Ni pena ni miedo

23 / 09 / 2016 Nativel Preciado
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Ser tan sincero es un riesgo, y aún más para un juez de la Audiencia Nacional.

El libro del juez Fernando Grande-Marlaska, Ni pena ni miedo, está dando mucho que hablar y le queda todavía un largo recorrido. La pregunta más recurrente de mis colegas gira en torno al valor que se necesita para exponer su intimidad sin la menor reserva. Unos le interrogan con sentido crítico y otros, como es mi caso, con admiración. He tenido la suerte de prologar este apasionante relato y ahí lo explico. Ser tan sincero es un riesgo, no cabe duda, y aún más para el presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y vocal del Consejo General del Poder Judicial, porque tras semejante alarde de franqueza sus copiosos enemigos aprovecharán la oportunidad que les brinda para vapulearlo. Les sugiero que desistan, porque no ha puesto la cara para que se la rompan, además, están frente a un hombre resistente, más fuerte que sensible, y es difícil que los depredadores puedan con él. Como ha dejado constancia a lo largo de las 238 páginas del libro, lleva décadas luchando en diversos frentes y va ganando en todos ellos, aunque le hayan dejado unas cuantas cicatrices. Se desprende del título que ni el pasado le frena ni el futuro le paraliza. Aparecen entre sus datos biográficos cantidad de méritos en forma de cargos, premios, honores y distinciones, pero mi conclusión es que el éxito más rotundo es haber logrado vivir donde quiere, como quiere y con quien quiere. He aquí uno de los motivos de mi admiración. A todos nos gustaría prescindir de las situaciones que nos desagradan y alejarnos de los que nos manipulan o nos mienten; de los desleales y traidores; de los que disfrutan chismorreando sobre nuestra manera de vivir; de los pedantes, hipócritas, deshonestos y farsantes; de los sectarios y los intransigentes. Es el objetivo más perseguido por cualquiera y, sin embargo, pocos lo alcanzan. El juez Marlaska, por lo que cuenta, no dedica un solo instante a quien se acerca con la intención de amargarle la vida. Todas sus fuerzas están orientadas a resolver conflictos profesionales, afrontar los malos tragos inevitables y disfrutar de la mejor compañía. De los primeros ha resuelto unos cuantos, desgracias ha sufrido muchas y alguna tan reciente como la despedida y muerte de su madre, a la que dedica uno de los capítulos más dolorosos. Es sobradamente conocida su dilatada trayectoria en la Audiencia Nacional y la larga ristra de damnificados que envió a prisión y le amenazaron de muerte, como los etarras del comando Vizcaya o los narcos, yihadistas y mafiosos de diversa condición. Todo ha contribuido a sensibilizarle de un modo especial con las víctimas de la intolerancia y el fanatismo.

Respecto al resto del contenido, la parte afectiva más personal, aparece profusamente en el libro. No se lo pierdan.

 

 El libro del juez Fernando Grande-Marlaska, Ni pena ni miedo, está dando mucho que hablar y le queda todavía un largo recorrido. La pregunta más recurrente de mis colegas gira en torno al valor que se necesita para exponer su intimidad sin la menor reserva. Unos le interrogan con sentido crítico y otros, como es mi caso, con admiración. He tenido la suerte de prologar este apasionante relato y ahí lo explico. Ser tan sincero es un riesgo, no cabe duda, y aún más para el presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y vocal del Consejo General del Poder Judicial, porque tras semejante alarde de franqueza sus copiosos enemigos aprovecharán la oportunidad que les brinda para vapulearlo. Les sugiero que desistan, porque no ha puesto la cara para que se la rompan, además, están frente a un hombre resistente, más fuerte que sensible, y es difícil que los depredadores puedan con él. Como ha dejado constancia a lo largo de las 238 páginas del libro, lleva décadas luchando en diversos frentes y va ganando en todos ellos, aunque le hayan dejado unas cuantas cicatrices. Se desprende del título que ni el pasado le frena ni el futuro le paraliza. Aparecen entre sus datos biográficos cantidad de méritos en forma de cargos, premios, honores y distinciones, pero mi conclusión es que el éxito más rotundo es haber logrado vivir donde quiere, como quiere y con quien quiere. He aquí uno de los motivos de mi admiración. A todos nos gustaría prescindir de las situaciones que nos desagradan y alejarnos de los que nos manipulan o nos mienten; de los desleales y traidores; de los que disfrutan chismorreando sobre nuestra manera de vivir; de los pedantes, hipócritas, deshonestos y farsantes; de los sectarios y los intransigentes. Es el objetivo más perseguido por cualquiera y, sin embargo, pocos lo alcanzan. El juez Marlaska, por lo que cuenta, no dedica un solo instante a quien se acerca con la intención de amargarle la vida. Todas sus fuerzas están orientadas a resolver conflictos profesionales, afrontar los malos tragos inevitables y disfrutar de la mejor compañía. De los primeros ha resuelto unos cuantos, desgracias ha sufrido muchas y alguna tan reciente como la despedida y muerte de su madre, a la que dedica uno de los capítulos más dolorosos. Es sobradamente conocida su dilatada trayectoria en la Audiencia Nacional y la larga ristra de damnificados que envió a prisión y le amenazaron de muerte, como los etarras del comando Vizcaya o los narcos, yihadistas y mafiosos de diversa condición. Todo ha contribuido a sensibilizarle de un modo especial con las víctimas de la intolerancia y el fanatismo.

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