La investidura de Sánchez y los idus de marzo

04 / 03 / 2016 José Oneto
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Cuenta el escritor griego Plutarco que un vidente advirtió al emperador romano Cayo Julio César de los peligros que podían tener para él los “idus de marzo” (los días 15 de ese mes, según el calendario romano) a pesar de que según la tradición marzo era época de buenas noticias. César, en la cumbre de su gloria, no quiso escucharle y cuando, dirigiéndose al Senado, se encontró al vidente le dijo: “Los idus de marzo ya han llegado”; a lo que el vidente contestó: “Sí, pero aún no han acabado”. Y efectivamente, acabaron horas más tarde, cuando los senadores Bruto, Casio y Casca, el 15 de marzo del año 44 a.C., asesinaron al emperador en el teatro de Pompeyo, donde se reunía el Senado de Roma.

Consciente de la historia y lector de Shakespeare (“Guárdate de los idus de marzo”) Pedro Sánchez Castejón, candidato socialista a la investidura de presidente del Gobierno esta primera semana de marzo, ha tenido todas las dificultades para colocar el solemne acto lo más lejos posible del 15 de marzo, respetando los plazos establecidos por la Constitución y, sobre todo, con la vista puesta en el calendario romano. Esta podría haber sido, según los historiadores analistas de la actualidad, expertos cercanos a Sánchez, la razón última del conflicto creado por el presidente del Congreso de los Diputados, Patxi López, al fijar la fecha del debate de investidura, que se inició el miércoles 1 de marzo a las 16.30 y que termina en principio este viernes, 4 de marzo, después de una agria polémica (PP-Podemos frente a PSOE-Ciudadanos) que ha estado a punto de terminar en el Tribunal Constitucional, por una primera decisión de que la segunda votación se celebrara el sábado 5 de marzo, fuera del plazo de 48 horas establecido por la Constitución.

En este caso no ha hecho falta que ningún vidente pronosticara al líder socialista los peligros de los idus de marzo. Conocía el peligro que corría aceptando la oferta del Rey, iniciando conversaciones con Podemos, manteniendo vivos los encuentros con Ciudadanos y firmando un acuerdo con Albert Rivera el jueves 25 de febrero con el que se han puesto las bases para una profunda regeneración política y que ha sido insistentemente calificado como “pacto histórico” entre el centro derecha y el centro izquierda que superaría las situaciones coyunturales, aunque posteriormente el acuerdo haya sufrido todo tipo de interpretaciones, según cada partido y según la coyuntura.

En principio, el pacto le servía a Sánchez para fortalecer su situación en su propio partido después de que a finales de enero algunos de los barones socialistas iniciaran contra él una ofensiva para poner en duda su liderazgo, evitar que fuese candidato en unas nuevas elecciones y forzar una convocatoria para elegir nuevo secretario general. Para Sánchez, que hace un mes estaba en unas condiciones de gran precariedad política, la votación del fin de semana previo a la investidura, con una participación del 51,6% y un apoyo del 79% de la militancia suponía un gran alivio. No solo como dirigente, sino para su proyecto de investidura, a pesar de estar destinado al fracaso, y sobre todo, por estar hermanado con Ciudadanos. Conociendo la composición de la militancia socialista, hay que reconocer que es todo un gesto de apoyo a la actual dirección.

La escena que el país ha vivido este viernes 4 de marzo, con un Pedro Sánchez que no conseguía ni en primera ni en segunda convocatoria los votos necesarios para su investidura (al menos cuando escribo esta crónica), ha sido la esperada, sin que se sepa todavía si el Rey va a iniciar una tercera ronda de consultas o se van a tomar todos un periodo de reflexión en el que se seguirá consultando y negociando antes de la disolución del Parlamento en mayo.

Es decir, que estamos como estábamos pero con la diferencia de que a partir del día 5 comienza a correr el calendario para la convocatoria de nuevas elecciones si no se llega a algún tipo de acuerdo entre los distintos grupos políticos o el Rey encarga la formación del Gobierno a algún independiente capaz de conseguir la mayoría necesaria para ser investido, con todo lo que eso supondría de desprestigio para los que forman parte hoy del cuatripartidismo que ha venido a sustituir al bipartidismo. Es decir, que estamos ante la escena de una crónica anunciada en la que, al final, se ha producido la paradoja de una coincidencia en el voto de populares y podemitas. Una resurrección, por lo menos coyuntural, de “la pinza”, aquel acuerdo entre la Izquierda Unida de Julio Anguita y la derecha de José María Aznar contra el PSOE, que el dirigente comunista negoció con el popular en casa del entonces director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, en los años noventa.

Con el esperado fracaso de Sánchez, que hay que atribuir, según los historiadores analistas de la actualidad, a los “idus de marzo”, el país sigue sumido diez semanas después de las elecciones, en un auténtico limbo político, con cuatro partidos incapaces de ponerse de acuerdo y que no parecen dispuestos a cambiar de actitud a pesar del hartazgo de la ciudadanía que, pese a todo, sigue haciendo su vida normal, pagando sus impuestos, superando las dificultades y esperando que se consolide esa recuperación económica que ya ha dejado de formar parte del discurso oficial. 

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