Pedro Sánchez y sus prioridades

20 / 01 / 2016 Agustín Valladolid
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El líder socialista busca el poder para cambiar el país sin, en apariencia, pensar que hay un paso previo: defenderlo

Sostienen los más devotos prosélitos de Pedro Sánchez que el principal objetivo de un partido político es llegar al poder. Que en la oposición, dicen, te sorbes los mocos, y que este país se merece alguien mejor que Mariano Rajoy. Añaden que los que defienden un pacto PP-PSOE no han entendido el mensaje de las urnas, que el 20 de diciembre se manifestaron nítidamente a favor del cambio. A las bases del partido esta música les suena bien. Las bases socialistas siempre han sido más de izquierdas que los votantes del PSOE. Si Felipe González hubiera hecho caso a sus bases a finales de los 70 nunca habría alcanzado en 1982 la mayoría absoluta. Pero, es verdad, los tiempos han cambiado, y las circunstancias de Sánchez no son las de Felipe. González construyó un proyecto de país, y también de partido, contra sus bases; Sánchez busca la ratificación de su liderazgo atrincherándose en ellas. No es un tema menor. Está en juego mucho más que la poltrona de Ferraz; incluso bastante más que la supervivencia del PSOE.

Se sorprenden los incondicionales de Sánchez de las presiones que éste soporta, de las críticas que recibe por renunciar de antemano a una solución “a la alemana” y tratar de configurar una alternativa de gobierno “a la portuguesa”. Encuadran en eso que llaman “vieja política” a quienes entienden que lo que le conviene al país es la primera de las opciones, como si Pablo Iglesias y su discurso populista, junto a sus socios periféricos, fueran los paladines de la modernidad. Buscan el poder, los hombres de Sánchez, para cambiar el país, sin caer aparentemente en la cuenta de que antes de eso hay un paso previo, que es defenderlo. ¿De qué?, se preguntarán ustedes. Sencillo: de los que amenazan el progreso de sus ciudadanos y la estabilidad de sus instituciones. Y no solo pienso en el independentismo catalán, aunque sería conveniente que se empezara por ahí.

En un alto porcentaje el ejercicio de la política es la ordenación de las prioridades. Las hay de carácter general y después están las específicas de cada cual, también legítimas. Pero el buen gobernante se caracteriza por anteponer a cualesquiera otras las más transversales, las que afectan a amplios colectivos, independientemente de sus inclinaciones ideológicas. A partir de esta premisa, deberíamos convenir que las prioridades de la España de hoy son básicamente dos: la recuperación de un proyecto común sin tensiones territoriales y el afianzamiento del proceso de mejora de la situación económica. En ambos casos, es conveniente que los ciudadanos visualicen los efectos positivos, colaterales, pero también medulares, de un posible consenso político sobre estas dos cuestiones: un paquete de medidas que actualice la Constitución y profundice en la regeneración política, y un plan para combatir el aumento de la desigualdad. El PSOE tendrá que decidir en las próximas semanas si son estas sus prioridades para España, y contribuye a ponerlas en valor, o si, por encima de ellas, mantiene la de formar un Gobierno “progresista y reformista” cogido con alfileres.

Cataluña y China. El contexto y el entorno son dos elementos básicos a la hora de tomar decisiones. O deberían. Y ni lo uno ni lo otro están acompañando al líder socialista en sus anhelos. La elección de Carles Puigdemont como nuevo presidente de la Generalitat confirma la marginación de los dirigentes más sensatos del partido que fundara Jordi Pujol y la deriva rupturista de la cúpula que se ha hecho con el poder en CDC. Es una muy mala noticia. No tanto porque vaya a incrementar las posibilidades de éxito de una operación cuya unilateralidad no tiene precedentes en el mundo civilizado, sino por el factor de aceleración de la inestabilidad que incorpora. En los próximos días y semanas asistiremos a disparatados episodios que creíamos nunca llegaríamos a ver. Y frente a la irracionalidad de quienes han partido en dos la sociedad catalana, solo habrá palabras condicionadas y un Ejecutivo en precario.

La culpa de los efectos producidos por la confluencia astral del peor gobernante que ha tenido Cataluña y un partido radical y sin cabeza no la tiene Sánchez, pero sí será corresponsable de la respuesta que reciba el golpe antidemocrático que preparan ERC, la CUP y sus cuates. Tampoco tiene Sánchez nada que ver con la desaceleración de la economía china, pero sí debiera construir criterio sobre cómo afrontar su segura repercusión en el crecimiento de la nuestra. Nos las prometíamos muy felices, pero 2016 se nos puede venir abajo si la crisis del gigante asiático acaba contaminando al Viejo Continente. Se hacen ya cálculos sobre la base de un crecimiento inferior al 2%. Adiós reducción significativa del paro; adiós mejora de los fondos de las pensiones; adiós incremento del consumo. ¿Cómo y con quién piensa hacer frente a todo esto, señor Sánchez?

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