Rajoy, los socialistas y el asno de Buridan

12 / 12 / 2016 Jesús Rivasés
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Rajoy, con los precedentes de Cameron y Renzi, evitará por todos los medios un referéndum a medio plazo y la reforma constitucional, porque Podemos exigiría esa consulta.

Mariano, piel de elefante, Rajoy –Angela Merkel dixit– ya es el último mohicano de su generación política de la vieja Europa, con la única excepción de la canciller teutona que, además, tiene que volver a pasar por las urnas en el otoño de 2017. Esa cita electoral ya condiciona tanto la política europea como el batacazo de Matteo Renzi, quien puso más de una piedra en asuntos europeos al inquilino de La Moncloa. Nicolas Sarkozy, David Cameron, Matteo Renzi y François Hollande (que se retira para no sufrir un bochorno electoral) son los grandes caídos en la Europa de la crisis y la poscrisis. Rajoy, mientras tanto, “el que resiste, gana”, puede presumir de presidir uno de los Gobiernos más sólidos del Viejo Continente y de ganar batallas políticas casi imposibles sin hacer nada, que es otra forma de hacer política. Victoria Camps, en su Elogio de la duda, recuerda que “incapaz de decidir de cuál comerá de los dos montones de heno que tiene delante, el asno de Buridan acaba muriendo de hambre”. Rajoy ha convertido las indecisiones de sus adversarios en su fortaleza y ha tenido éxito.

Jean Buridan (1300-1358) fue un teólogo escolástico discípulo de Guillermo de Ockham y partidario del libre albedrío y la posibilidad adoptar cualquier decisión a través de la razón que, en el caso de Rajoy, serían sus apelaciones al “sentido común”. Los rivales de Buridan utilizaban el ejemplo del burro indeciso para atacarle, igual que los adversarios del inquilino de La Moncloa le acusan de no moverse del mismo sitio. El argumento, sin embargo, es más antiguo y se remonta hasta Aristóteles, según Victoria Camps. Rajoy, por su parte, es bastante impermeable a la mayoría de las críticas que considera inapropiadas y quizá ese sea el secreto de su longevidad política.

El líder del PP, que hace un año tenía en el aire su futuro en La Moncloa, es ahora el árbitro y el centro de la política española y comienza a ser un ejemplo en Europa, hasta el extremo de que hay quien afirma que el nuevo presidente austriaco, el más o menos ecologista Alexander Van der Bellen, que acaba de derrotar a la ultraderecha de su país, es una especie de copia del estilo Rajoy. Es una exageración, claro, pero es también el tiempo en el que, como en un verso de Gimferrer, “esparcidos en viento de palabras, / se ordenan los instantes de discurso”, y en ese territorio el jefe de los populares se mueve –o permanece quieto– con soltura y eficacia. Ahora avanza hacia la aprobación de unos Presupuestos Generales socialdemócratas, mientras el fracaso de los sucesivos políticos europeos que convocan referéndums le anima a poner sordina a la reforma de la Constitución de 1978, que ya la es la segunda más longeva de la historia del país.

Javier Fernández, al frente de la gestora del PSOE, sabe que los socialistas desean enarbolar la bandera de esa reforma, pero tampoco tiene prisa y, además, entiende que es un asunto que debería liderar el próximo/próxima secretaria/a general del partido. Pedro Sánchez intentará hacer ruido, mientras insiste en que aspirará a recuperar el sillón perdido en Ferraz, pero Rajoy cuenta con el aplomo y la estrategia de Javier Fernández y la gestora del PSOE para, de momento, enfriar las urgencias de reforma constitucional. Acepta que se hable del asunto –antes no lo hacía–, pero sin prisa. La aritmética parlamentaria, por otra parte, complica hasta extremos inverosímiles cualquier cambio constitucional. PP, PSOE y Ciudadanos tienen mayoría para aprobarlo, pero Pablo Iglesias y Podemos tienen la llave, porque suman los diputados necesarios, para convocar un referéndum, y tras los episodios del Reino Unido, Colombia e Italia ni Rajoy, ni ningún gobernante sensato, se lanzará a esa aventura sin garantías casi absolutas de éxito.

Mariano Rajoy y Javier Fernández hablan muy poco, cuando coinciden en actos públicos y poco más, aunque se percibe una cierta cordialidad personal, que no existía con Pedro Sánchez. En las últimas semanas se han establecido canales de comunicación que funcionan con fluidez entre populares y socialistas, como evidencian los acuerdos alcanzados y que, por ahora, no solo no perjudican a los socialistas –en contra de lo que sostenía Sánchez– sino que empiezan a hacerles recuperar resuello, aunque muy lentamente. Y si el PSOE pidió –y logró– del PP tiempo y un periodo de gracia sin agresiones para recomponerse, los populares reclaman paciencia con la reforma constitucional, que es un peaje que la gestora y gran parte del partido asumen sin problemas. Ahora mismo, con la Constitución, los socialistas no quieren hacer de burro de Buridan. El futuro del PSOE no depende de eso, sino de volver a conectar con la sociedad.

Los líderes de ERC –Oriol Junqueras, Joan Tardá, Gabriel Rufián– son, quizá, los únicos que tras los últimos fiascos no temen un referéndum que, sin embargo, no tendrán. Incluso Carles Puigdemont y los nuevos convergentes envían señales –encriptadas, eso sí– de que ya tienen menos urgencias. Y sobre la mesa, en la que ahora se sienta para que la vean y además ver la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, se plantea la reforma constitucional para dar salida al asunto catalán, pero también la vía de una disposición adicional, mucho más simple, aunque el problema es que es una idea de Herrero de Miñón. Y es que hay muchos que no quieren ser el asno de Buridan.

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