El Gobierno del Partido Socialdemócrata Popular

14 / 11 / 2016 Jesús Rivasés
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"El nuevo gobierno de Rajoy es marianismo en vena y todos los ministros reúnen una característica común: Son marianistas y, quizá con la excepción del liberal guindos –la excepción que confirma la regla–, trabajan y hacen política cómodos en los amplios y difusos límites de la socialdemocracia" 

José María Álvarez (Cartagena, 1942) fue uno de los “nueve novísimos” poetas elegidos por José María Castellet para una antología, aparecida en 1970, enseguida convertida en mítica en el tardofranquismo. El tiempo, además, ha demostrado la perspicacia del antólogo. Ahora, Álvarez, convertido en veterano y respetado poeta, se moja en charcos políticos, como siempre hizo él mismo y sus compañeros literarios, y certifica la defunción del liberalismo español, sin es que alguna vez existió: “En España los partidos van desde la socialdemocracia al delirio”, sentencia tras publicar una nueva edición de Museo de cera, su obra siempre en crecimiento, una especie de work in progress joyciano sin final.

Álvarez tuvo la humorada o el valor de dedicar versos a popes del liberalismo como Von Mises –ahora reivindicado por Francisco García Paramés, el gestor de moda que vuelve a la arena, aunque distante de sus clientes– o Friedrich Hayek, cuyo Camino de servidumbre es uno de los libros de cabecera de uno de los últimos liberales jóvenes del PP –y quizá de España–, el vicesecretario general de Comunicación, Pablo Casado, que ahora no ha sido llamado por el líder del PP para sentarse en el Consejo de Ministros del Gobierno del Partido Socialdemócrata Popular, pero tiene mucho tiempo por delante.

Mariano Rajoy, muy reforzado, dentro y fuera de su partido, tras su investidura ha formado el Gobierno que ha querido y el que más le convenía. El inquilino de La Moncloa parece reinterpretar aquella idea de que el PSOE gobernó durante muchos años porque era el partido que más se parecía a la sociedad española, una sociedad que los expertos más finos definen como “conservadora de centro-izquierda”, aunque otros más osados, como José Luis Feito, llegaron a hablar de “socialismo de derechas”.

Los ministros de Rajoy, los nuevos y los que repiten, reúnen una característica común: son marianistas y todos ellos, quizá con la excepción –siempre hay alguna– del liberal Luis de Guindos, viven, trabajan y hacen política cómodos, incluso muy confortables, en los amplios y difusos límites de la socialdemocracia y, para demostrarlo, siempre que pueden hacen hincapié en la vertiente social de sus actuaciones. Para Rajoy es más importante que su equipo sea eficaz y, sobre todo, que no le organice líos internos
–como hacía José Manuel García Margallo–, pero en tiempos de crisis y turbulencia en el PSOE, tampoco hace ascos a la bandera socialdemócrata, aunque su fuero interno conservador conviva con alguna tentación liberal, siempre pasajera y arrinconada ahora por las condiciones que le imponen quienes le apoyan, como Albert Rivera. “Ciudadanos no es liberal”, dice el poeta Álvarez que, por supuesto, no llegará al Parnaso por esta aportación, por muy evidente que sea.

Mariano Rajoy, en uno de sus mejores momentos políticos a pesar de todo, piensa ahora en el próximo congreso del PP que lo reelegirá por aclamación como líder, mientras el PSOE, enredado en sus mil y un líos, sigue en busca de un cabeza de cartel, que cada día que pasa es más difícil que vuelva a serlo ese Pedro Sánchez que, antes de coger el coche para recorrer España y aglutinar a sus partidarios, se fue a Estados Unidos para contemplar in situ, no para otra cosa, las elecciones americanas, en las que el fantasma del voto oculto, nunca cuantificable, siempre sobrevoló las urnas.

El nuevo Gobierno de Rajoy es marianismo en vena, lo que significa, entre otras cosas, continuidad, con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría en funciones de una más que cierta prima donna. Ella, sin duda, es quien mejor interpreta que Rajoy es el que manda, que todo lo demás está en segundo plano y quien también ofrece, sin complejos y con desparpajo, una cierta cara socialdemócrata. Hay tantas interpretaciones como expertos y exégetas –y muchas muy interesadas– pero la vicepresidenta Sáenz de Santamaría es quien lleva la voz cantante en el nuevo Consejo de Ministros. Y si alguien tenía alguna duda, el acto, algo artificial, de traspaso de competencias de Administraciones Públicas de Cristóbal Montoro a ella, fue la prueba palpable. El poder siempre reúne multitudes y hubo más que empujones por asistir a una no ceremonia en la que estuvieron presentes, además de los protagonistas, la presidenta del Congreso y ocho ministros, incluida María Dolores de Cospedal –para eludir el qué dirán–, la nueva ministra de Defensa, con una sonrisa de esas que no transmiten especial alegría. Y cientos de personas, que incluso fueron más allá de los empujones de salón para felicitar a una Soraya Sáenz de Santamaría que se concentrará en jugar la baza de encauzar el asunto catalán, que es el gran asunto de la legislatura.

Rajoy, tras 315 días de interinidad, no solo respira, sino que contempla su futuro con optimismo. Estuvo a punto de ser el primer presidente de la democracia en no repetir mandato, pero ahora ve el horizonte más despejado y, por si fuera poco, conserva en su mano el arma de la convocatoria de elecciones cuando más le convenga. Y hasta entonces o hasta que toque, encabeza un monolítico y fiel Gobierno socialdemócrata-conservador, que es el más parecido a un país que siempre receló del liberalismo, aunque tenga poetas que dedicaron versos a The Constitution of Liberty de Hayek.

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