Los personajes ocultos del asesinato de Carrero Blanco

17 / 12 / 2013 11:24 Fernando Rueda
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40 años después, el atentado contra el presidente del Gobierno sigue sin estar claro. Tiempo trata de arrojar luz contando la historia del misterioso hombre de la gabardina, los espías del PNV y la implicación de la CIA.

José Miguel Beñarán Argala desconocía el 14 de septiembre de 1972 quién sería su interlocutor en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid. Miembro del comando de ETA en la capital, mantenía las máximas precauciones, aunque en ese momento la preparación técnica de los miembros de la banda dejaba mucho que desear.

Su interlocutor nunca se identificó. Era un hombre con gabardina blanca, alto, elegante, con una cartera de piel en la mano derecha y vinculado profesionalmente al mundo de la televisión y el espectáculo. Argala le reconoció como el hombre que le habían señalado desde el País Vasco y recibió de él un sobre blanco.

Su contenido ponía en manos de la banda terrorista a un objetivo al que por sus escasos medios en la época nunca habrían podido llegar: el vicepresidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, que en unos meses sería nombrado presidente. El informe explicaba que el almirante iba entre semana todos los días a misa de nueve de la mañana en la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano. Que después seguía siempre el mismo camino para ir al trabajo y que su escolta era mínima. ETA recibió esa información de un intermediario, sabiendo que en España había muchos que odiaban a Carrero Blanco, uno de los mayores valedores de Franco y defensor de la necesidad de que se perpetuase el régimen tras su fallecimiento.

Nunca se ha podido identificar al hombre de la gabardina, pues, en venganza, Argala fue asesinado por el Batallón Vasco Español, que colocó una bomba bajo su coche, y no llegó a compartir con nadie los detalles que pudieran haberse seguido para identificarle y, posteriormente, llegar al que fue el cerebro de la conspiración. Se sabe que era alguien enviado por personas de confianza de dirigentes de la banda en el País Vasco, que miembros de los servicios secretos de la época identifican con personajes cercanos al servicio de espionaje del PNV, muy activo en aquella época.

Estos nacionalistas mantenían buenas relaciones con la CIA, una de las principales sospechosas de mover los hilos de los etarras en el atentado. Los ciáticos –como les llaman sus colegas españoles– se habrían puesto manos a la obra para cambiar el rumbo político de España y facilitar la Transición tras el cable número 700 de su embajada en Madrid, fechado en enero de 1971. Con el desparpajo en el vocabulario que ampara un documento secreto, sugerían la desaparición de Carrero Blanco y su sustitución por el general Luis Díez Alegría o por el también general Juan Castañón de Mena.

Aparece Chacal.

Hace un par de años, una grabación del periodista de investigación Antonio Salas salía a la luz a raíz de la publicación de su libro El palestino. En ella, Muhammad Abdallah, un venezolano simpatizante del terrorismo –la identidad que utilizaba Salas como tapadera–, mantenía una conversación con Illich Ramírez, conocido como Carlos y Chacal, conocido asesino venezolano que había sido el hombre más perseguido del mundo tras ser miembro del Frente Popular para la Liberación de Palestina y trabajar luego por encargo, hasta su detención en Jartum por el servicio de espionaje francés. En el momento de la charla cumplía condena en una prisión francesa.

Chacal, tras una larga relación con Salas, se sinceró con él y le relató: “Yo fui el que debía organizar lo de Carrero Blanco... los de ETA pidieron ayuda... quedó clara la asistencia que les dimos nosotros”. Es decir, a Chacal le encargaron el asesinato y conoció a los terroristas de ETA que lo planificaron, pero estaba en otros asuntos y no pudo ejecutarlo.

Es evidente que en 1973 la ETA inexperta, con escasos medios y poco preparada para combates difíciles, no podía tener acceso a un terrorista tan cualificado. Las dudas que plantea la presencia de Chacal apuntan en otra dirección: ¿puede que fuera la intermediación de grupos más poderosos los que buscaran a un profesional de su categoría para garantizar el cambio de régimen en España?

La CIA encubierta, en Madrid.

