Bigote desobedece a la Campos

04 / 04 / 2017 Jesús Mariñas
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¡Gracias!

Edmundo Arrocet ha decidido participar en una nueva edición de Supervivientes, contra el criterio de María Teresa Campos, que aprovechará su ausencia para mudarse a Málaga, tras la despedida de su programa de televisión.

Estamos tristísimos. Hay hondo pesar por estas desapariciones. Coincidentes aunque sean incomparables: mientras velaban a Paloma Gómez Borrero, también pasaba a otra vida el histórico ¡Qué tiempo tan feliz! A María Teresa Campos se le quebró la voz al abrir su despedida, afectada igualmente por la muerte súbita de su compañera periodista, la gran admiradora de Juan Pablo II que nunca tragó a un Francisco que desde su demostrado catolicismo le parecía errado.

Buena están liando porque Bigote va a Supervivientes contra el criterio de madre Teresa: “Es su decisión, yo no me meto. Pero aprovecharé su ausencia en Honduras –mejor no meterse en ellas–, para mudarme temporalmente a Málaga ya sin el compromiso televisivo del fin de semana”. Especulan, calculan y disparatan sobre qué podrá pasar o resultar. Hasta vaticinan ruptura fulminante desconociendo lo mucho que hay, ata y une a la maestra televisiva con un Bigote del que personalmente tengo una imagen que no responde a tales reparos. Pese a sus bien llevados 68 y baqueteo artístico lo veo cálido, entregado y nada calculador.

 

Repentino adiós

Jornadas dolientes especialmente con “la Borrero” o “Palomita” que de igual forma la llamábamos mientras muchos la creían novia del Papa: “Non e vero, non e vero, el Papa no es el novio de la Gómez Borrero”, se coreaba en un tiempo que quizá fuera más feliz.

Unanimidad en las crónicas nada necrológicas repasando a la casi italiana tras su boda con Alberto de Marchi, un piloto guaperas como suelen serlo –parece sinónimo profesional–, que se prendó nada más verla. Es de la nobleza romana y tiene castillo propio en L’aquila. Unos y otros lloran y añoran a la Gómez Borrero y su anciano marido pretende instalarse en Madrid, alejado de sus tres hijos, muy italianos. Se la llevó un cáncer. Conocedor de lo familiar que era, no entendía su larga estancia madrileña con esporádicas visitas a la Ciudad Eterna. Escamaba su enraizamiento capitalino y, pese a los 82 que no aparentaba, disfrutó al recuperar las tertulias televisivas. Nunca imaginó que acabaría vía TVE, la Cope fue su canto del cisne, sitiando San Pedro con sus follones que son de agárrate.

“Deberías hacer algo tipo Las llaves de San Pedro”, le sugería bisar esa implacable pero justa denuncia que Roger Peyrefitte hizo de la Curia. Sus revelaciones lo excomulgaron, con la Iglesia había topado. Era un retrato veraz, irredento y feroz de las intrigas vaticanas. Ante mi propuesta, Paloma sonreía con sus luminosos ojos oscuros de un verde único, con chispas casi amarillentas como el traje de la Campos al cerrar ese quiosco entrañable.

Desde Karina forever eurovisiva al eterno Raphael, Helena Bianco o Los Manolos con Amigos para siempre, casi réquiem. Más optimista pareció el mix de las dos rubias, una recordando Será maravilloso, viajar hasta Mallorca, eco de uno de los festivales que abundaban en una España que vivía cantando, como defendió Salomé. Karina optó por El baúl de los recuerdos. Parecía a la medida del programa.

Cristina Cifuentes, en azul pastel, aprovechó el inexistente Día mundial del teatro para recordar a Lina Morgan con mural de once metros en el metro de La Latina, a pie del que fuera su teatro. Empezó de “alegre chica”, luego unida a Juanito Navarro. Acabó comprándole el local a Matías Colsada que se lo casi regaló por doce millones de pesetas y la promesa de “actuar una vez cada año”. Quedó corto, porque sus estrenos aguantaban hasta cinco años tal Vaya par de gemelas con su “emocionada y agradecida, gracias por venir” ya tan mítico.

Los huevos de Lucio

Encandiló en Lucio a Sam Kass, cocinero de la familia Obama en la Casa Blanca y ahora con compromisos nuevos y familiares. Con facha de rudo y maduro galán fílmico, Sam flipó con los huevos estrellados que le recomendó su colega José Andrés.

