Rociíto desbanca a Alberto de Mónaco

03 / 05 / 2016 Jesús Mariñas
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El príncipe monegasco presentó en España su fundación en defensa del medio ambiente en un acto que rivalizó en número de invitados y periodistas con el lanzamiento de Correos de un sello dedicado a Rocío Jurado al que acudió su hija.

Tarde y mal, a buenas horas. Por eso el folclore andaluz se impuso a la fofa presencia del casi calvo príncipe Alberto de Mónaco. Goleada en regla: apenas una docena de informadores cubrieron su oportunista presencia madrileña como “conservador del Mediterráneo” mientras sesenta se emocionaron recordando a la más grande porque Correos le dedica un sello. Anteriormente ya rindieron ese homenaje a Camarón, Lola Flores y Paco de Lucía. Curioso que todos sean andaluces muertos, condición indispensable para hacerse acreedores del exaltador timbre. El de la Chipionera, que internacionalizó su pueblecito gaditano con tanta olor a fritanga, tiene un valor de 0,57 céntimos. El pueblo siempre opacado por la aristocrática Sanlúcar de Barrameda se transformó en boom desde que Rocío se casó con Pedro Carrasco en Regla un agobiante atardecer donde fui el único periodista que compartí cómo se vistió en piqué blanco con falda de cuatro volantes, modelo de los diseñadores Herrera y Ollero luego estropeado al inundarse el sótano de su casa de La Moraleja. Para el “sí, quiero” a José Ortega Cano el colombiano Carlos Arturo Zapata la disfrazó de recargada y nada favorecida maja goyesca con trenza enmarcándole el óvalo, redecilla y orquídeas en el pelo que agrandaban más esa cara que siempre crispaba a Lola Flores al verla en pantalla: “¡Cómo se puede tener unas facciones tan grandes, joé!”, lamentaba sin dejar de quererla.

Incluso cobijaban escarceos amorosos, como en Madrid un apadrinamiento del pequeño Nicolás del libro de Marta Torné o el júbilo de María Gracia al ser la primera española que actuó en la impenetrable Corea. Dieron cinco recitales de mucho olé afín al escote de Loles ante Cecilia Gómez, Antonia San Juan,Juan José Lucas y María Castro, ya de seis meses. Estrenistas con Santiago Segura tal Carmen Lomana prologando multicolor el ad lib ibicenco de junio con Tony Bonet y Charo Ruiz aplaudidos por la pechugona Raquel Rodríguez, Esperanza Gracia y Anthony Blake.

 

Cita rociera. Morbo desatado en tan rociera cita matinal que ensombreció al feble príncipe monegasco. Ni color, aunque su familia también tiene tela que cortar, no resuelta la muerte de Grace Kelly. Mantenemos la duda de si conducía ella o su pequeña. No les interesó investigar y persiste el misterio que se llevó a la exactriz a la que el cine llamó “robamaridos” porque siempre se encaprichaba de compañeros casados. Fue princesa porque le interesó a Rainiero como gancho a su mundanidad. Ella imprimió glamour hollywoodense al apolillamiento cortesano. Los Grimaldi ocupan semanalmente las portadas mundiales con la rentreé de la exquisita Carolina, que por fin proyecta divorciarse del siempre vacilante Ernesto de Hannover, primo hermano de la reina Sofía al que atribuyen mano ligera y mal vino. Un buena pieza.

Alberto no se salvó ni con una Isabel Preysler que evita naufragar. Impresionó estilizada como pocas veces bajo ceñida túnica rosa fucsia con hombreras de rutilante pedrería. Dio empaque a esa “protección” al medio ambiente del que Mónaco no es ejemplo a imitar, plagado de boom ladrillero, rascacielos y robos al mar que permiten aumentar sus pocos más de dos kilómetros de extensión. Un minipaís paraíso fiscal casi émulo de Gibraltar. Seudo Manhattan rematado con cena polémica montada en La finca, primera residencia de Juan Carlos y Sofía en sus primeros tiempos como príncipes de España. Nadie entendió que Patrimonio Nacional lo cediera para reunión comercial incluyendo photocall rebosando marcas. No es forma de conservar ni enaltecer los palacios reales, este próximo a donde residió Corinna en su estancia madrileña.

Organizó el evento como relaciones públicas tan desestabilizadora, reconocían los 150 concurrentes entremezclando Barcelona y Madrid. A los catalanes Puig con la gentil Blanca Suelves. Picotearon un buen cóctel y cenaron mal. Remataron con bailoteo muy al estilo del Baile de la Rosa, que siempre provoca curiosidad por ver cuál de ellos lo preside. Depende de quién patrocine: se venden al mejor postor y, cuando Javier de la Rosa arrollaba, montó campeonato de golf durante varios veranos con Seve invitando a Carmen Ordóñez, Cary Lapique y Goyanes.

