Se lavan las manos

05 / 03 / 2015 Natível Preciado
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Las farmacéuticas son negocios, así que no se sienten responsables de los gastos sanitarios que necesiten los enfermos.

Quiero recordar que hace cuatro años una compañía farmacéutica decidió suspender el suministro a los hospitales griegos de medicinas contra el cáncer, con el argumento de que tenían demasiadas facturas impagadas.

En los inicios de la crisis, parecía un escándalo que en la Europa del Estado de bienestar se tomase una decisión tan canalla con los enfermos graves que no tenían dinero para pagar al contado los antitumorales. Hoy los españoles sufrimos por medidas similares. La Plataforma de Afectados por Hepatitis C, después de dos años de sufrimiento y de protestas, denuncia que el acceso a los nuevos fármacos que pueden salvar vidas es ínfimo y los criterios de selección, crueles. Reclaman que se atienda primero a los niños y jóvenes porque, al no encontrarse todavía en los estadios más graves de la enfermedad, quedan fuera de cobertura. Siniestra decisión para quien debe decretar cuál es la vida más valiosa.

Los medicamentos de última generación, como el Sovaldi, son muy caros y no pueden prescribirse a todos los afectados. Los laboratorios se lavan las manos y defienden su elevado precio porque necesitan ganar dinero para invertir en pruebas experimentales muy rigurosas para descubrir nuevos fármacos. Además, son negocios y no organizaciones filantrópicas, así que no se sienten responsables de los gastos sanitarios que necesiten los enfermos sin recursos. Alegan que algunos genéricos, vendidos en países como India o Egipto cuestan menos del 90% que el original porque no invierten en investigación y se limitan a comprar sus patentes o, lo que es peor, a piratearlas y lucrarse de los descubrimientos de los demás.

Cierto que su trabajo tiene un alto coste, pero también lo es que dan prioridad a las investigaciones más rentables. Se toman poco interés por desarrollar medicamentos que la gente consumirá solo durante unos días y prefieren buscar clientes para toda la vida, por ejemplo, los niños o los que padecen supuestas patologías mentales.

He leído con estupor las recientes declaraciones en El País de Darian Leader, célebre psicoanalista británico, donde sugiere que las farmacéuticas deberían ser tan castigadas como las tabacaleras, para evitar que especulen con la salud de la población. Denuncia que algunas compañías financian congresos, artículos científicos, visitas médicas y publicidad subliminal en películas y programas de televisión, con el fin de propagar la idea de que existen nuevas patologías para las que ofrecen posteriormente grandes remedios.

Así, han puesto de moda los llamados trastornos bipolares para los que han creado patentes muy rentables. Cada vez hay más personajes famosos que confiesan en público su bipolaridad y películas con protagonistas que padecen la enfermedad. No se trata de absurdas teorías conspiratorias, según Leadar, la súbita proliferación de bipolares no es espontánea sino una sutil creación de los departamentos de marketing de los laboratorios que luego se forran con los medicamentos adecuados. Si leen su libro Qué es la locura lo comprobarán.

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