Desde Washington, tuvo el detalle de telefonear diciendo que “está invitado por mí. Todo corre de mi cuenta”. Ignoró cómo destacó en el comedor principal, solo en una mesa, con camisa de cuadros nada de chef y más del jugador de béisbol que fue hasta ser reclamado por Michelle. Me contó que creó un huerto ecológico. Aseguran las crónicas que Kass alcanzó en la Casa Blanca una proyección política inédita entre fogones. El presidente lo nombró su asesor principal en políticas de nutrición y la first lady lo hizo director del programa Let’s move para fomentar el ejercicio y la dieta favorable para mejorar la obesidad infantil, tan preocupante en Estados Unidos.

Les falta la dieta mediterránea y se atiborran de chuches. Con José Andrés se enfrenta a lobbies que comercializan productos transgénicos, herbicidas y pesticidas. Reformó los almuerzos de los escolares e impuso en las etiquetas el “derecho a saber” que Donald Trump pretende eliminar como otros aciertos de su antecesor. Sam casó con Alex Wagner, presentadora estrella del Canal MSNBC. Es belleza muy oriental. Responden a lo que Washington considera indispensable del glamour: romance televisivo con alguien próximo al presidente y que sea una pareja atractiva. Ellos son de romper. Vogue lanzó su historia de amor con final, al menos hasta ahora, hollywoodiense. Cuando Sam acabó de contármelo, ya no había rastro de los huevos ni de la cazuela con callos, anotó Alaska, que estaba con América, su madre, presentando memorias. Por una vez, excepcionalmente, rompió su régimen honrando nuestra cocina. Habrá que ver si Sam incorpora a los menús Obama los callos a la madrileña, que tanto gustaban a Paloma. Lucio merecería derechos de autor.

Cifuentes descubrió el paredón del supuesto homenaje a Lina... donde ella no aparece. Tan solo su nombre, ni rastro de la cómica figura experta en hilarante retorcimiento de piernas y morreo descacharrante. Eran gestos únicos que realzó su hermano, manager, padre o hijo, José Luis. Cuando se fue hace unos años, Lina empezó a morir. Ya no confiaba en nadie para enredos musicales que transformaron la revista. Los taquillazos se lograban con humor, nada que ver con lo imperante hasta entonces de vedetetonas. Lina reinventó el género y en su primer viaje a Nueva York, que compartí, compré tiques para ver a Mickey Rooney en Sugar Baby en pareja con Anne Miller. Pensamos que Broadway le entusiasmaría. Pero siguió indiferente el histrionismo de Rooney tan explotado en películas, admiró la grandeza del montaje, las piernas de Anne y, hundiéndonos, solo dijo: “¡Bah, en Madrid lo hacemos mejor!”. Su hermano José Luis le daba una pastilla, se quedaba frita y con su amigo Tony Luján salíamos a gozar la noche neoyorquina. Deshecha, calló su muerte durante seis meses. Cuando preguntábamos qué tal sigue José, contestaba que “muy bien”.

Con Paloma tuve otra intimidad: dormí en su piso romano de la vía Angélica, a dos pasos del Vaticano, a donde iba caminando, mejor eso que en su desvencijado 500 color crema. Sobrevolaba el endemoniando tráfico de la Ciudad Eterna. Sorteaba cualquier peligro, lanzaba pestes y a Marujita Díaz la tuvo en un permanente ay cuando, con la madre de Alejo García, tuvimos una colectiva audiencia papal con Juan Pablo II, al que tanto admiraba. Ella y servidor compartimos estrado a la izquierda del Pontífice. Marujita con impecable, respetuosa pero cantante mantilla española con teja y encaje negro, en primera fila, mezclada con el resto de peregrinos. Nos saludaba de vez en cuando agitando el brazo repleto de pulserones:

“¡No mires, que nos saluda, qué vergüenza!” suspiraba mientras al besar al Papa se arrancó con “no te vayas todavía, no te vayas por favor”. Paloma pidió el frasco de las sales a punto de patatús ante semejante show de quien decía estar “invitada al programa de Rafaella para cantar cuatro temas”. Lo consiguió pero solo con uno.

En Roma con Marujita

Nos dio el viaje, se coló en mi habitación porque no quedaban vacías, ensuciaba el lavabo poniéndolo negro al desmaquillarse sus tacones de aguja se clavaban en el histórico empedrado y tirábamos de ella para sacarla adelante. Nunca pagó ni un café, menos aún una comida, hasta que insté a Paloma a declararnos insolventes, entonces sacó un fajo de “soldi” como ella decía. Costó hacerle entender que allí no comían tortilla de patatas sino macarroni y tortellini. Tras estrenarse una peli, dejó indignada un cóctel en casa de Rosa María Omaggio al considerarse postergada porque nadie la conocía. Nos avergonzó.

Experiencia inolvidable en un tiempo tan feliz como era el de la Campos, tan apoyador de lo que fueron nuevos valores como los hoy consagrados Manu Carrasco, David Bisbal o Alejandro Sanz. Una pena.

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