Ya no habrá que reverenciar a los Reyes

01 / 07 / 2014 Jesús Mariñas
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Los nuevos monarcas imponen cambios y dicen adiós a la típica y hasta ahora obligada reverencia de las mujeres, que solía acabar en traspié ridículo.

Hablan de nueva era y no solo por el vapuleo a la Roja destrozada a ritmo de samba. Lo de Maracaná supone un Waterloo en toda regla, como la pronta desestabilización de quienes ya cuestionan a Leonor como princesa de Gerona. Mal empezamos. Y eso que el rey  Felipe  VI lo dejó claro. No se llamen a engaño: pretende: “Una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Va a por ello y aporta otro estilo, óptima formación, baqueteado en innumerables viajes por todo el mundo asistiendo a más de 60 tomas de posesión de nuevos presidentes. Tiene seriedad en vez de acercamiento campechano, ansias de transparencia y cambio hasta en el protocolo, que intenta aliviar incluso ocupando el mismo despacho (que queda chico para su 1,90) hasta ahora de don  Juan  Carlos, como si en La Zarzuela no hubiera espacio para montarle uno nuevo.

Aires relativamente cambiadores, usando el mismo decorado de fondo para un rompedor ritual: ni juramento ante el Cristo, ni misa solemne o Te Deum como acción de gracias y ni siquiera el aún cardenal Rouco, botafumeiro en mano. Para colmo de innovaciones, adiós a la típica y hasta ahora obligada reverencia de las señoras con rodillazo o genuflexión que preocupaba bastante porque no era fácil y solía acabar en traspié ridículo. De su bien o mal hacerla (la reverencia) se podía deducir el pedigrí y lo que había de parvenu. Recortan y suprimen del nuevo escudo regio la alegoría del yugo y las flechas que no fue invención joseantoniana porque viene de muchos siglos antes. Quitan la aspada Cruz de Borgoña aportada por Felipe  el  hermoso que fue un pendonazo incorregible llevando a la reina  Juana a su “locura de amor”, tan bien contada en el cine por Juan  de  Orduña y Aurora  Bautista en 1948. Fue la revelación de Sara  Montiel como la infiel Aldara y la rememoran ahora añorando aquella escenografía de los Burmann.

Felipe VI se adelanta a los recelos, borra las flechas, elimina tal parafernalia de heráldica que su padre respetó, y como él hasta otros quince monarcas precedentes. Remata con su supresión lo que tenía de adhesión, continuidad y casi veneración al ayer, igual que el gesto de doblar la rodilla. Un disgusto para Isabel  Preysler que en los actos posteriores a la proclamación regia la hizo impecable, pese a las ceñidoras estrecheces de su multicolor Elie Sabb poco palaciego. Preysler saluda como nadie, compitiendo con la reverencia exacta de Esperanza  Aguirre -le sale mejor la inclinación que lo de aparcar el coche-. La expresidenta madrileña vestía abrigo verde Nilo sobre estampado Pucci, en similares hechuras al de Letizia. También asistieron el presidente del Grupo Zeta, Antonio Asensio Mosbah, con su esposa, Irene Salazar, que llevaba un elegante vestido en tonos rosáceos. Ana  Botella y José  María  Aznar cumplieron prestos el deseo ya regio de evitar la genuflexión. La alcaldesa capitalina acudió ampulosa y magnífica en rojos granates. Mientras, María  Teresa  Fernández  de  la  Vega sorprendió con crep salmón y melena lacia que realzaban su actual tersura lograda por Enrique  Monereo. Parece otra. Gobernar envejece mucho, eso será, opinaban  algunos, mientras Emilio  Botín repetía solemne cabezazo con el mismo ímpetu, pero sin dar el taconazo sonoro ya añejo, del tradicional Alfonso  Ussía que no acaba de creer (se frotaba los ojos realmente alucinado y no era para menos) que Carla  Royo  Villanova, princesa consorte búlgara, vistiera traje largo ¡a mediodía! Aunque la invitación indicase falda corta.

Tremendo fallo.

