18 de marzo de 1985

26 / 01 / 2018
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Entrevista exclusiva con don Juan de Borbón.

Pudo ser rey de España, pero renunció en favor de su hijo, Juan Carlos I, en 1977. El primer director de la revista TIEMPO, Julián Lago, le entrevistó en 1985 en su casa de Madrid, lo que constituyó uno de los documentos periodísticos más sonados de la época. Es la única entrevista que concedió en toda su vida a un medio impreso español.

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Alto, corpulento, delgado. Hijo de un rey, padre de un rey, don Juan de Borbón y Battenberg –impecable traje azul marino, voz grave, sonrisa socarrona– está ya definitivamente afincado en Madrid, en un discreto chalé de Puerta de Hierro. Como queriendo pasar inadvertido. Como cuidando de no incomodar a nadie.

P_ Dicen que, en realidad, el suyo es un “poder tras el trono”.

R_ Ese es un concepto erróneo, derivado quizá del desconocimiento que algunos tienen de lo que debe ser y es la institución monárquica. Durante el tiempo que yo ostenté la titularidad de los derechos pedí y recibí consejos de mucha gente. Yo no di un paso trascendente sin requerir y escuchar las opiniones de personas doctas, experimentadas y responsables. Pero quien tiene la autoridad tiene la responsabilidad, y ambas son intransferibles, así que las decisiones aquellas las tomé yo. Por lo mismo que no puede haber más que un rey, este no puede compartir con nadie sus responsabilidades y deberes. De forma que, cuando yo dejé la titularidad de los derechos, era consciente de ello.

P_ De cualquier forma, alguna influencia se le adjudica sobre el Rey.

R_ Que mi hijo haya tenido tanto acierto, cosa que todo el mundo reconoce, en plasmar sus propias ideas y que estas sean las mismas a las que yo serví con fidelidad, me satisface en extremo. Por eso puede hoy decirse, con razón, que la monarquía se ha renacionalizado, ha entroncado con el pueblo español, como en los mejores tiempos de nuestra historia. Esto me llena de satisfacción y aun de orgullo, efectivamente. Que se vea en ello, repito, una coincidencia afortunada con las ideas que yo defendí durante toda mi vida, me conmueve. Que se interprete todo eso como que yo, de alguna manera, he podido transmitir a mi hijo las devociones más profundas y que él ha sabido hacerlas realidad, me alegra sinceramente. Como alegra a cualquier padre ver realizados en su propio hijo sus sueños y anhelos.

P_ Imagínese que su majestad no hubiera hecho las cosas como las ha hecho.

R_ Ni me lo he planteado, la verdad.

P_ ¿Por alguna razón? ¿Por qué estaba convencido de que iba a presidir el proceso de transición con las pautas y objetivos que ha consumado?

R_ Entre otras razones, porque sería algo puramente bizantino. Una especulación gratuita. Todos los episodios de la historia pueden ser analizados, ciertamente, desde hipótesis distintas, según los hechos hubieran ocurrido en un determinado momento así o de otra manera. Mire, si no se hubieran muerto José Antonio, Mola, Sanjurjo, ¿la historia de España hubiese discurrido por otros cauces? Si en lugar de Fernando VII hubiera estado don Carlos, ¿qué habría pasado aquí? Lo que yo creo es que los hombres somos instrumentos de la historia. Que las corrientes históricas se imponen de todos modos. Y lo que también tengo por indudable es que mi hijo don Juan Carlos, por razones inherentes a su propia personalidad, por otras de carácter generacional y por otras aún referidas a la coyuntura especial que la acompaña, ha conectado con el pueblo español en forma que quizá a mí mismo me hubiera estado vedada, o al menos dificultada, pues no hubiera sido fácil vencer los prejuicios y las deformaciones con los que, durante años, fui presentado a los españoles. El reinado de don Juan Carlos mantendrá y ensanchará sus aciertos, y afirmará más y más la ya lograda consolidación de la monarquía.

P_ También es bueno para la institución que la izquierda esté gobernando, ¿no?

R_ Las elecciones libres y democráticas pueden dar lugar a un Gobierno de izquierdas como a uno de derechas, pero la monarquía acatará siempre los resultados. La obligación de la monarquía es velar por que los derechos de los ciudadanos no se vean disminuidos. Siempre dije que la monarquía no es de izquierdas ni de derechas y que era un error atribuir a la monarquía, o a su titular, preferencias o concomitancias con partidos o sectores de un signo determinado. Los españoles han podido ahora entender y apreciar las virtudes intrínsecas de la monarquía. La presencia de un rey al frente del Estado constituye una garantía de que las alternancias en el poder, si se producen, no alteran la continuidad de las instituciones, ni producen situaciones dramáticas. ¿Acaso duda alguien que la transición desde el régimen pasado al actual, si se ha logrado sin violencia, ha sido porque la institución monárquica estaba ahí moderando?

P_ ¿Qué opinión le merece Franco, quien fuera su gran antagonista, decantada ya su figura por el paso del tiempo?