El caché de los Grimaldi. Alfredo Fraile nos enseñó las tarifas de los Grimaldi: tanto caché por ir Carolina, algo más si la acompañaba Alberto y  redondeo con los hijos. Rainiero nos concedió audiencia vespertina en la terraza palaciega. Daba al zoo donde no rugía su alborotada descendencia sino tigres y panteras que dominaban en las alturas. Redujeron el grupo. Eligieron y recuerdo a Carmen Mateu, señora de Perelada, y ver emocionada a la madre de Severiano. Cumplimos el besamanos obligatorio, venga a dar cabezazos con reverencias y, rematado el ceremonial, traen una jarra y jofaina plateadas para que Rainiero se lave las manos, quizá contaminadas con nuestra vulgaridad. Risible ante lo inaceptable. Es mi recuerdo, casi condecoración jocosa del feudo monegasco.

Rocío Jurado fue un mito a su modo y aún recuerdan sus alardes pectorales concursando en Pasaporte a Dublín. La carnaza fue superada por el arte que la hizo la más grande, indiscutible por quienes vieron bautizar su sello de Correos. Reproduce una foto suya de 1989, retrato que en sesión de siete horas le hizo César Lucas para el disco luego hitPunto de partida. Lo creó Juan Pardo porque Rocío desechó a Perales tras el pantojil Marinero de luces. Era de arrebatos y aleonada aparece en el sello donde no figura el autor de la foto “ni Correos me pagó nada”, me contó el fotógrafo, que también hizo el histórico desnudo de Marisol. “Rocío era muy difícil de retratar porque ante la cámara se ponía tensa. Siempre se quejaba de estar hinchada y enrojecida. Una alergia tratada por el doctor Claudio Mariscal, en cuya consulta conoció al matador cartagenero, no hay mal que por bien no venga. Ese rechazo se lo producían las nécoras y coquinas, cuyas conchas chupeteaba sacándoles lo que no había”.

“Le sucedía también en el camerino” sigue evocando César Lucas: antes de salir a escena se la llevaban los demonios. Temblaba. Luego se calentaba y enloquecía con su voz y desplantes”, común en los grandes de la copla porque Miguel Poveda, que remató el bautismo, pidió perdón “por mi voz de mediodía”. Temor absurdo al oírle versionar con quiebros Contigo, Se nos rompió el amor y Como una ola, que cantó mirando a Rocío Carrasco, que lagrimeó.

Homenaje a la más grande. Impactó mientras repasábamos el auditorio. Fueron los justos. Los que debían estar aunque pareció imperdonable la ausencia de su hermana Gloria, para la que Rocío fue una segunda madre y heredó el chalé de la abuela Rocío en el centro del pueblo. Allí se vistió ante paredes de ladrillos vistos para casarse con Carrasco. Gloria era la hermana pequeña y muy aprovechada que siempre encontraba peros a lo que se ponía la mas grande: “Pues para ti”, concluía la Jurado conociendo las ambiciones fraternas y cansada de llegar a Chipiona y encontrarse siempre la nevera vacía. “!Pero Gloria, por Dios, que tú estás aquí”, lamentaba.

“Por cosas de la publi y Rocío quitarse años, me convertí en la hermana mayor”, solía comentarme en tiempos mejores, cuando la artista los mantenía uncidos por interés. Ninguno rechistaba en lo que hoy es desacuerdo y enconos familiares y sacarle jugo televisivo a la que se fue sin suponer lo que se venía encima.

Miradas, ojeo y repaso ante una Rocío Carrasco de larga melena rubia sobre body de gasa crema con flores negras bordadas en azabache. Lo firmó Hannibal Laguna, que en su día diseñara su segundo traje nupcial tras aquella pesadilla que le endilgó el gaditano Tony Ardón.

“¿Será este año, Ro, como la apertura del museo chipionero seis años parado con 300 trajes que tú cediste?”, pregunté. “Ya veremos, todo a su tiempo. De momento estamos bien Fidel y yo”. Lo entendió Ortega Cano, de estupendo físico. Fue sin Aldón, Gloria Camila y el conflictivo José Fernando, colombianos prohijados siempre carnaza propicia. Discreto y delgado en el acto, no pidió sitial de exmarido. Ocupó segunda fila con su cuñado Aniceto mientras Fidel, que perdió 12 kilos de grasa, lo hizo con Isabel Gemio en un extremo nada relevante. La primera fila fue para María TeresaCampos, que considera otra hija a Rocío Carrasco, Terelu, Bigote Arrocet y gentes del sello que a la Carrasco le llamaron Rocío Jurado y a su madre Rocío Carrasco. Oficialismo contrapunto cómico a tanta nostalgia. Irreemplazable. 

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