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Botella y Cifuentes también compiten vistiendo

27 / 05 / 2014 Jesús Mariñas
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¡Gracias!

En la entrega de las medallas de Oro de Madrid, la alcaldesa llevaba un vestido en punto de seda, mientras la delegada lució un dos piezas primaveral en verde.

Encarnan dos tipos de mujer, distintas maneras de entender el mundo, la gente y la política. Son contrapuestas no solo físicamente, de ahí los roces en su carrera por la vara de mando. Ana  Botella es un arquetipo del PP, ejemplo a imitar, como el siempre correcto atildamiento de Esperanza  Aguirre (nada barbie pero sí muy british), o el de la aniñada vicepresidenta Soraya  Sáenz  de  Santamaría con quien la alcaldesa tuvo incomprensible lapsus en su discurso de la entrega de las medallas de Oro de Madrid saludándola como “Rodríguez de Santamaría”, en qué estaría pensando. Su equivocación generó más que murmullos, incluso carcajadas. Botella viste clásico, a veces con refrescante escarceo de ropa y melena hippies tal los chalecos sobre blusas por fuera animadas con aderezos de los floridos 70.

La alcaldesa parece más auténtica con atuendos más formales como el clarito traje madrileño de las medallas de oro. Era de revelador punto de seda un tanto extremado y de falda peligrosamente ajustadora, manga larga y gracioso recogido en la cintura. La delegada, sin embargo, lució un dos piezas primaveral, cuello en pico, con su pelo rubio en movediza cola de caballo y sandalias caramelo formando tiras de aire romano. “De Zara”, aseguró. Acentuaba su aire no solo físico de valquiria al galope.

Tregua, pausa, parón y relax en este duelo de damas acaso trío para un nada imposible juego de tronos. Aspiran al mismo sillón regidor o tal confirmaban enterados bajo la luminosa mañana del patrono madrileño, un irreal San Isidro Labrador que les augura buena cosecha. La capital de España exaltaba a sus “mejores” al tiempo que otros repartían cestones con calificadores naranjas y limones premiando el buen o mal comportamiento con la prensa.

La humildad del entrenador.

Los más agrios fueron Miguel  Bosé y el ministro José  Ignacio  Wert. Vicente  del  Bosque oía de su esposa, la dulce Trini, “deberemos cambiar de casa ante tanto trofeo”, frase que pronunció emocionada por las cosas que ante sus hijos Gemma –tierna y guapísima y Álvaro decían de su marido y padrazo. Premian o castigan. Los separa un mundo y lo que en el entrenador invicto es humildad el político lo transforma en soberbia. Bajo el impactante acristalamiento del carísimo nuevo Ayuntamiento, antaño Palacio de Correos, “rescatado” del decaimiento por Alberto  Ruiz-Gallardón en el corazón capitalino con Cibeles a sus pies, vimos pasacalle de personalidades donde la delegada del Gobierno, a cuerpo gentil –que para eso lo tiene– recibió abucheos de desahuciados como si esa injusticia social entrase en sus poderes. No se esconde, da la cara y soporta de todo, hasta en eso resulta ejemplar frente a colegas que utilizan la puerta falsa que los aleja de la protesta callejera. Escapan del chorreo indignado al que Cristina  Cifuentes se encaró vestida en un sobresaliente verde manzana irlandés muy destacado en acto donde evitaron los antaño obligados estampados y abundaron los colores claros: marfil, beige y blancos rotos, incluso en la a veces agresivamente revestida Begoña  Trapote, encantadora cuñada de Felipe  González.

