Rajoy mueve ficha tras la derrota de Tsipras
Rajoy está convencido de que la crisis griega provocada por Tsipras, que no será la última, influirá en el resultado de las próximas elecciones.
El francés Raymond Barre (1924-2007) fue vicepresidente de la Comisión Europea entre 1967 y 1973. Luego, con Valery Giscard d’Estaing como presidente de Francia, fue primer ministro (1976-1981), periodo en el que participó de forma activa en el proceso que culminó con el ingreso de Grecia en las entonces denominadas Comunidades Europeas, más conocidas como el Mercado Común Europeo o la CEE. Años después, cuando ya no estaba en la primerísima línea de la política francesa ni europea le contaría a José María Aznar, entonces líder de la oposición española, que de lo que más arrepentido estaba en toda su carrera política era de haber participado y facilitado la entrada del país heleno en las instituciones europeas como miembro de pleno derecho. “Fue un gran error y me perseguirá siempre”, vino a decirle a Aznar quizá en la primera mitad de los años noventa del siglo pasado. Entonces, Barre –y también otros– ya habían percibido que la Grecia que se había incorporado al club europeo tenía poco en común con el resto de los países –y con algunos de los que se sumarían en el futuro– de la Unión Europea. La Grecia clásica e idealizada como origen de la cultura e incluso de la democracia empezó a desaparecer en el siglo V antes de Cristo, cuando concluyó el llamado siglo de Pericles y comenzaron las guerras del Peloponeso (431-401 a. de C.).
Ahora, 2.500 años después, Tsipras, Varoufakis y Tsakalotos han negociado –y fracasado– como los herederos que son de una cultura y sociedad otomana, sin ningún punto en común con sus remotos antepasados del siglo de Pericles. La sociedad griega es el resultado de la descomposición del Imperio Otomano desde el siglo XIX, sin la modernización-catarsis que, por ejemplo, introdujo Kemal Ataturk en Turquía tras la Primera Guerra Mundial. Barre, que conocía bien las instituciones europeas, presagiaba la catástrofe cuando confesaba su error a Aznar porque ya había visto cómo negociaban y se comportaban los griegos, en la mejor tradición de la sociedad otomana.
Alexis Tsipras, con sus errores y, sobre todo, con la convocatoria de un referéndum cuyo resultado no ha respetado, ha llevado –quizá era lo que quería– a la Unión Europea y al euro cerca del precipicio y a su mayor crisis. También ha puesto en marcha una catarsis cuya primera consecuencia es que, como ha apuntado el ministro alemán Wolfgang Schäuble, ha estado encima de la mesa la hipótesis de una salida temporal del euro de Grecia que, nadie lo duda, luego sería definitiva. Y si no se ha producido es porque los griegos, por encima de todo, prefieren vivir bajo el paraguas del euro aunque sufran, a la aventura, como desean algunos dirigentes de Syriza, de una moneda propia que les condenaría a la miseria durante varias generaciones, diga lo que diga el dimitido Varoufakis, por muy orgulloso que sea. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, más o menos conscientemente, ha puesto al descubierto los socavones de las políticas populistas en Europa, como lo demuestra el tercer rescate que, al final, ha tenido que mendigar y el que la mayoría de los griegos esperan que se levante el corralito bancario –todavía tardará– para sacar y poner a buen resguardo todo el dinero que puedan.
Tsipras, atrapado en su propia tela de Ariadna, sueña, y lo dice, con la hipótesis de que, por ejemplo, en España gobierne Podemos, pero no debe de ser un buen compañero de viaje cuando los responsables podemitas han respondido con celeridad que las políticas de Syriza y las suyas tienen poco que ver, aunque solo hace un par de semanas Pablo Iglesias alabó al primer ministro griego en el Parlamento Europeo. En cualquier caso, en la política europea ya hay un antes y después de la crisis griega provocada por Tsipras, que no será la última y cuyo siguiente capítulo, dicen en Bruselas, serán nuevos incumplimientos helenos y, entonces sí, el principio del fin de su presencia en el euro.
En España, ya en periodo preelectoral, Rajoy ha movido ficha y, aunque no es preceptivo como en otros parlamentos, someterá a votación en el Congreso el tercer rescate a Grecia. Su aprobación está asegurada con la mayoría del PP y con los votos del PSOE que, obviamente, no puede oponerse. La certidumbre parlamentaria no impide, y es la jugada de Rajoy, que todos los partidos, incluso los ahora extraparlamentarios como Podemos, se vean obligados a retratarse, y caben pocas medias tintas. El líder del PP, más allá incluso de la crisis griega, ha tomado la iniciativa, aunque ni tan siquiera los populares están convencidos de que todavía estén a tiempo para recuperar posiciones antes de las elecciones. Eso sí, casi en el tiempo de descuento, Artur Mas, que al final ha logrado la ansiada lista única para las elecciones plebiscitarias del 27-S –con el esperpento de que casi no haya políticos y él ocupe el cuarto puesto–, reaviva la llama independentista catalana, ahora mucho más apagada según las encuestas. Una convocatoria ante la que también todos, incluso esos nuevos partidos tan activos, tendrán que pronunciarse y todo influirá en las elecciones generales que sí, serán a finales de noviembre, cuando ya la Grecia de Tsipras quizá vuelva a tener problemas porque habrá dejado de cumplir otra vez sus compromisos.