El eclipse lunar del domingo electoral del 27 de septiembre

02 / 10 / 2015 José Oneto
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La sangría de votos en estas elecciones catalanas puede llevar al partido de la Moncloa a una urgente hospitalización en las próximas generales 

Parecía que estaba escrito de antemano. Solo ocurrió en 1982, cuando se produjo la victoria por mayoría absoluta del PSOE, después de un intento de golpe de Estado. Y estaba previsto que ocurriera el domingo 11 de septiembre de 2015. Y, en efecto, el presagio que muchos temían se cumplió. El domingo por la noche y la madrugada del lunes, los habitantes de gran parte de España tuvieron la oportunidad de contemplar un espectáculo poco usual: un eclipse lunar. Un eclipse en el que la Luna queda completamente en sombra porque la Tierra se interpone entre esta y el Sol, que, además, coincide con una superluna.

Una superluna se produce cuando la Luna llena o nueva se encuentra en su punto más cercano a la Tierra, algo que tuvo lugar en 1982 y el domingo 27-S y que no volverá a ocurrir hasta 2033. Para nuestros antepasados, los eclipses estaban asociados a los malos augurios, los enfrentamientos, a la vida y a la muerte y, sobre todo, a las calamidades. Este eclipse del domingo 27-S, día de las elecciones en Cataluña, convencidos muchos de que estamos ante un presagio ya anunciado, será interpretado por cada uno según sus intereses, su posición política y su concepto de la convivencia. Pero la primera conclusión que hay que sacar, observado ya el fenómeno, es que el eclipse lunar no fue en Cataluña total, sino solo parcial.

Al mismo tiempo que la Luna quedaba parcialmente en sombras, comenzaban a conocerse los resultados de las elecciones soberanistas (a pesar de Mariano Rajoy), en las que los independentistas de Mas–Junqueras no llegaban a la mayoría absoluta de la que estaban tan seguros, y solo con la espectacular subida de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) podría hablarse de triunfo independentista en escaños (72) y no en votos (48%), y no de eclipse total, sino parcial.

Pero los peores resultados del eclipse eran para el PP, que había cambiado de candidato casi en vísperas del inicio de la campaña, y que de 19 parlamentarios se quedaba con 11, una sangría que sigue a las de las últimas elecciones autonómicas y municipales, a las andaluzas y a las europeas del año pasado. Una sangría que puede llevar al partido de La Moncloa a la urgente hospitalización en las generales.

El otro perdedor es, sobre todo, Pablo Iglesias, más que la coalición Catalunya Sí que es Pot (Iniciativa per Catalunya Verds, Izquierda Unida, Equo y Podemos), que después de insistir toda la campaña en que era la verdadera alternativa a Mas y a la actual situación, obtenía peores resultados que los que obtuvo uno solo de los partidos de la coalición, ICV, en las elecciones de 2012. Ególatra, con escasa empatía con el electorado, obsesionado con que todo gire en torno suyo, despreciativo hacia las otras fuerzas que pueden coincidir con un proyecto mayoritario de izquierdas y obsesionado por encabezar él ese proyecto, con la derrota del domingo habrá empezado a pensar que él nunca ha sido la alternativa al PP, que las encuestas que le daban como el partido más votado solo fueron un sueño.

En este catálogo de perdedores está Josep Antoni Duran i Lleida, el eterno mediador de Unió, el eterno negociador, expulsado de la coalición CiU por Mas, que no ha logrado sacar un solo parlamentario, a pesar de tener un buen candidato, defender una posición razonable y formar parte de esos nacionalistas catalanes que creen que la independencia es la peor salida para el futuro de Cataluña y de España. Los socialistas, que tenían los peores augurios, han conseguido salvar los muebles gracias al nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y al candidato del PSC, Miquel Iceta, colocándose como tercera fuerza política del Parlamento catalán, (aunque pierde cuatro diputados), detrás de Ciudadanos, el partido triunfador de la cita del 27-S, que ha pasado de nueve a 25 diputados, a pesar de que Albert Rivera no se presentaba como candidato y había dejado la cabecera de lista a Inés Arrimadas, una perfecta desconocida en el resto de España.

El resumen del eclipse puede reducirse a una victoria forzada del independentismo gracias a la CUP; en una relativa derrota de Mas y de su plataforma Junts pel Sí (en relación a los escaños que tenían por separado ERC y CiU desde 2012), que ni siquiera han llegado a los 68 escaños de la mayoría absoluta; en un fracaso del plebiscito planteado por quien parece que puede pagar las consecuencias de una estrategia sectaria, ya que desde la CUP se ha hecho saber que ninguno de sus diez parlamentarios votará al actual presidente de la Generalitat para dirigir ese Gobierno de coalición que tendrá que montarse entre varias fuerzas políticas, algunas de ellas irreconciliables y antisistema. Puede ser el momento de Oriol Junqueras, de Raül Romeva o de cualquier otro. Una tragedia para la estabilidad de Cataluña y un problema para el resto de España al que hay que darle solución. Hay más de millón y medio de catalanes que no se sienten integrados en España, que probablemente no son todos partidarios de la independencia, pero que quieren tener otro tipo de relación. Esa es la respuesta que tiene que dar el Gobierno que salga elegido en diciembre. El de ahora ya no puede, no tiene credibilidad y es demasiado tarde. Lo puso de relieve el propio presidente del Ejecutivo en su sorprendente comparecencia del lunes 28. Esa de la que nada se esperaba, sabiendo como sabemos, que siempre “un vaso es un vaso y un plato es un plato”.

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