos: “Al comienzo, la campaña de descrédito lanzada desde sectores de la Policía española relacionándome con ETA creó ciertas dudas en algunas personas. Pero la verdad es que al reanudar mi trabajo como viajante y comercial mobiliario, maquinaria y material de oficina, mis clientes aumentaron sus compras y obviaban en sus conversaciones referencias al secuestro. Eso me ayudó mucho moralmente. Los vecinos se desvivieron con los míos. Como contrapeso, el silencio oficial español, mis preguntas de por qué a mí y para qué. Es muy duro desconocer la realidad de una situación que en principio achacaba al azar. Esas reflexiones me ponían muy nervioso”.
Frío y miedo
Año tras año, siguieron martilleando en su cerebro los detalles de su cautiverio, el dolor físico y, sobre todo, el frío. Se lo llevaron con escasa ropa. Lo tuvieron esperando en el monte con temperaturas bajo cero, sin abrigo, quieto, con calambres retorciendo su frágil cuerpo. Gelidez que penetró en su organismo y de la que todavía no se ha desprendido: se manifiesta desde entonces en forma de bronquitis crónica. Le preguntaron su nombre. Lo dijo, pensó que era un error y le liberarían. Al fin y al cabo, era un ciudadano anónimo, de conducta intachable, dedicado a su trabajo, a la familia, sin compromisos políticos, aficionado a los toros y a la música y que de vez en cuando completaba su jornada de trabajo tomando unos txikitos con sus amigos. Esa hoja de servicios se derrumbó y Marey pasó a vivir una alucinación kafkiana. “Hablaba y hablaba. Ellos, ni caso. Primero me retuvieron Talbi y Echalier y luego tomaron el relevo los españoles. Aquí pensé que me iban a eliminar. Entonces deseaba que la liberación de la muerte llegara pronto. Quería evitar los sufrimientos. Cuando me comunicaron que me iban a soltar pensé que me iban a ejecutar. Entonces ya no podía ni andar y había perdido la noción del tiempo. Cuando les pregunté por qué a mí, me contestaron que querían una mierda como yo. Ahora empiezo a estar bien y, al conocerlos, los considero unos miserables”.
Desea que se haga justicia y que paguen todos los culpables: “Fue una tortura sistemática. Eran profesionales. No me dirigían la palabra. Conversaban entre ellos siseando, con una técnica especial: se dejaban oír sin ser entendidos. Perdí las referencias de tiempo y espacio. Eso produce una gran ansiedad y miedo. Se reían de mi postura, de mi dolor. Tenía alucinaciones, pesadillas espeluznantes que se han repetido desde entonces”.
Se refugió en su casa. Al poco empezaron las enfermedades, que no le han dejado, y perdió la confianza en el ser humano: “Desde aquel suceso que rompió mi armonía vital”. “Me gustaría que alguien del Gobierno, ya que hasta la fecha están implicados altos cargos de la Administración española, se disculpase oficialmente. Que digan: ‘Discúlpenos, porque lo que le hicimos fue un horror’. Para mí eso es importante, porque fastidiaron mi vida y la de mi familia”.
P_ Se ha dicho que su secuestro fue un error, que la persona que iban a capturar era un conocido etarra.
R_ Eso lo dijeron, pero en la actualidad las declaraciones de los implicados hablan del secuestro de Marey planeado y financiado por Sancristóbal, Planchuelo y Álvarez. Es decir, no hubo error, fue una acción bien planificada.
P_ ¿Qué opina del repentino arrepentimiento de Amedo y Domínguez?
R_ Está bien que hablen y colaboren. De esa manera sé lo que me sucedió durante diez espeluznantes días. Se lo agradezco, pero no puedo perdonar. No soy vengativo, pero esos dos señores no pueden ir de inmaculados.
P_ ¿Qué impresión le producen los expolicías encargados de ejecutar y supervisar su secuestro?
R_ Un día, solo, de madrugada, viendo un canal de televisión español, vi a Amedo, de cerca, a dos metros. Aquí en mi casa, en la pantalla y diciendo que si vivía Marey, era por él. Eso me impresionó mucho. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un tío guapete, vistiendo un traje caro, reconvertido en adalid de la justicia. Todo un sarcasmo porque, puedo decirlo, ese no es ningún santo.
P_ Una de sus obsesiones ha sido saber quiénes eran sus guardianes.
R_ Según Amedo, fueron los policías Hens y Corujo. Me gustaría verles la cara, al menos por televisión, para saber con qué pobres hombres estuve encerrado. Eso me permitiría cierta paz interior.
P_ Además de la satisfacción moral, ¿va a plantear una reclamación económica?
R_ Si me dan una indemnización, la tomaré. He estado 11 años pagando médicos y haciendo frente a gastos derivados de la agresión que sufrí.
P_ A pesar de que el caso GAL es un tema de terrorismo de Estado, usted evita entrar en valoraciones de ese calibre.
R_ Mi profesión requiere el contacto con todo tipo de personas. He sido discreto en política y no me gusta hablar de ello. Quiero decir que no solo me han hecho daño a mí, también le han destrozado la vida a otras personas. Se debe aclarar toda la verdad de los GAL para que las víctimas de esas siglas dejen de sufrir y tengan una satisfacción personal y moral. No hay nada más horrible que desconocer la verdad. Se debe hacer justicia.
P_ ¿Cree que el juez Baltasar Garzón va a llegar hasta el final?
R_ Confío en que el juez llegará hasta el final, hasta la famosa X. Es una persona que controla muy bien su trabajo. Es un hombre correcto, amable y educado. No eleva el tono de voz como algunos magistrados, habla tranquilo. Es un señor. En el transcurso de mi declaración intentó en todo momento apaciguarme, no ponerme nervioso, y eso me alegró mucho.
P_ Conforme van saliendo datos, ¿tiene una opinión formada sobre los GAL?
R_ Un Estado no hace justicia utilizando métodos antidemocráticos. Es imposible impartir justicia usando fondos reservados. Un Estado democráticos debe luchar contra el terrorismo con la ley.
Los policías José Amedo y Míchel Domínguez, en la casa donde retuvieron a Marey