Lo de Carla era una apología de lo cursi firmada por Josep  Font, rizando el rizo de la exaltación rosada. Tremendo fallo palaciego que habrá indignado al rey  Simeón, su señor suegro, hasta quitarle el sueño. Margarita  Gómez-Acebo siempre fue más respetuosa con lo exigido. David  Bisbal pasó de imposiciones y acudió desencorbatado, como en una pausa de su gira recién iniciada, mientras Alejandro  Sanz -que cogió entusiasta las manos hasta ahora principescas- hizo lo mandado en la invitación. En esa onda se vio, y admiró, a un José  María  Manzanares sin superar tras dos años lo de su mano izquierda aún escayolada. Iba con pelo replanchado. Rocío  Escalona, en tweed blanquiazul de purísima. Fandiño y Enrique  Ponce, siempre hecho un pincel, este último, iba excesivamente conjuntado en corbata blanquinegra pata de gallo con el pañuelo del bolsillo, mientras Paloma  Cuevas sobresalió con un casi Valentino de gasa roja muy apropiado para el calor, como la espléndida sencillez de Esther  Koplowitz combinando malvas. Su hija Esther  Alcocer deslumbró casi gipsy, con hombros desnudos sobre cinco volantes verdes casi playeros a media pierna. Refrescaban con solo verlos. Se agradeció en las kilométricas colas del besamanos.

Este fue el primer récord de los monarcas, incansables en el saludo durante ¡tres horas!, rebasando los de don Juan Carlos en sus onomásticas del Campo del Moro fijados en 920 asistentes. Todo semejó tiempos superados al entremezclar históricos como Enrique  Múgica o un José  Federico  de  Carvajal postrado en silla conducida por la dulce Elena  Boyra, con savia nueva como la de la mujer de Rajoy, Viri, a quien sobraba la postiza chaqueta verde un tanto deformada. También asistieron Paloma  Segrelles y la discreta Mar  García-Vaquero, esposa del remoreno pero abotargado Felipe  González.

Pocas horas antes hubo despendole de algunos de los hijos de los asistentes en el concierto-chasco de Miley  Cyrus. La ex Hanna Montana nada tiene que ver ya con el icono infantil que fue. Ya es sex-symbol juvenil, aunque no abarrotó ni en Barcelona ni en Madrid. Al sobresaliente trío taurino del besamanos le habría gustado preguntar si Felipe y Letizia apoyarán la fiesta nacional que no frecuentan. Quizás hasta que crezca la princesa de Asturias -que tan encantadora parece rubeniana en su ángel- convendría nombrar circunstancialmente a la infanta  Elena, delegada regia en los toros.

La emoción de la infanta Elena.

La infanta Elena se emociona ante una buena faena y ese lagrimeo brotó sobre su elegante estampa en la abdicación, realzada, en sus casi 50, por un cuello multiplisado de aire finisecular, que rompía con las ansias modernizadoras del Rey. Parecía salida de alguna corte austríaca tan de la royal family, como los joyones que llevaba doña  Sofía y que ya ha entregado a Letizia. Son las llamadas “joyas de pasar”, patrimonio familiar gestado por Alfonso  XIII desde que Isabel  II se las llevó como tesoro a su exilio parisiense y fue tirando. Comenzó regalando a Victoria  Eugenia la diadema de las flores de lis tan emblemáticas en los borbones, hechas por el madrileño Ansorena, vecino por cierto del despacho de Ana Botella en Alcalá-Cibeles.

La joya que lucía doña Sofía es una pieza aparentemente sencilla pero excepcional en su peso (2.015 gramos en bolas de 17 milímetros) que doña Sofía exhibió sobre el traje verde lima muy estilizador en la proclamación de su hijo Felipe en las Cortes. Fue comprado en San Petersburgo en 1877 y costó la friolera de 215.000 francos de entonces, según recoge Fernando  Rayón en su obra Joyas de las reinas de España, detallando que de la gargantilla solía colgar lo que creyeron “la peregrina”. Es una perla con mítica forma de pera ofrecida por Felipe  II a su esposa Isabel  de  Valois, la del don Carlo operístico.