R_ La misma que me mereció cuando vivía y mandaba en España. No han variado mis juicios, que no me recaté en exponer cuando la ocasión los justificaba.

P_ Tuvo un poder omnímodo.

R_ Fue un militar que llegó al poder como consecuencia de una guerra civil, circunstancia que habría siempre de marcarle. Su régimen no vivió las peripecias normales de cualquier otro, sino que durante muchos años sus iniciativas estuvieron supeditadas a una opinión internacional hostil, que repudiaba los orígenes y la afinidad con los regímenes que le ayudaron a instalarse. Por tanto, los objetivos fundamentales de un régimen de aquella naturaleza, que se sabía permanentemente rodeado de hostilidades, fueron los de la supervivencia. Quiero decir que gran parte de las disposiciones del régimen de Franco no eran espontáneas, sino adoptadas en previsión o como respuesta a las decisiones de otros: de los aliados, de las Naciones Unidas, etcétera.

P_ ¿Incluyendo la declaración de Reino que de España hizo Franco en el 47?

R_ Incluyendo eso. La institucionalización del propio régimen que arrancó del referéndum del año 1947, en la que el régimen declaró constituirse en Reino, no era más que una maniobra para contener las exigencias de los monárquicos, o para cubrir las apariencias de orden internacional. Todo ese conjunto de factores habría de marcar y condicionar a Franco decisivamente, aparte de su voluntad de permanencia en el poder, en cuarenta años tuvo aciertos y errores. Tan injustos son los que ahora hacen la apología de los primeros silenciando los segundos, como quienes se refieren a los errores y olvidan los aciertos.

P_ ¿Cuál fue el acierto de Franco?

R_ Que en su época España alcanzó las cotas más altas de industrialización y desarrollo. Se pasó de la alpargata al automóvil. Se implantó la Seguridad Social y los trabajadores adquirieron beneficios jamás arrebatables.

P_ ¿Y el error más grave?

R_ Los derivados de todos los regímenes autoritarios, en los que el centro del poder está en una sola mano. La discrepancia era imposible, la crítica, inadmisible, y las libertades básicas y los derechos estaban suprimidos o muy recortados.

P_ ¿No llegó nunca a impresionarle? ¿Qué sentimientos le produce la evocación de quien le alejó del trono?

R_ De respeto. Como figura histórica que es, acepto que ha de ser enjuiciado con serenidad y sin pasión. Sin vicios emanados de cualquier impresión personal. Si lo que me pregunta es qué impresión me produjo personalmente, a través de los encuentros y de nuestra correspondencia, he de decir con sinceridad que no fue deslumbradora y nunca justificó la mística creada por sus incondicionales.

P_ No debió de serle fácil defender la titularidad de la Corona.

R_ La titularidad de los derechos dinásticos, primero que nada, me ha producido la sensación de que era una carga agobiante, de responsabilidades inmensas. Tuve desde el principio la conciencia plena de que me esperaban pruebas duras. España acababa de salir de la inmensa tragedia que fue la Guerra Civil. No olvidaba que mi padre había hecho todo cuanto pudo por evitarla y que incluso prefirió irse al destierro antes que enfrentar a los españoles unos contra otros. La primera expresión concreta de mi responsabilidad fue el deseo de contribuir a la pacificación y la reconciliación de los españoles. Pensé que esa tenía que ser la condición esencial de la monarquía en aquella hora: ser el régimen que rehermanara a nuestros compatriotas y que superara los odios, discordias y secuelas de la contienda.

P_ Pero no lo logró, señor.

R_ De todos modos, quedó la idea de su necesidad. Los españoles que conocieron mi posición, no muchos, porque en aquellas épocas no se me permitía acceder a una comunicación directa con el pueblo español, supieron que la restauración monárquica era sinónimo de reconciliación y paz. A la vez, no significaba en mi pensamiento el regreso a un sistema anacrónico, absolutista. Esta fisonomía de la monarquía pertenece a otras épocas, no a una concepción moderna, democrática, constitucional, en la que aparece la Corona como un poder neutral, arbitral, moderador, situado al margen y por encima de las pugnas de partido.

P_ ¿Fue esa realmente la razón última que le distanció de Franco?

R_ En principio, sí. Franco me invitaba a que yo me incorporase a la Falange y me presionaba para que yo aceptase los principios del Movimiento. El general no compartía mis puntos de vista de que un rey, para serlo de todos, no puede adscribirse a una postura política. El pluralismo de la sociedad es una realidad y no puede modificarse por decreto. La monarquía debe ser, precisamente, el régimen que ampare los derechos de todos.

P_ Franco pensaba de otra manera.

R_ Sí, el general Franco pensaba de otra manera. Él se refería siempre a la monarquía totalitaria de los Reyes Católicos. Así la llamaba y la tomaba como modelo. Nos expusimos nuestras ideas mutuamente y ambos comprendimos que resultaban inconciliables. Lo que ocurre es que las mías eran, además, irrenunciables. La monarquía en este siglo es consustancial con esa concepción.

