Un juego de damas y las credenciales de Cospedal

16 / 01 / 2017 Jesús Rivasés
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María Dolores de Cospedal, como Soraya Sáenz de Santamaría, aspira a todo. Ahora, su objetivo más inmediato es seguir como secretaria general del PP y en la pascua militar, en el palacio real, vestida de reina –o de infanta– y discurso incluido, presentó sus credenciales.

Ocurre en Madrid desde el siglo XVIII. Los embajadores ante el Reino de España llegan al Palacio Real para presentar sus cartas credenciales al Rey por la plaza de la Armería. Acuden en una carroza isabelina, tirada por caballos, con palafreneros, lacayo y cochero vestidos de la época de Carlos III. Un auténtico espectáculo, que adorna un acto diplomático y que fascina incluso a las delegaciones de los países con más tradición republicana, aunque algunos como la Francia más republicana conserva ceremonias con la suficiente pompa para eclipsar a las de muchas monarquías.

El pasado 6 de enero, mientras millones de niños –y no tan niños– españoles disfrutan de los regalos dejados por los Reyes Magos, el día de la Pascua Militar, María Dolores de Cospedal, ministra de Defensa y secretaria general del Partido Popular, también protagonizó su particular presentación de cartas credenciales en la misma plaza de la Armería y en el mismo Palacio Real donde lo hacen los embajadores. La política, vestida conscientemente de reina –o cuando menos de infanta–, al lado de la reina Letizia, no utilizó –claro– carroza, sino coche oficial y cochero, de traje oscuro, en lugar de cochero a la moda carolina. Aprovechó, sin embargo, la solemnidad de un acto militar para proclamar, con gestos simbólicos y con un discurso que sorprendió incluso a sus propios partidarios, que aspira a todo. Ahora, a seguir como secretaria general del PP tras el próximo congreso del partido que lidera Mariano Rajoy y, luego, aunque nunca lo verbaliza, a lo más alto en la política española. 

El líder del PP se ha resistido a adelantar si habrá cambios en la secretaría general del partido en el congreso. “Lo sabrá usted en su momento”, respondió con retranca gallega a la pregunta que le hizo la periodista María Jesús Güemes en la tradicional rueda de prensa del presidente de fin de año. En el PP, donde tampoco hay unanimidades para todo, está abierto el debate sobre si la secretaría general, por ejemplo, es un cargo que se puede compatibilizar con otro, con el de ministro. Hay precedentes, en época de José María Aznar, pero eran otros tiempos. Ahora, las distintas opiniones, además, surgen con el telón de fondo de la profunda rivalidad política entre la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la ministra de Defensa. Nada de juego de tronos, todo un juego de damas.

Cospedal defiende, y lo comenta en su entorno, que a ella “nadie puede negarle el esfuerzo” que ha hecho y el haberse “comido marrones que no son míos”. Apunta a su papel en el caso Bárcenas en el que, errores incluidos, nadie puede discutirle que dio la cara. Aspira a todo y, por eso, quiere seguir al frente del partido, que es retener poder, precisamente en el flanco más débil de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. En la Pascua Militar, Cospedal, además de la escenografía y ante el Rey, la cúpula militar y su jefe, el presidente del PP y del Gobierno, pronunció un discurso discutible pero con más contenido –y contenido político– de los que había hecho hasta ahora, que incluso sus partidarios definen como intervenciones reducidas a monólogos de “sí, sí”, “ya, ya”, “yo, yo” hilvanados alrededor de toda una serie de frases comunes.

El día que se vistió de reina –quizá de infanta–, Cospedal ya sabía que tenía que lidiar con la resurrección del asunto del Yakolev-42, los errores de Federico Trillo y de aquel Gobierno, casi al mismo tiempo que se aireaba un informe de la famosa UDEF –“pero, ¿qué coño es la UDEF?”, dijo Jordi Pujol poco antes de confesar sus pecados con Hacienda– que apuntaba alguna conexión de un familiar de su marido, Ignacio López del Hierro, con los negocios de los Pujol. Nada concluyente, pero un granito más en los rumores que circulan sobre el personaje y que la ministra de Defensa lleva muy mal. En los Gobiernos de Rajoy, desde el principio, siempre ha habido advertencias sobre cónyuges ministeriales y, si ha habido algo más, se ha ventilado de puertas adentro.

Cospedal quiere darle la vuelta al asunto del Yakolev-42 y demostrar, reuniones con las víctimas y comparecencia parlamentaria incluidas, que es capaz de gestionar un asunto delicado y que merece seguir como secretaria general del PP. Ahora, cosas de la política, ha encontrado el apoyo de Javier Arenas ante la nueva generación llegada a la dirección del PP, es decir, Fernando Martínez Maíllo, Pablo Casado, Andrea Levy y Javier Maroto, a quienes ven muy bisoños. Diferencias de otros tiempos, ante rivales comunes, quedan aparcadas y la habilidad de Arenas para sobrevivir en política empieza a ser tan legendaria que lo convierte en un aliado excelente, incluso coyuntural. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría vive su propia e incierta inmersión catalana porque, entre otras complicaciones, hay bastantes interesados en que salga mal o en poner chinas en el camino, como hizo Carles Puigdemont al filtrar la reunión con Oriol Junqueras. Ella también aspira a todo y Cataluña puede ser un trampolín si tiene éxito, pero los peligros son enormes y todos lo saben. Los marianólogos más reputados esbozan dos teorías: primero, Rajoy quiere conservar el control del PP y si cree que es un riesgo cambiar la secretaría general, dejará todo como está; segundo, el presidente piensa en Alberto Núñez Feijóo para el futuro. Un juego de damas con credenciales y gallego al fondo. 

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