Dylan y el club de los poetas muertos

25 / 10 / 2016 Antonio Puente
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El Nobel de Literatura al bardo de Minnesota abre el abanico a candidatos hasta ahora inimaginables.

Cuando le preguntaron a Vicente Aleixandre si podía comer de la poesía, el premio Nobel malagueño atajó: “No, apenas me ha alcanzado siempre para merendar”. Y, en sintonía con el lema A la inmensa minoría, acuñado por el también Nobel Juan Ramón Jiménez, el poeta argentino Raúl Gustavo Aguirre legó esta magistral tautología: “La poesía no se vende porque la poesía no se vende”.

Ahora, la Academia sueca ha dilatado el círculo de las restricciones literarias premiando sorprendentemente a un extraordinario cantautor con el Nobel de Literatura, lo que ha provocado un –tal vez calculado– despliegue mediático sin precedentes. Es Dylan, en el papel, en cierto modo, de Bob Esponja de los mass-media. Por vez primera un literato que, ¡por fin!, posee un nombre reconocible para el gran público; y, por ende, para los opinadores todólogos, que son desde periodistas del corazón y del cerebro a críticos literarios o musicales, que celebran –estos últimos– el aperturismo del galardón a un compositor de “poemas-canciones” de una calidad indiscutible.

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