Exclusiva: El testamento de la `duquesa roja´

27 / 06 / 2008 0:00 Luis Algorri
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El documento más buscado lo ofrece ‘Tiempo’ a sus lectores. La duquesa de Medina Sidonia repartió lo que tenía. Y su hijo menor, Gabriel, que le ganó dos pleitos, dice que ella era todo menos una santa.

Es el documento más buscado de las últimas semanas. Lo firma el notario Antonio Fernández- Golfín Aparicio y la fecha es del 13 de diciembre de 2000. En un testamento de apenas seis cuartillas, al que ‘Tiempo’ ha tenido acceso, Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, la recién fallecida duquesa de Medina Sidonia, hace dar fe de lo siguiente:

“Disposición Primera: designa a doña Liliana Dahlmann como persona encargada por la testadora del ejercicio del derecho moral de autor respecto de todas sus creaciones literarias, artísticas o científicas, con la mayor amplitud que permita su legislación especial”.

“Segunda. Lega a doña Liliana Dahlmann el tercio de libre disposición de su herencia (...) a) Los derechos de explotación de toda la obra de que sea autora o coautora la testadora (...) b) Las fincas o participaciones (...) que pertenezcan a la testadora en la urbanización Atlanterra, en Tarifa. c) Todas las acciones o participaciones (...) d) El dinero que resulte de su propiedad, bien sea en metálico, en cuentas o imposiciones de cualquier clase, fondos de inversión (...)”

En la tercera disposición, la duquesa roja reconocía a sus dos hijos menores, Pilar y Gabriel, la “legítima estricta”. Y en la cuarta, “instituye heredero universal a su hijo Leoncio, sustituyéndolo vulgarmente por sus hijos y descendientes”. Luego nombra albaceas a Urquiola y Ana Palacio (la ex ministra de Aznar) junto con Carmen Olías. Y revoca, por último, cualquier disposición testamentaria anterior.

Este es el testamento de la duquesa de Medina Sidonia. El último que firmó ante un notario y el único legal salvo que, como dice su hijo menor, Gabriel, “ahora aparezca alguien con un manuscrito de última hora, que a saber cómo se validaría y autentificaría. Pero pasan los días y ese testamento fantasma no aparece. Así que el único testamento de mi madre es este de 2000. Que a ver cómo se cumple y en qué se traduce, porque mi madre, en realidad, no dejó más que deudas...”.

Una familia hecha pedazos

“La familia se rompe cuando se demuestra que mi madre, que iba de referente moral, de persona íntegra, de duquesa roja, nos había estado robando, bien con la complicidad de nuestro padre o por lo menos echándole la culpa a él. Se quedó con lo que era nuestro, de sus hijos, y trató de ocultarlo cuanto pudo. Eso fue lo que hizo que todo reventase”.

Gabriel González de Gregorio y Álvarez de Toledo, 51 años, tercer hijo de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, es, físicamente, el vivo retrato de su madre. Su hermano Leoncio, el mayor, es conde de Niebla; su hermana Pilar, duquesa de Fernandina. Él es el único que no tiene título nobiliario y no le importa: “Yo soy clase media, burgués de origen. Me he educado en una familia burguesa con principios burgueses. Por eso he estudiado mucho, me he esforzado mucho y he trabajado mucho. Y un burguesote como yo puede contar lo que ocurre, a mí no se me van a caer los anillos porque no los tengo. Quiero que se sepa la verdad, lo que ha pasado, para que no pase más, para que si llega el caso desgraciado de que unos hijos se ven atropellados por sus padres, puedan defender su dignidad. Porque eso es lo que nos hemos jugado aquí, la dignidad. Y mi madre, que pretendía ser un ejemplo, no supo mantener su dignidad. Ahí está todo. Qué dignidad puede tener alguien a quien pillas robando a sus hijos; qué es eso del honor, de la nobleza, si al final era como todos. O, mejor dicho, como todos los que roban. Y en vez de enfrentarse a ello, lo que hizo fue intentar taparlo, como hacen las personas que no tienen ética”.

A Gabriel no parece impresionarle nada que su madre se casase, muy poco antes de morir, con su secretaria de toda la vida, Liliana Dahlmann (algo que provocó una verdadera conmoción en el mundo de la nobleza); apenas critica a Liliana ni a la Fundación Casa Medina Sidonia, a la que la duquesa fallecida intentó dejar cuanto pudo de su patrimonio gracias a unos estatutos varias veces modificados. Él clama (pero su voz es muy serena, como si contase algo miles de veces repetido) contra su madre y, de paso, contra su padre, a quienes acusa de haberse apropiado de una fortuna que les pertenecía a él y a sus dos hermanos. Luisa Isabel no tenía lo que se entiende por instinto maternal. Entre sus ocupaciones, sus meses de cárcel y sus años de exilio, no se ocupó con excesivo celo de la educación de sus hijos, que pasaron parte de su infancia al cuidado de su bisabuela Julia.

La herencia de la bisabuela

Cuando ésta murió –aquí Gabriel despliega una enorme cantidad de documentos– dejó un testamento en el que reparte sus bienes entre sus cuatro hijos: tres hijas vivas y su nieta, la duquesa de Medina Sidonia, hija única de su madre. Pero la bisabuela declara que la parte que corresponde a esas cuatro personas ya había sido pagada en vida, y sí deja una importante cantidad para sus biznietos. La mitad de esa fortuna debía entregárseles al cumplir 21 años, y la otra mitad, a la muerte de la duquesa. Es decir, ahora.

