Los nuevos políticos visitan los Goya

16 / 02 / 2016 Jesús Mariñas
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Los líderes de los nuevos partidos fueron los otros protagonistas en la gala número 30 de los premios Goya. Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Alberto Garzón compartieron los focos con el resto de los invitados.

Porfirio Enríquez, Gracia Querejeta, Pablo Iglesias, Antonio Resines, Albert Rivera, Edmon Roch y Alberto Garzón

Era sábado de carnaval y eso motivó lo que algunos entendieron por ceremonia de la confusión o tan solo como disfraz ocasional. Aunque el esmoquin de Pablo Iglesias pareció deslucido, con solapas replanchadas de escaso brillo, él se mostró divertido, acaso jugando con que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Nada más cinematográfico en larguísima y aburrida gala.

Fue más rollo que animado pese a la malagueña gracia de Dani Rovira, que coqueteó con la prensa al mostrar el rojo forrado de su etiqueta, tan rompedora como la de Fernando León de Aranoa, que pasó la noche traduciendo al inglés los equívocos que largó el humorista. Reemplaza a la insustituible y siempre cañera Rosa María Sardá haciendo realidad lo de Ocho apellidos catalanes, pura ficción fílmica casi el cinéma verité que los franceses inventaron en los 80 y tan documento como lo que Dani Guzmán hizo con su abuela Antonia, de 93 años, en el corto ganador.

“Ella me animó estos diez años que permanecí retirado” lo hizo tras Aquí no hay quien viva, donde nadie intuyó su talento. El actor-director lloró al recibirlo. Como lagrimeo se vio en los enormes ojos de Penélope Cruz, a la que su madre daba palmaditas animadoras bajo impecable autopeinado, Encarna sigue dándole a los rulos pese a la internacionalidad de esta niña de sus ojos, nuevamente abatida y otra vez finalista como mejor actriz por Ma ma. Es sobre un cáncer, similar temática a la multigalardonada Truman, reflejando cómo se desespera su protagonista poniendo fin a la decadencia. Magistral trabajo de Ricardo Darín en estado de gracia. Siempre imparte lecciones. Pe, con traje negro de rebordado escote plata, vio que a la tercera no fue la vencida tras recibir el mismo rechazo interpretativo en los Forqué y los Feroz. Quedar en la cuneta no sorprendió tanto como el triunfo de la juvenil Natalia de Molina por Techo y comida. Iba recubierta de flores en pedrería, superando a la oscarizada Juliette Binoche, en plateado y ceñido traje de lo mejorcito de Loewe. Su glamour no sorprendió.

Todos a una. Los nuevos políticos propiciaron un “todos a una”. Parecían entenderse como no lo hacen con sus pactos cada día más enrevesados o imposibles. Encabezaba Patxi López, en su debut social, sentado junto a una Cristina Cifuentes olvidada por el presentador, que dedicó sus gracias a una alcaldesa recibida con división de opiniones. Oyó pitos y palmas como en las buenas corridas que siempre anima una presidenta bajo rojo: “Es mío, fondo de armario de hace años” me confió Cifuentes. Realzó con mantón de Manila. No se entendió ese menosprecio al cargo cuando la comunidad casi subvenciona los Goya, esta vez montados en el extrarradio.

“Es el único sitio de Madrid con una platea de 2.200 asientos”, me justificó Porfirio Enríquez, director de la gala ante el presidente Antonio Resines. Dolidos porque los Reyes no realzaran el 30 aniversario tal Juan Carlos y Sofía lo hicieran animando su primera edición. Su inasistencia destacó la de políticos de nuevo cuño.

Emocionó a Mario Vargas Llosa, que no soltó la mano de Isabel Preysler salvo para entregar un cabezón con Elvira Lindo hecha hortera revoltillo de lilas y rosas. Multiperlada en plan burgués vistió la alcaldesa sobre zapatones censurados como Pedro Sánchez de traje oscuro pero sin corbata. Fue comodidad generadora de críticas como sorpresivos ¡oes! ver a Pablo Iglesias bajo esmoquin de lazo incluido. Parecía deslucido, prestado o alquilado como no ocurrió con Macarena Gómez, que se cree la más con Aldo Comas con zapatillas bordadas en oro. Los azules de Juan Carlos Botto y Hugo Silva o el impecable de un engordado Andrés Pajares de pelo tan blanquísimo como la barba de Juan Echanove. Pajares renació unido al incombustible Fernando Esteso. Se afincó con sus hijos en Valencia, buena está la capital fallera en anticipada traca casi mascletá. Observaron cómo Iglesias fue permanente leitmotiv ufano bajo su primera etiqueta, él tan dado a mostrar nuevo estilo en mangas de camisa incluso en audiencias regias. “Es la primera vez que me pongo esmoquin y no repetiré. Me lo pidió Resines y no supe negarme”, gracia que algunos entendieron como nueva y maquiavélica treta despistadora de intenciones ante la que se avecina. Acaso devenga alta comedia, donde encajaría la coleta del podemita superada por la afro de Fernando León de Aranoa, ya sin el descamisado furor demostrado en la fiesta de hace trece años, cuando fustigó al presidente José María Aznar por apoyar a Estados Unidos en la invasión de Irak.

