Esperanza de paz en Colombia

05 / 10 / 2015 Alfonso S. Palomares
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Dentro de seis meses, el 23 de marzo de 2016, se sellará un acuerdo de paz histórico para todos los colombianos, que en los últimos 50 años solo han conocido la dialéctica de la guerra y la cultura de la violencia

El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, el de Cuba, Raúl Castro, y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño (de izquierda a derecha), escenifican con un apretón de manos el acuerdo alcanzado en La Habana.

En Colombia todavía no se ha firmado un acuerdo de paz, pero se ha sellado un acuerdo poniéndole fecha al final de la guerra con la guerrilla de las FARC. La fecha límite para firmarlo y terminar con los tiros se ha fijado para el día 23 de marzo del próximo año. Faltan seis meses para que ese hecho histórico en la vida de los colombianos se cumpla.

La cultura de la violencia está instalada en la tierra y en el cielo del país y, por supuesto, en la mente de los ciudadanos. Las FARC llevan cincuenta años matando, secuestrando, torturando y amenazando, pero también han recibido la lógica respuesta del plomo y muerte por parte del Gobierno y diversos grupos paramilitares. La sangrienta cosecha suma más de 220.000 cadáveres y unos siete millones de víctimas. Para poner fin a la barbarie, diversos presidentes ofrecieron conversaciones y se sentaron a negociar, especialmente Andrés Pastrana, pero la frustración siguió inmediatamente a la esperanza. Se reanudaron los combates con más encarnizamiento. El país se acostumbró a vivir con esa pesadilla de cementerios. En una geografía montañosa se vivía para vivir y matar, aparte de los atentados que se producían también en las ciudades. Una de las más bellas geografías americanas, donde se habla el español con el acento más dulce, ofrece un tatuaje de sangre encallecida y permanentemente renovada a la vez.

Hace tres años, el presidente Santos decidió abrir un periodo de negociaciones a celebrar en La Habana con la guerrilla de las FARC. El anuncio de estas negociaciones no despertó el menor entusiasmo popular y sí bastante escepticismo. No se suspendieron los combates para dar a las palabras y a las razones la oportunidad de poner fin al engranaje de la crueldad.

Acelerón notable. En La Habana hablaban, en la selva colombiana disparaban. Lo cierto es que nada variaba, todo seguía estancado hasta que el pasado mes de julio se produjo un notable acelerón, un grupo de seis abogados, tres por cada parte, consiguieron desatar el nudo gordiano que impedía avanzar, llegaron a un acuerdo que calificaron como de justicia transicional que puede resumirse en que los culpables paguen sus delitos, pero menos. La ley será benevolente con los que digan la verdad. Los negociadores han elaborado un texto de 25 páginas, parece que bien estructurado, para recorrer el camino que tiene su final obligado dentro de seis meses. La puesta en escena del acuerdo tuvo una gran vistosidad. El rito se celebró en La Habana bajo la mirada testimonial de Raúl Castro. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, conocido con el sobrenombre de Timochenko, se dieron la mano para celebrar el decisivo salto hacia la paz. Los dos protagonistas tenían un gesto serio y analizando un poco más la imagen podemos decir que de satisfacción. Pero quedan muchas vallas que saltar en los próximos seis meses. En primer lugar, la pedagogía de la paz: es muy complicado lograr que la opinión pública cambie de chip después de medio siglo procesando y digiriendo la dialéctica de la guerra, aparte de que la bandera de la guerra continúa siendo el estandarte de gentes tan notables como el expresidente Álvaro Uribe, enemigo declarado del acuerdo y que defiende una solución militar y que todos los delincuentes paguen por sus delitos.

Es curioso, el actual presidente Santos fue ministro de Defensa con Uribe cuando el dogma dominante era aniquilar a la guerrilla y como ministro de Defensa logró éxitos espectaculares en ese sentido. A muchos les extrañó que en 2012 Santos jugara las cartas de la negociación sin renunciar al combate. La razón de este cambio es que Santos conocía muy bien la guerrilla y sabía que la solución militar no existía de una forma total. Para convencer a la opinión pública de los beneficios que traerá la paz, el presidente ha nombrado a un equipo de 12 personas, coordinado por la periodista María Alejandra Villamizar. Ellos serán los encargados de tejer una red de mensajes a través de los medios de comunicación para sembrar la esperanza y el optimismo. Una Colombia sin guerrilla dará un gran salto adelante en todas las vertientes.

Pedagogía de la paz. En esas coordenadas discursivas se moverá todo el Gobierno y las voces más conocidas de la sociedad colombiana tratando de neutralizar a Uribe y su entorno. Tendrán que insistir en los grandes beneficios que traerá la paz para que la opinión pública pase por alto que quienes reconozcan delitos muy graves solo serán sancionados con 5 y 8 años de restricciones a la libertad en condiciones especiales. Deben pedir perdón y todo eso. Los que no reconozcan su responsabilidad y resulten culpables de delitos graves serán condenados a 20 años de cárcel. Un tribunal especial compuesto por magistrados colombianos y extranjeros será el encargado de separar el grano de la paja. Por su parte, también los líderes de las FARC tendrán que convencer a sus bases de que abandonar las armas merece la pena. Tampoco les será fácil con algunos grupos. Esperemos que esta esperanza de paz tan frágil no se rompa por el camino.

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