José Luis Pardo Torío

24 / 10 / 2016 Hernando F. Calleja
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Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense

“Quienes prometen la salvación apelando a la patria han abierto brechas profundas en nuestras sociedades”

Su ensayo se titula Estudios del malestar. Viniendo de una etapa reciente en la que el término más repetido era “indignación”, hablar de malestar ¿no es un poco benevolente con la situación?

Se trata de un libro de filosofía en el sentido tradicional y, a la vez, con ambición de actualidad. Pero vengo utilizando el término “malestar” desde la década de 1990 para referirme a las consecuencias de la erosión de las estructuras del Estado social de Derecho que, habitualmente, llamamos Estado del bienestar, y lo hago precisamente para subrayar el contraste. La indignación es una de esas consecuencias.

¿Qué caracteriza esta situación?

Cuando el bienestar material disminuye, lo hace también nuestra disposición a repartir los bienes escasos y tendemos a buscar un enemigo al que hacer responsable de nuestras carencias, con mayor o menor razón. Pero cuando ese malestar se explota como un negocio político para manipular a los ciudadanos, al empobrecimiento material se añade la mezquindad moral.

 

La crisis ha lesionado en mayor o menor grado el Estado del bienestar. Hay quienes pretenden que en Europa aún tenemos un Estado del bienestar sólido y recuperable. Otros lo dan por perdido y dicen que vamos a otro modelo.

El Estado del bienestar, más que una realidad histórica, es un proyecto político nacido tras la Segunda Guerra Mundial, no como garantía del bienestar material (que en aquel momento era escaso), sino del bienestar jurídico: el intento de un reparto justo de la pobreza que otorgaba derechos e imponía obligaciones. Quienes hoy se niegan a repartir con sus socios rechazan sus obligaciones, pero al hacerlo rechazan también los derechos e inclinan la política al terreno de los hechos más o menos consumados, lo que nos lleva, en efecto, a otro modelo, que no tiene nada de nuevo. Es el modelo que ha existido siempre fuera de ese archipiélago excepcional que fue, y aún es en parte, el Estado social de Derecho.

 

La reacción relativamente moderada ante la pérdida de algunas de las certezas y seguridades de las que hemos disfrutado expresa ¿incredulidad, temor, individualismo exacerbado, alguna otra enfermedad social?

La reacción parecía moderada cuando solo podía expresarse mediante los cauces institucionales de las democracias liberales. Pero en la medida que se han ido creando instituciones paralelas para rentabilizar políticamente esa nostalgia de certeza y seguridad, se ha pasado de la aparente moderación a la amenaza grave. Quienes hoy prometen la salvación apelando a la patria, a la identidad y a la gente, han empezado a crear brechas profundas en las sociedades europeas y americanas y a erosionar las estructuras, no ya del bienestar, sino del Estado de Derecho en cuanto tal. Y eso expresa más bien simpleza, temeridad y gregarismo. Eso es lo que reclama, a mi modo de ver, la atención del pensamiento. 

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