P_ Pero también hubo otros motivos para la disparidad de criterios.

R_ Esto fue lo principal, pero hubo otros aspectos que yo no podía compartir.

P_ ¿Por ejemplo?

R_ Por ejemplo, el que llevase a España a alianzas con los regímenes totalitarios europeos. Yo estaba convencido de la victoria aliada y me parecía una locura situar a España en la misma línea que los países del Eje. El triunfo del nazismo y del fascismo era una especie de sinrazón que las mentes libres del mundo no podían admitir. A mi juicio, no solo no debía producirse, sino que no podía. Yo presencié muy cerca los despliegues del fascismo y nunca me conmovieron ni me convencieron.

P_ ¿Después de aquellos críticos tiempos no mejoraron en algún momento sus relaciones con Franco? ¿Nunca modificó la opinión que su política le merecía?

R_ En mis discrepancias con Franco siempre dije que dejaba a salvo su patriotismo y no puse en duda su buena fe. Pero también le hice saber que no era partidario de los poderes personales. Ni de los regímenes que implican una concentración absoluta de poder. En esta época moderna en la que vivimos, los regímenes han de funcionar regulados por instituciones, con los poderes del Estado equilibrándose entre sí. No hay lugar para el despotismo o la arbitrariedad. Tampoco fui un enemigo furioso, obcecado y sistemático del régimen franquista. Dije en infinidad de ocasiones que el régimen había obtenido logros apreciables y que era necesario conservar todo lo positivo que se había logrado. Me esforcé cuanto pude para que la salida del régimen abriera camino a una institución estable, la monarquía. En este sentido, todos saben que estuve abierto al diálogo y al sacrificio.

P_ Pero, por un lado don Juan de Borbón se entrevistaba con Franco, y por el otro mantenía contactos con los exiliados...

R_ Desde mi punto de vista, el Rey estaba en la obligación de escuchar, acoger y amparar a todos los sectores. El franquismo era un sector; el socialismo, otro. Dialogar con ambos no era dar bandazos, sino servir a esa idea de conciliación y al principio conceptual de que en la monarquía han de caber aun los más discrepantes entre sí. Mis contactos tenían, pues, carácter institucional. Los pactos políticos no me correspondía a mí hacerlos, y no los hice. En mis encuentros con Franco, solo hubo acuerdos concretos referidos a la educación del Príncipe.

(Don Juan se relaja sobre el sillón e hilvana algunos de sus recuerdos más personales: “Cuando miro hacia atrás, descubro que en realidad me he recuperado a mí mismo en el momento en que renuncié a los derechos dinásticos”. ¿Ah, sí? “Sí, al fin he podido empezar a disfrutar de esos pequeños placeres a los que todo el mundo tiene derecho y que yo nunca antes había gozado en plenitud. Yo nunca supe qué era eso que los demás llaman ocio. Porque siempre estuve sujeto a tensiones y obligaciones; ni siquiera esos días de descanso que podrían proporcionarme unas jornadas de monte, cazando, o navegando en el mar, fueron completos o despreocupados. Me pasaba horas en el camarote despachando correspondencia y leyendo informes. Creo que un buen burgués, al que sus negocios le vayan bien, tiene mejores motivos que yo para ‘vivir como un rey’. Eso de que uno ‘vive como un rey’ tiene mucho de leyenda. Un rey está encadenado al cargo a toda hora, en servicio ininterrumpido.)

P_ A la luz de la historia, fue don Juan quien perdió la batalla con Franco.

R_ Hombre, visto el hecho desde una óptica puramente personal o egoísta podría interpretarse así. Pero en la monarquía lo esencial es la institución, no las personas. La virtualidad fundamental de la monarquía radica precisamente en eso, no en quién es el titular de la Corona, sino en que el que lo sea, el que ejerza la titularidad, constituya una simple encarnación humana de la figura institucional, pues eso es lo permanente. Resulta obvio que las personas somos elementos transitorios, sometidos a la caducidad de la vida humana. Lo que garantiza a la nación el servicio permanente que la monarquía presta es la fijeza y continuidad, asimismo permanente, de la institución. Esto es independiente de quién sea la persona a la que toque actuar según la coyuntura histórica y a tenor de los factores circunstanciales que gobiernan la historia misma y que son como son y no como a veces querríamos que fuesen. Eso es lo que no supo ver Franco. Yo creo que Franco no llegó a advertir que los españoles, en su inmensa mayoría, habían optado por un régimen de libertades democráticas. Lo peor de todo es que Franco se negó a concordar con esas ideas, a evolucionar a tono con estas.

P_ ¿Se ha sentido alguna vez cerca de la muerte?

R_ Claro que he pensado en ello. He procurado verlo con serenidad, y aunque es un pensamiento amargo, porque a uno le aterra la idea de separarse para siempre de lo que ama, no deja de ser bienhechor para el espíritu reconocer que uno es barro y vuelve al barro.

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