Y eso fue lo que olvidó hacer Luisa Isabel Álvarez de Toledo, según su hijo menor. Se quedó con el dinero de sus hijos y montó una compleja trama jurídica (en la que, según Gabriel, estaba directamente implicado su padre) para ocultarlo. “En los años 80 –dice– descubrimos, por un golpe de suerte, que mi madre había falsificado la testamentaría de mi bisabuela con la colaboración de nuestro padre. Esto último tardamos más en probarlo, unos siete años”. Cuando, después de mucho investigar, los hijos se dan cuenta del fraude, demandan a su madre. Ella replica que sí les dio su parte y que, en todo caso, la responsabilidad era de su marido, que fue quien firmó los papeles. Pero primero el juez, y más tarde el Supremo, dan la razón a los hijos y obligan a la duquesa a devolverles lo que era suyo.

Se produjo la división entre los tres hermanos, que pasaron años analizando el asunto y discutiendo qué habrían de hacer. Según Gabriel, el primogénito (Leoncio) se negó a atacar a su madre y la protegió. Y Pilar, duquesa de Fernandina, “ha sido muy mejorada por nuestro padre en su testamento. De hecho es la heredera universal. A ella, nuestro padre la ha compensado; a nosotros dos, no. Ella tendría que hacerlo y sé que lo está estudiando”.

Los “malos tratos”

Hay más. Gabriel repite que no se ha metido en este pantano judicial por dinero: “Hay personas que se dejan compensar con dinero y hay otras que queremos que se nos compense con la verdad”. Él ha dicho públicamente que su madre les maltrataba. Ahora lo aclara: “A la falsificación de documentos y a la apropiación de nuestros bienes se unió el oprobio de nuestra educación, que estaba absolutamente planificada para destruirnos.

No me refiero a golpes o pescozones o ‘galletas’: esa era la manera de comportarse en la época y a mí no me parecen malos tratos, no les doy importancia, aunque mi madre, y también mi padre, que era un señor de extrema derecha, tenían la mano muy larga. Lo que me parecían verdaderos malos tratos eran las constantes humillaciones. Todo lo que hacíamos le parecía mal a mi madre. No dejaba de echarnos en cara que nuestros colegios eran malos y que nuestra educación era insuficiente. Caramba, ¡que hubiese mandado dinero para pagar colegios mejores! ¿Por qué no lo hizo? Constantemente se reía de nosotros porque no hablábamos idiomas. ¿Cómo los íbamos a hablar si no nos los habían enseñado? Si salías, mal; si no salías, peor; si te echabas novia o novio, fatal... Todo lo criticaba, ¡como si ella fuese una santa, vamos! Y cuando empezamos a pensar en qué hacer con nuestras vidas fue terrible, todo eran broncas y desprecios. ¿No son eso malos tratos? Mi hermano Leoncio fue el que peor lo pasó. Fue dando tumbos y tardó mucho en adquirir su formación de historiador”.

Luego la Fundación que, según los estatutos actuales (cambiados por la duquesa en 2005), se convierte en titular de todos los bienes, entre los que destacan el palacio de Sanlúcar de Barrameda y sobre todo el inmenso archivo documental. Gabriel tuerce el gesto:

“Ya he dicho que mi madre no dejó más que deudas. Y en cuanto a lo del archivo... Ya va siendo hora de decir que ese archivo no es sólo obra suya ni mucho menos. Ella se apuntaba todos los méritos, pero ese fondo está en nuestra rama de la familia porque, durante muchos años, otras ramas han ido cediendo lo que tenían. Sí, regalándoselo, por amistad. Esto no se ha dicho nunca pero es así...”.

Sobre la Fundación, cuyos estatutos hacen a la duquesa viuda, Liliana Dahlmann, presidenta vitalicia y con derecho a ser asistida por las personas del servicio (que son una docena), Gabriel piensa que se trata de una maniobra más. “A nosotros, la Fundación nos viene muy bien. Mi madre, cuando se dio cuenta de que se había equivocado de vía, en el año 95, trató de deshacerla y nosotros nos opusimos. Pero todo está hecho con la misma mala fe. Durante muchos años, los estatutos decían que, a la muerte de mi madre, el presidente sería mi hermano Leoncio, el nuevo duque. Ella trataba de comprarle, de tenerlo de su parte. En el último momento, en 2005, cuando creyó que ya no le necesitaba, lo eliminó de los nuevos estatutos y puso a Liliana. Pero eso no sirve para nada. ¿Dónde se ha visto que en las fundaciones la presidencia sea vitalicia? Ya dirimirán los jueces. Además, lo de las doce personas del servicio para atender a Liliana... Caramba, que la Fundación se mantiene con dinero en parte público. ¿Estamos pagando todos doce personas de servicio para esa señora? Pues yo también quiero que me contraten como parte del servicio, porque entre doce, tú dirás... ¡Van a trabajar poquísimo!”.

Gabriel, por último, repite que lo que le mueve no es sólo el dinero: “Yo lo que pretendo es que se respeten mis derechos. Y luego, claro, poder contar la historia, porque yo sé que esto tiene interés. Mis hermanos tendrían que contar lo que ha pasado. Sé que no quieren, pero alguna vez tendrán que hacerlo. Si no, se hunden como personas. Yo quiero darles la oportunidad de que lo cuenten. Y si ellos no lo hacen, lo haré yo”.

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