Paisaje tras un órdago sin cartas, con Rajoy e Iglesias

13 / 07 / 2015 Jesús Rivasés
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Mariano Rajoy y Pablo Iglesias ven una oportunidad y un riesgo en el desenlace de la crisis griega, que puede dar y quitar muchos votos. Un sorpasso de podemos al PSOE, como dicen algunas encuestas, abriría otra vez una rendija a la gran coalición.

El día que Alexis Tsipras lanzó su órdago sin cartas, en forma de referéndum, en España, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias se abalanzaron sobre sus calculadoras electorales para tabular sus propias aspiraciones, mientras Pedro Sánchez y Albert Rivera esperaban a que pasara la tormenta. Ese día, el inquilino de La Moncloa, con los bancos helenos cerrados y el corralito en todas las televisiones, creyó que el líder de Syriza acababa de hacerle la campaña de las próximas elecciones de “antes de final de año” y que le ponía en bandeja un triunfo suficientemente holgado. Casi al mismo tiempo, Iglesias pergeñaba los detalles de su golpe de Estado interno en Podemos al más puro estilo leninista-centralista, y soñaba con una victoria de su amigo Tsipras que le diera votos en España aunque, por si la apuesta no le salía bien, eludió acudir a Atenas para pedir junto a Syriza el No (oxi) en la consulta.

El día después del éxito en las urnas del órdago de Tsipras casi todo ya no era igual. Cuando tuvo que enseñar las cartas, el primer ministro griego quedó a la intemperie, porque no llevaba más jugada que apelar al “orgullo griego” y el “orgullo” ni paga deudas y pensiones, ni genera inversiones, ni da de comer. El objetivo de Tsipras, al que cada vez menos creen fuera de Grecia, era la agitación interna, y eso sí que lo consiguió. El día después del referéndum, las cuentas de Rajoy tampoco eran las mismas, aunque en el PP airearan el caos heleno como ejemplo a evitar en un futuro posible en España, si los populares son desalojados del Gobierno, sobre todo si, como alegan que dicen las últimas encuestas, Podemos supera al PSOE. También por eso, Rajoy y sus ministros esperan que Tsipras y Syriza acaben cocidos en su propio corralito y prevengan a los votantes españoles.

Pablo Iglesias, sin embargo, veía el resultado del referéndum griego, acabe como acabe la crisis helena, como una gran oportunidad y un gran ejemplo de cómo se podía decir No a los mercados y a la política de siempre y creía que estaba más cerca de ganar, sí, de ganar en las urnas. Por eso, al mismo tiempo que se le disparaba el tic autoritario en Podemos con unas falsas primarias, sigue con la estrategia de mostrarse moderado para no espantar a parte de su clientela menos radical, aunque advierte –en un artículo en El País que ahora se olvidará– de sus convicciones comunistas y de sus planes radicales, y que sería el documento que esgrimiría en un futuro, si fuera necesario, para explicar que él ya advirtió qué es lo que pensaba hacer. También por eso, Iglesias rechaza cualquier acuerdo institucional con Izquierda Unida, aunque ha hecho ofertas a su líder, Alberto Garzón. La formación que lideraran Julio Anguita y Cayo Lara tuvo su techo electoral porque, a pesar de los esfuerzos de sus líderes, siempre rezumó aromas del comunismo más rancio, algo que pueden compartir en Podemos, pero que quieren evitar parecerlo. No obstante, de puertas para dentro, no tienen dudas y, por eso, la rebelión interna de los críticos en Podemos, que se explica en estas mismas páginas, no es para el líder podemita más que un contratiempo menor que será laminado con su lista plancha con contundencia estalinista.

El desenlace de la crisis griega, en cualquier caso, será determinante para las expectativas de Rajoy y de Iglesias y, en mucha menor medida, de Pedro Sánchez, y todavía menos para las de Albert Rivera, aunque todos se verán afectados. Dos asuntos destacan: una posible quita y la salida o no de Grecia del euro. Si Tsipras logra la condonación de parte de la deuda helena, Pablo Iglesias enarbolará esa bandera y, además, prometerá un futuro esplendoroso contra las Instituciones (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo) y no le importará que sea dentro o fuera del euro. Se lo espetó un europarlamentario europeo a Tsipras en Estrasburgo: “Lo que usted quiere es que le expulsemos del euro para aparecer como un mártir”. El euro, digan lo que digan, no agrada a los populistas –Marine Le Pen sí lo dice–, porque sin euro tendrían las manos libres para aplicar políticas económicas populistas –bolivarianas o kirchneristas– que les facilitarían perpetuarse en el poder. Alguien ha recordado estos días que Aristóteles ya escribió que “la política es jugar rastreramente con las necesidades de los más débiles”. Francesc de Carreras lo explica de otra manera: “En el populismo, más que la coherencia ideológica, importa alcanzar el poder”. El otro escenario es que Tsipras, tras su órdago sin cartas, tenga que recoger velas, que no haya quita para la deuda griega y que se vea obligado a aceptar las condiciones –y las reglas del euro, no las suyas– que le pongan las Instituciones, y sobre todo la Unión Europea, para salir adelante, lo que no descarta más tiempo de corralito e incluso la puesta en marcha de un plan humanitario para los griegos, porque es la Europa que cree en el proyecto europeo la que no quiere que Grecia salga del euro, aunque quizá no pueda evitar el suicidio de todo un pueblo liderado por populistas. Es paisaje que nadie querría para su país; pero ni tan siquiera con ese ejemplo Rajoy puede tener todas las garantías. Eso sí, un sorpasso, poco probable pero posible, de Podemos al PSOE, abriría otra vez las puertas de la gran coalición PP-PSOE. Felipe González no es el único que ha vuelto a barajar esa hipótesis

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