Olvidos terapéuticos

04 / 05 / 2016 Nativel Preciado
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La memoria no es un archivo donde se almacena la información de manera inalterable. Al contrario, todo lo que se acumula en ella se va recomponiendo a lo largo del tiempo. Lo estoy comprobando estos días con mayor intensidad. Cuando me refiero en algún acto público a cualquiera de los recuerdos que aparecen en mi libro más reciente, Hagamos memoria, siempre hay un testigo que me lleva la contraria y provoca malentendidos que me hacen dudar. A continuación, acudo a mi personal hemeroteca, compruebo una vez más lo escrito y veo que estoy en lo cierto. Sucede que cada persona recibe, almacena y recupera su propia información como mejor le parece. La prueba es que a los niños les gusta que sus padres o sus abuelos les cuenten historias que ya conocen, porque en cada nuevo relato siempre añaden o suprimen algún detalle que al niño le divierte poner en evidencia y contrastar con el cuento anterior. Nadie repite las anécdotas de un modo idéntico. Al verbalizar cada nueva versión, los cambios se archivan en el cerebro y los recuerdos se van reajustando a conveniencia. El memorable cosmólogo Carl Sagan dejó escrito que tenemos la capacidad de almacenar en nuestro cerebro una información equivalente a diez billones de páginas de enciclopedia. Lo razonable es que tal cantidad de información alojada en nuestros millones de neuronas la interconectemos a nuestro antojo. Tenemos mucho que olvidar para que nuestro cerebro no se colapse, así que nos desprendemos de datos inútiles, pero también de recuerdos frustrantes, molestos o traumáticos para evitar que nos hagan daño. Son los olvidos terapéuticos. En la mayoría de los casos intentamos embellecer un pasado que deja mucho que desear. Y así vamos reconstruyendo nuestra propia historia. Algunos, sin embargo, se pasan de autoindulgentes. Uno de los diputados que estaban en el Hemiciclo la noche de la intentona golpista del
23-F me dijo que él había permanecido sentado, sin inmutarse, durante los disparos de Tejero y sus secuaces. Es posible que se lo creyera, pero no solo existen documentos gráficos que demuestran lo contrario, sino que algunos vimos con nuestros propios ojos a los únicos que permanecieron erguidos: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo.

Otro ejemplo asombroso de reconsolidación de la memoria se está produciendo estos días en torno a la figura de Suárez. Repito que todos, políticos y periodistas, fuimos implacables con él mientras estuvo en el poder, con la notable excepción de Carrillo. Con motivo del segundo aniversario de su muerte, muchos se empeñan en aparecer más generosos de lo que fueron cuando le derribaron y juran en vano que jamás lo llamaron ni chuleta, ni tahúr del Misisipi, ni un perfecto inculto que procedía de las cloacas del franquismo. Hay cuantiosos datos y varios testigos de lo que digo.

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