En octubre de 1973, durante la guerra del Yom Kipur, Carrero Blanco no autorizó que los aviones de Estados Unidos usaran las bases que tenían en España, lo que fue interpretado tiempo después por la agencia de noticias soviética Tass como uno de los principales argumentos para que la CIA organizara su asesinato dejando claro a España que eso no se le podía hacer a Estados Unidos. Ese gesto representaba la postura de Carrero Blanco con respecto a Washington: deseaba la firma de un tratado bilateral de defensa mutua con rango superior al existente. Si no se atendían sus requerimientos, se oponía a renegociar el acuerdo sobre la utilización de sus bases militares en España.

Este fue uno de los motivos que impulsó el viaje a España del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, el 18 de diciembre. Acompañándole, mezclado entre su séquito, estaba William Nelson, jefe de Operaciones Encubiertas de la CIA, que estuvo detrás de los golpes de Estado apoyados por la agencia en la década de los 70 en Latinoamérica. Los dos se alojaron en la Embajada de EEUU en la calle Serrano de Madrid. De Kissinger se sabe lo que hizo, no así de Nelson. El primero se reunió con el general Franco en El Pardo y con el príncipe Juan Carlos en La Zarzuela. Al día siguiente, 19 de diciembre, tuvo la entrevista decisiva con el presidente Carrero Blanco.

Kissinger intentó convencerle de que el Senado de Estados Unidos no iba a admitir que este país estableciera una relación de mayor nivel con España y le conminó a frenar sus deseos de construir la bomba atómica española. Carrero Blanco no se amedrentó ante un soberbio Kissinger: le entregó un informe de la Junta de Energía Nuclear en el que se afirmaba que España disponía de yacimientos de uranio y tenía la tecnología francesa de la central de Vandellós para conseguir plutonio. Dicen que la conversación solo duró una hora, aunque parece ser que estuvieron reunidos mucho más tiempo. El almirante se mantuvo terco en su postura y le advirtió de que si la OTAN no aceptaba a España y Estados Unidos les trataba como a un país de segunda fila, estaba dispuesto a aceptar una propuesta de Francia para compartir la fabricación de armamento nuclear. Los dos dirigentes quedaron en seguir hablando y en no contar el contenido de su conversación. Kissinger abandonó España esa misma tarde con destino a París, aunque en su agenda no había actos programados en la capital francesa. Algunos consideran que se fue rápidamente para no estar en Madrid al día siguiente. Se desconoce si el jefe de Operaciones Encubiertas de la CIA se quedó o se fue.

Miembros del servicio secreto español de aquella época recuerdan que Kissinger mantuvo una conversación similar en Italia con el presidente Aldo Moro, asesinado en 1978. Solo que en esta ocasión el presidente italiano le contó a su mujer –y esta lo declaró ante un juez– que “una figura de la política americana de alto rango”, que luego identificó como Kissinger, le había dicho: “O abandonas tu línea política o lo pagarás con tu vida”.

Explosivo sospechoso.

El 20 de diciembre el coche del almirante saltaba por los aires en el atentado de ETA. Investigaciones posteriores que no salieron a la luz sacaron la conclusión de que el explosivo utilizado era C4, que en aquellos años únicamente utilizaban las tropas estadounidenses en la guerra del Vietnam. Era un explosivo que no se podía encontrar en España.

Unas semanas después del atentado Fernando Herrero Tejedor, el fiscal del Tribunal Supremo que llevaba el caso, recibió un informe anónimo señalando la pista del explosivo que se había utilizado en el ataque y vinculando el C4 con unas bombas descargadas en la base de Torrejón por un avión de EEUU procedente de Fort Blix. El fiscal siguió la pista, pero no llegó a poder demostrar nada.

Los investigadores se mostraron desconcertados porque los etarras carecían en aquel momento de artificieros expertos capaces de llevar a cabo una operación con tanta potencia y tan perfecta. Aunque más extraño fue que el Servicio Central de Documentación (Seced), la agencia de espionaje montada por el propio Carrero Blanco, no consiguiera ninguna pista para intentar evitar el atentado. Eso sí, pagaron con la destitución de su director, Ignacio San Martín, algo que no ocurrió con el ministro responsable de la seguridad, Carlos Arias Navarro, que no solo no fue castigado por los graves fallos de seguridad, sino que fue designado presidente del Gobierno.

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