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El problema de los suburbios de París

30 / 11 / 2015 Lucía Martín
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Ciertos barrios se han convertido en viveros donde los fanáticos captan jóvenes para su lucha

No es difícil ver medios de comunicación, a este o al otro lado de la frontera, relacionando indirectamente los atentados de París del pasado 13 de noviembre con las problemáticas poblaciones del norte de la capital francesa, las denominadas banlieues. No es difícil, cierto, establecer nexos cuando unos días después se llevó a cabo una operación policial en uno de esos suburbios: allí es donde se aglutina gran parte de la población musulmana, franceses de origen, la tercera y cuarta generación, hijos de los emigrantes que llegaron en las décadas de los años 50 y 60 del siglo XX. Allí viven y allí vivieron sus padres, en el conocido como departamento 93 de l’Île de France, que también fue el destino de muchos españoles, italianos y portugueses que dejaron sus economías míseras para emigrar a Francia, un país boyante que en aquellos años necesitaba de mano de obra. Y hablamos del extrarradio de París, pero podríamos referirnos a las ciudades dormitorio de Marsella, Lyon, o incluso Bruselas, en Bélgica...

Una falsa integración. Mis padres se marcharon en aquella época. Les tocó vivir en barracones, al igual que a otros emigrantes españoles y portugueses, hasta que encontraron un piso que podían pagarse en Bobigny, al norte de París. Se integraron, trabajando mucho, como lo hicieron los árabes de primera y segunda generación, independientemente de que su religión fuera distinta. En mi foto de educación infantil se ve a un grupo variopinto de niños: unos diez blancos y el resto, magrebíes y africanos. Crecimos en una diversidad de credos y de colores de piel y la diversidad es riqueza, pero también genera problemas, sobre todo cuando no se lleva a cabo una integración real.

Hace casi 20 años, una institución francesa llevó a cabo un curioso test cuyo objetivo era demostrar que la integración de los árabes en Francia no era más que una palabra escrita sobre el papel. Crearon cuatro hipotéticos currículums con la misma formación y similar trayectoria profesional, lo único que variaba era el apellido del sujeto y su domicilio: uno era un francés viviendo en París, otro, también francés, residiendo en los suburbios; el tercer caso correspondía a un árabe viviendo en la capital, y finalmente, un árabe residiendo en los suburbios. Enviaron dichos currículums a varias empresas que buscaban ese mismo perfil formativo y profesional. Ninguna de ellas llamó a los de apellidos árabes.

En 1995 se estrenó la película La haine, la historia de tres jóvenes sin raíces en un suburbio de París. Su argumento es totalmente actual: a pesar de la inversión económica llevada a cabo tras las revueltas de 2005 (cuyo detonante fue la muerte de dos jóvenes en la ciudad de Clichy sous Bois), la población de estos núcleos, en su mayoría magrebíes y africanos, no cuenta con las mismas oportunidades que el resto de franceses, teniendo la misma nacionalidad. En el país de la liberté, égalité y fraternité no se ha producido una integración real, como demuestran el experimento del que hablábamos o las cifras del paro: en 2013, el desempleo en estas zonas era de más del 23%, 2,3 veces más que en otras regiones, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee, en su acrónimo francés). Y sobre todo, afecta a los jóvenes, que se ven sin futuro, sin presente y no se sienten franceses: “La población de los suburbios en Francia es de alrededor de 8 millones de pobres, una parte de esa población ya no cree en la integración. A partir de ahí, se produce una desconexión con el conjunto nacional”, explica el politólogo francés de origen argelino Sami Naïr. Pérdida de identidad, fracaso del sistema escolar, escasas posibilidades de integración, delincuencia, crisis de la familia... son algunos de los ingredientes de este cóctel molotov en el que los fanáticos encontrarían simpatizantes.

“Las cifras se refieren a unos 4.000-5.000 individuos, yo digo que esto no es representativo pero representa un problema de seguridad, claro está, y sobre todo, un problema para los musulmanes en Francia, porque uno de los objetivos de los fanáticos es transformar la relación de integración con quienes les acogen en relación conflictiva”, añade Naïr. “No se puede estigmatizar a las banlieues. Estos terroristas no tienen nada que ver con la inmensa mayoría de los que viven allí. Que los integristas puedan encontrar en estos barrios un terreno favorable para sus estrategias de reclutamiento, para su proselitismo, eso sí, pero lo pueden encontrar también en otros lugares”, finaliza.

Un problema más, añadido, para estas barriadas que nunca fueron vistas con buenos ojos por los propios franceses y cuyo landscape tiene muy poco que ver con el que rodea la torre Eiffel.

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