Sin sus receñidos habituales, gustó con llamativos pendientes de jade sobre suaves tonos crema de blusa y pantalón conjuntados un poco con el aire actual con que Soledad  Lorenzo extremó elegancia sencillísima en un combinado blanco: “De Zara, mi firma salvadora”, comentó sin reparo la veterana galerista madrileña que parece salida de algún rectilíneo retrato del a veces sombrío Buffet. Lo subrayó en grises perla un, para algunos, irreconocible Pedro  Zerolo mantenedor de sempiterna y característica sonrisa incluso con la cabeza monda y lironda a consecuencia de la quimioterapia. Con su aire encandilador de siempre, minimizó el cáncer y la pelada capilar sin añoranza de su rizado melenón casi hippy tan reivindicativo. Le quitó importancia: “Lo importante es que sigo aquí”, evidenció con una presencia de ánimo y espíritu jaranero realmente admirables. Todo un ejemplo de combatividad realzado por Tomás  Gómez, que, siempre al quite del entorno festivo sin abandonar su aire inquisidor, reparó en la delgadez del jubilado pero a pie de cañón, cardenal Rouco  Varela ya de físico perfilado por Bacon o como escapado de algún Greco de los que Gregorio  Marañón expone en la visitada antológica de Toledo. Supone otro atractivo de la ciudad imperial y de ello comentó con ese Bernardino  Lombao, como mosquetero salido de novelón de Arturo  Pérez  Reverte. Solo le faltaba el chambergo sobre sus mostachos descomunales y un ímpetu impensable a sus 75 años.

José  María  Aznar sigue sus instrucciones gimnásticas y ya bate su propio récord de mil flexiones matinales: “La buena forma consiste en ejercicio y buena alimentación, no hay que darle más vueltas”, aseguró ante Arturo  Fernández, que felicitaba a Lucio por su spot promocionador de cerveza Mahou. Es un canto al Madrid ancestral y castizo, el de las chulapas, Goya y los madroños, las mangas afaroladas y las floristas por la calle de Alcalá que Celia  Gámez –tan injustamente tratada por la autoridad tras dedicar más de cien canciones a la Villa, desde Pichi a ¡Viva Madrid!– encumbró. El rey de los huevos rotos alterna publicitariamente con Íker  Casillas, Loquillo, Alaska y Mario  Vaquerizo y la lanzada Clara  Lago, que ahora triunfa escénicamente.

La fiesta continuó con el abaniqueo incesante de la marquesa  del  Bosque a quien no relajaba juguetear con sus perlones, como el padre  Ángel hacía con el llavero. Ignacio  González mostraba resignación supongo que cristiana al no poder montar pantallas gigantes en Sol –donde han repuesto el histórico anuncio de Osborne– para que la afición entremezclada o bélica siguiera el duelo Real Madrid-Atlético de Madrid.

Duelo de colores.

De ello cuchicheó el presidente al oído de Ana Botella, con la que mantiene sintonía y táctica, observando lo conjuntado de Gallardón con calcetines granate iguales a su corbata, en la misma sincronía pero verdosa del incombustible Eduardo  Zaplana, nada que ver con lo multicolor que iban Marina  Castaño y su nuevo marido. Nada acorde con lo blanquinegro de su esposa, Mar  Utrera, que en la doble canonización romana destacó de nuestra representación por su empaque luciendo mantilla española: “Me la colocó una de nuestras colegas de la embajada española, no es algo fácil de lucir para que no se mueva o descoloque”. Algunas revistas dan consejos de Inés Domecq para hacerlo, indicando que el encaje no debe sobresalir de los puños. Pero ninguna luce el estilazo, arreglada por su entonces entrañable y hoy irrecuperable “Ruppert te necesito”, cuando la boda sevillana del duque  de  Huéscar y Mati  Solís. Era una de color crema de encaje hasta la cintura menos ampulosa que la mantilla habitual, que combinó con guantes hasta el codo y minitúnica rebordada de Óscar de la Renta.

Pasó a los anales, evocaron reparando cómo favorece a la vicepresidenta el azul marino de su semigabardina anudada en la cintura. Acentuaba la transparencia cutánea como de niña grande con ojos curiosos y reparadores sobre un epatante collar en cristales oscuros, “que es de fantasía”, me precisó, no fuese a considerarlo de Van Cleef. “Nati se lo robaría”, tenía su aire.