La robó Napoleón y fue reemplazada con otra más redonda. La verdadera fue comprada por Richard  Burton para Elizabeth  Taylor y Cartier se la remontó de forma bastante grotesca y aparatosa. Buen contraste a la sencillez del collar de 27 diamantes chatones que doña Sofía uso en la reciente visita del presidente mexicano, solo recuerdo el empobrecido sautoir hasta la cintura que Victoria Eugenia, ya exiliada, fue vendiendo igual que las nueve esmeraldas rectangulares que Eugenia  deMontijo regaló a la entonces reina. Acabaron comprados en subasta suiza por el entonces Sha  de  Persia para Farah  Diba.

En el largo besamanos se repasaban, desmenuzaban o hacían picadillo, buscando detallitos tales los astronáuticos zapatones de Carla  de  Bulgaria, casi para un robot cual émula de Sissí en pleno Tirol con liroliro incluido. Dejó bizcas a sus cuñadas, también princesas pero discretas, Mirian  Ungría y María  García  de  la  Rasilla que no podían creerlo. La bravura azul noche de Rita  Barberá enfrentó al presidentFabra ante sus peores pronósticos tras cargarse Canal Nou. Ahora comprueba para que le servía políticamente. Al lado Luis  Alfonso que amagó beso familiar a los Reyes chasqueado sin respuesta. Margarita  Vargas destacó en la sencillez de su modelo turquesa sin alharacas.

No era el día de sobresalir, emperrados los protagonistas en una sobriedad digna de Felipe II, en esta Villa -y nuevamente muy felipesca Corte-, en alza, pero sin grandes aglomeraciones ni calles absolutamente abarrotadas como sucediera hace diez años en el remojado día de mayo en el que se celebró con menos sobriedad la boda principesca.

Ropa low cost.

Y llama la atención también lo de Custo  Barcelona acercando sus diseños a los súper. Aceptó una oferta de Lidl para colocar sus leggings, camisetas y ropa estival junto a la carne, verduras y pescado: “Me lo ofrecieron hace siete años y me sonó a disparate. Luego me arrepentí viendo que lo hicieron Lagerfeld y Missoni. Es una manera de socializar la ropa, bajando precios. Creo que al final acabaremos vendiendo así y que desaparecerán las tiendas convencionales. Ya está pasando con las compras por Internet”, vaticinó ante su musa Helen  Lindes preparando boda con Rudy  Fernández, “en Palma o Lanzarote, ya veremos”. Tuvieron que retrasarla por el próximo Mundial de Baloncesto. Y hablando de este deporte de gigantes, Gasol hizo reír a sus recién estrenadas majestades. Ninguno de los invitados había empequeñecido físicamente al monarca, que destacaba por su estatura hasta que estrechó la mano del pivot afincado en Estados Unidos.

Y hay que volver a lo de Miley, que busca provocar erotizando como antaño Madonna o Lady  Gaga. Ya le gustaría. La vieron y aplaudieron de Belén  Esteban a la increíble Rosa  Benito, o Pepe  de  Lucía que no entiende por qué su hija, la impactante Malú, que llenó dos estadios mientras la ex Hanna solo metió 6.000 en un aforo para 18.000, no está aún cantando en América. También estuvieron en el concierto Anne  Igartiburu y su hindú prohijada; Rossy  de  Palma, ennegrecida y chispeante; Elena  Tablada, sin saber por donde tirar; la adelgazada Begoña Trapote que repite eso de “me machaco fuerte, ¿eh?”. No faltaron Javier  Hidalgo y Sol  Fernández, luminosa con 22 kilos menos en un mes tras ser mamá; Arancha  de  Benito y su moreno novio marchando a Nueva York; Ramoncín, luciendo en la solapa una insignia republicana “porque es el momento”, dijo; y Petja  Mijatovic, padrísimo con sus niñas de 14 y 12 años, tan contundente con la selección de fútbol como Maradona y Mourinho: “La Roja –sentenció– acabará como el Barça. Les han pillado el truco, la técnica, su manera de jugar, y ellos sin enterarse”. Sucede como con los cuernos: el engañado siempre lo descubre tarde.  

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