Orden jerárquico. Lo comentaron como el entusiasmo mostrado por esta troupe que nos gobernará y donde en el photocall posaron siguiendo orden casi jerárquico, manteniendo el protocolo oficial que el ampuloso Jesús Posada mantenía en el Congreso a golpe de mazo: Pedro Sánchez, flanqueado por Resines en su gran noche y la engordada Gracia Querejeta, muy risueño abrió este paseíllo triunfal al que faltó música marcándoles el paso. Siguieron Albert Rivera, Pablo Iglesias y el aterciopelado ministro de Cultura, refeliz diciendo adiós al cargo. Soportó riendo insensato los ataques a Cristóbal Montoro y su gravoso 21% a la cultura. Fue denuncia repetida incesantemente en la noche pero casi obviada en el diferido de la oficialista TVE. Que no solo recortó palabras de premiados agradecidos, la poda eliminó lógicas censuras.

Suerte que no cortaron como el cine hacía antaño con momentos tórridos a Isabel Preysler y Vargas Llosa en su primera expo multitudinaria. Le echaron valor, elegancia y seducción. Los jalearon aplaudiendo la pedrería blanquinegra muy Armani formando haces de su modelo Naeem Kham, que de vez en cuando viste a Michelle Obama. Compitió en cinturita con el bellezón de Penélope con un Atelier Versace de amplia falda y escote con franja de blanca pedrería. Me cuentan que novelista y multicasada comparten los tratamientos de belleza de las Massumeh que también reciben Carmen Martínez-Bordiú, el casi nonagenario –y nadie lo diría– Arturo Fernández y la hierática Nieves Álvarez que, sin saber qué pintaba, esta noche llevó traje negro con lateral semejando plumas rojas tal para El águila de fuego inmortal de Celia Gámez. La estupenda Adriana Ozores rivalizó con ella mostrando un enorme pavo real en su falda.

El Goya de honor. Bien se lució cuando con su prima Emma entregaron el Goya de honor a su tío Mariano Ozores. Con 86 años y hoy casi inaudible creó hasta 90 desmadradas comedias que muchos recuerdan, donde brillaron de López Vázquez a Gracita y la llorada Lina Morgan. Al Nobel y la Preysler, que también son de película estilo Cukor, cada sesión les cuesta 190 euros, la hacen semanalmente, dándole chutes al elixir de caviar tan revitalizante. Aguantaron amarraditos los dos como Bardem cogido a su madre Pilar tal la canción de María Dolores Pradera, que está encamada desde hace meses, pero mantiene agudeza y humor siempre irónico.

Preysler-Vargas compusieron la pareja más emblemática de la noche, qué haríamos sin ellos. Un romanticismo tan encantador como la espléndida belleza de Penélope Cruz, nuevamente vencida como mejor actriz, un sueño imposible como el de Dulcinea versus Naty Mistral alardeando de 87 cumplidos el 13 de diciembre.

No sueño, sino ensueño, fue la pasarela, destacando por informal Victoria Abril con un Gaultier negro y amarillo de colección presentada en París hace días. Asombró con un alborotado pelo alto, venga a ponerse y quitarse gafas y saltarse el guion pidiendo “que me contraten, que aquí me han olvidado”. Buena denuncia en el sitio y momento apropiados de quien, con Ángela Molina y Carmen Maura, es lo mejor de nuestro cine reciente. Lo reconocieron Bibiana y Manuel Bandera, rompiendo taquillas con su musical. Belén Rueda llevó sobre su Rosa Clará de encaje alto peinado moño ochocentista tal si fuese Bette Davis en La loba. Le va mientras Rosario lució sobre turquesa el pendentif de tres esmeraldas de su madre. La sosa pero bella Amaia Salamanca llevó un Pronovias calcado del Clará exhibido por Paloma Cuevas en la boda cordobesa de su hermana; Anne Igartiburu mostró embarazo bajo lentejuelas azules como las doradas que engordaron a Miriam Díaz-Aroca. Restallaron como la cola de Silvia Abascal; el granate enseñando muslo de Úrsula Corberó; lo destacable de Ana Fernández, Clara Lago, Juana Acosta o Natalia Seseña, oronda en rameado terciopelo verde; Candela Serrat, llamativa de rojo junto una Carmen Machi acortada con bandas horizontales; María Adanez, de amarillo con escotazo junto al rosa de Bárbara Lennie, de desnuda espalda; Irene Escolar –saga Gutiérrez Caba–; el paisaje faldero de María León; un calvo Eusebio Poncela todo recogido por los ojos azules de Jesús Castro. Esto no es Hollywood pero casi lo creímos. 

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