“Lo bueno de esta prenda es que es de un tejido elástico que aumenta o encoge. Puedes comer o hacer régimen, lo permite todo”, bromeó ante Del Bosque, a quien contaban lo felices que andan Sergio  Ramos y Pilar  Rubio con su primer niño. Soraya lo oía esperanzada ante el inminente reto brasileño: “La Copa del Mundo nos enseñó que no es lo mismo ganar que merecer la victoria”, una convicción confirmada por Rafael  Matesanz y su fundación de trasplantes que con 50.000 sitúa a España en vanguardia mundial de estas prestaciones, mientras el cardenal fue portavoz de Cáritas en reconocimiento. Petra  Mateos, visible en rojo, se hizo notar como Mary  Luz  Barreiros llegando a medio acto que remató una Estrella  Morente bajo encaje negro y jugando con mantilla a modo de celosía. Aportó gestos de cantaora antigua –qué no sabrá ella– incluso aflamencando el tango, nostalgia de sentir su risa loca... Que extrañó como remate de algo tan castizo.

Los clasicorros esperarían aires de zarzuela o algún chotis, símbolos perennes del viejo Madrid que ahora restalla adornando sus jardines parterres con azaleas blancas.

Menos formal pero igual de largo resultó el Naranja que Lola  Herrera definió –no sé si cáustica– como “túnel del tiempo”. Nombres de todo tiempo, concurrencia rara, intemporal y variopinta que agrupó al doctor Rosales -el de los perseguidos trasplantes-con la bailarina María  Rosa, una Cantudo de blanca túnica con epatante collarón, o Rosa  María  Mateo –a quien llamaron Mateos, otro lapsus–, en tiempos casi imagen televisiva del PSOE. Sin maquillar apenas la reconocieron, parece evitar que la recuerden, observaron ante un Sergio  Dalma, Naranja por su buen trato a la prensa, nada que ver con lo que tras separarse de Maribel  Sanz ella nos fue descubriendo de la convivencia, tal si el cantante fuese Jekyll y Hyde. Ahora concursa como nadadora mientras Olivia  Valère, como caída en globo, descubrió que solo estará la primera semana concursando en ¡Mira quién salta! Se asusta en las plataformas, no soporta la altura aunque ella sostenga la jarana noctámbula y bailona de Marbella mientras María  Pineda, que esa tarde recibió una quimio y arrastraba bombona de oxígeno “por si acaso”, mereció el premio Follie Follie al espíritu.

Se apoyaba en sus entregadas Estefanía  Luyk y Raquel  Meroño, cuyo Válgame Dios es como una segunda casa para la entrañable María  Zurita. Allí comparte savoir-faire elogiado desde Paloma  San  Basilio con reciente debut turco: “En Capadocia visité la tumba de San Basilio y me emocionó”. Llevaba exótico collarón de nueve vueltas en corales cerca de Luis  Cobos y María  Teresa  Campos, que hacían invitaciones personales para la segunda boda de su pequeña pero grande Carmen: “Será el 26 de julio, en Madrid, con un límite de 200”, bromeó cerca de la novia que vestirá de Hannibal Laguna, que sorprendió en las pasarelas nupciales de Barcelona.

Vuelta a la tele.

Terelu, por su parte, todavía no tiene claro si vuelve a la tele o cuándo lo hará. La reclaman publicitariamente como los de la campaña de melanomas de Avene, que nos aconsejan precaución bajo el sol y 50 de protección solar. Siguen su campaña animada por Mercedes  Milá, lo suyo es ya solo recuerdo; Sandra  Barneda, que se come el Hablemos con ellas; Nuria  March; o la adelgazada Paloma Lago, que sigue viviendo del cuento. Los escribe como nadie renovando el género donde tanto brillaron Calleja y Andersen. Aunque en fabular la que se lleva la palma es Rosa  Benito, unida ahora oportunistamente a Juan  Losada, el yerno dicen que cantante de Esther  Koplowitz. Otro desafinado cante del trincador clan chipionero.

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