Fracasos en la cumbre

28 / 04 / 2016 Nativel Preciado
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Lo habitual es que la mayoría de las grandes cumbres internacionales sean inoperantes. El ejemplo más inmediato ha sucedido en Doha (Catar), donde los 16 países petroleros no han logrado alcanzar el consenso necesario para equilibrar la oferta y la demanda del crudo Brent y estabilizar los precios. Al buscar en Google datos de la última reunión en Bruselas sobre el drama de lo refugiados, me aparecen referencias interminables que relacionan cumbre y fracaso.
Se han malogrado las sucesivas cumbres medioambientales, las iberoamericanas, las de los países productores de petróleo, las del G-8, las del G-20… en todas ellas se va aplazando la resolución de los conflictos hasta la próxima reunión. Lo malo es que los organiza-dores de estas cumbres globales tienen en sus manos decidir quién come y quién pasa hambre. La lucha contra la evasión fiscal, el cambio climático, la erradicación de la pobreza, el terrorismo yihadista, las hambrunas que afectan cíclicamente a millones de víctimas en los países del Sur, la crisis de los refugiados… son conflictos que siguen pendientes.

Tras el vergonzoso acuerdo de la Unión Europea para retornar a Turquía a todo migrante que llegue a las islas griegas, se han reunido los representantes del Comité para el Desarrollo (foro del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que promueve consensos ente los Gobiernos) para abordar, una vez más, las causas fundamentales del problema de los refugiados. ¿Qué han decidido? Solicitar a los 189 países miembros que “adopten medidas para socorrer a las personas vulnerables que se vieron obligadas a huir de sus hogares”. Así de insustanciales y vacuas son sus resoluciones. Mientras tanto, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) denuncia que se ahogan en el Mediterráneo un promedio de dos niños por día, de los muchos que intentan llegar a Europa. Ya son centenares los bebés perdidos en el mar, criaturas como Alan, que apareció ahogado en una playa de Turquía, cuya imagen sacudió la conciencia europea. Lástima que la conmoción duró apenas un par de días.

Se malogran la mayoría de los proyectos y los continuos desacuerdos provocan impotencia y rabia. Para calmar los ánimos, sería mejor evitar esa clase de reuniones donde los mandatarios se parapetan tras un ostentoso despliegue de seguridad y hacen reiteradas declaraciones grandilocuentes que desembocan en un nuevo fracaso. Con el agravante de que los partícipes en las cumbres globales no tienen necesidad de someterse a controles democráticos, porque se eligen entre ellos mismos y nadie les reclama. No es un consuelo, pero la incapacidad de nuestros responsables políticos para llegar a acuerdos, se supone que, al menos, será sancionada en las urnas.  

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